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American Utopia: David Byrne y la naturaleza muerta de la vida moderna

El show que el ex líder de Talking Heads presentó en Broadway, hoy se suma a la moda necesaria del teatro filmado. Esta vez, cuenta con la ayuda del director Spike Lee.

Por Franco Rosso Lobo

01.12.2020

“La música y la performance no tienen sentido”, asevera David Byrne en la lisérgica autoentrevista donde promociona Stop Making Sense (1984). Dirigido por Jonathan Demme, este registro de los Talking Heads en absoluto estado de gracia dejó una vara insuperable en términos de cómo rodar un concierto. Lo mismo puede decirse, también, sobre lo que significa pensar, producir y ejecutar una narrativa escénica que juegue con cuerpos, espacio, tiempo y música.

American Utopia, el show que presentó en Broadway y hoy se suma a la moda necesaria del teatro filmado, utiliza los mismo materiales, pero retuerce la perspectiva. Esta vez, en tándem con el director Spike Lee, Byrne subvierte sus propios dichos, ya sea mediante coreografías, despliegue lumínico o una banda tan diversa como ajustada. De repente, ordenadas hacia el mismo punto de fuga, música y performance tienen todo el sentido del mundo.

Todo lo que pasa va a pasar hoy

Michel Foucault aseguró que las utopías son “lugares sin lugar, fundamental y esencialmente irreales”. Quizá no sea casualidad que Byrne arranque esta exposición —la máquina de guerra perfecta— desde un plano cenital y sosteniendo un cerebro. Durante “Here” explica con ternura las secciones del órgano. Está encerrado en un cubículo oscuro, que lentamente es envuelto por cortinas de eslabones plateados (¿la materia gris?). Da la pauta que todo punto de partida, para una utopía o discurso, se encuentra en el cuerpo calloso: “la conexión entre ambos lados”. En patas, con el clásico saco gris, camisa de un pálido tono azul, da cátedra en la universidad de medicina acompañado por dos coristas o neuronas alborotadas. Vivisecciona frente a la audiencia de un escenario ascético, frío como sala de hospital.

Al concepto de utopía, Foucault le agregó una contraparte: la heterotopía, descrita como “utopías materializadas”. Estos lugares que bordean la sociedad, que están por fuera de ella, pueden ser cárceles, hogares de ancianos, sanatorios y psiquiátricos. El cerebro de Byrne es una metáfora de cómo somos nosotros mismos los que compartimentamos la realidad a nuestro alrededor. Y eso incluye desde las emociones hasta las personas. “Lo que somos no se limita a la cabeza, sino a las conexiones que hacemos con los demás”.

“I Should Watch TV” habla del ocio alienante, la razón por la cual se margina a internados y recluidos. Al mismo tiempo, así se constituye un cordón institucional que encierra al resto, a los no-ociosos. Probablemente ya no haya diferencia entre unos y otros. La humanidad persigue su propia cola, bombardeada constantemente con invitaciones a la inacción que, simultáneamente, son cuasi onanistas, cubiertas por una frágil lambeteada de interacción social. La TV bien puede ser Instagram, Netflix, Twitter. Y allí es donde la entelequia se derrumba: una vez realizada, la utopía es distópica.

El cabeza parlante pasa, sin cambiarse el traje, de médico a anfitrión de talk show para hablar en un idioma común. La distopía puede ser Idiocracy (2003) o Soylent Green (1973), pero lo que las une (a ambas y tantas otras) es la falta de comunicación. La ultraconexión y la ultrainformación parecen ser el punto dulce del desencanto de esta generación, o de la proverbial “D-Generación” que acuñó Adrián Dárgelos: “Fantasías/Ilusiones van/Mezcladas en canciones”.

Facta non verba

Aunque su presente diga lo contrario, Spike Lee todavía tiene algo de pulso. No cualquiera enfoca luces y desdibuja siluetas en segundo plano como él; pocos filman con efectos pendulares en donde, literalmente, se inclina la pantalla para desestabilizar al espectador; casi ninguno se plantea cómo jugar con la cuarta pared a través de la edición, y nadie muestra el movimiento. Todos intentan crearlo, pero Lee dispara un arsenal de planos vertiginosos que, cuando dependen de un desplazamiento de cámara, es porque la acción en escena se volvió completamente frenética. Así también desfilan detalles de pies, manos, cabezas, pero más que nada, Byrne y la banda como conjunto; una imponente fuerza natural en constante circulación que destruye al concierto de rock con el baterista a las espaldas y el guitarrista a la derecha.

El director de Do The Right Thing (1989) no es solo un dedo en el control. Afortunadamente, su estilo combativo y declamatorio, que en los últimos años parece haberse inclinado hacia lo mesíanico y panfletario, encuentra en la pata política de American Utopia su mejor cauce. Lee plantea un contraste: aparece la imagen casi fantasmal de Colin Kaepernick, el jugador de NFL que con una rodilla desafió a Donald Trump y protestó durante el himno de Estados Unidos. Luego, en “Hell You Talmbout”, el réquiem Misa Luba que Byrne pidió prestado a la actriz y cantante Janelle Monáe, intercala los desgarrados gritos que llevan los nombres de los “asesinados sin motivo” con sus fotos y fecha de muerte. Es necesario dar una respuesta como sociedad para llegar a la utopía más pura posible.

Para el final, agregados como una placa que hiela la sangre, emergen los nombres de Breonna Taylor, George Floyd y Ahmaud Arbery. Un gesto de valentía frente a la audiencia más blanca del mundo: la de un concierto de David Byrne.

La vanguardia es así

“Somos un trabajo en proceso. Nuestros cerebros pueden cambiar”, distintas palabras, pero el mismo espíritu de los manifiestos de las vanguardias artísticas. Continuaron su evolución desde Piero Manzoni y su Mierda de Artista (1961) hasta el Agua de Chica Gamer de la influencer Belle Delphine. Hoy las vanguardias y postvanguardias están en todos lados. Se manifiestan en forma de playlists, memes, videos de Youtube, performances en Twitch y tendencias de TikTok sin diferencia de género o movimiento.

Por esto mismo, Byrne emplaza “I Zimbra”, una adaptación musical de un poema escrito por el artista dadá Hugo Ball como lo que es: el sinsentido, o la capacidad humana de crear sentido desde lo abstracto. En American Utopia parece cruzarse el rechazo dadaísta por lo establecido y la pasión por el cimbronazo, pero también, el escenario donde sucede se siente como una transición cubista. Pasa de lo analítico a lo sintético cuando la cortina es eliminada y el maestro de ceremonias anuncia “queda sólo lo importante: ustedes y nosotros”. El cerebro de plástico lentamente convertido en concepto incapturable; el readymade inverso de Stop Making Sense, donde el espacio se llenaba de a poco.

Empieza a sonar “Road to Nowhere” para todo el mundo, los nowhere men y nowhere women. Byrne es un gran letrista. Un narrador agudo que con pocas palabras analiza a la perfección la vida moderna. Puede que, individualmente, no se las aprecie. Pero cuando sus canciones están todas juntas, se toma distancia y encuentra una perspectiva —lo necesario para comprender cualquier obra de arte—, sobresalen las líneas que traza sobre esta naturaleza muerta desfigurada, cambiante y en perpetua descomposición.