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Citizen Kane y Mank, una conversación

David Fincher dirige la película biográfica de Herman Mankiewicz, el guionista del clásico de 1941 de Orson Welles.

Por Nicolás Mancini

24.12.2020

Una de las veladas cinematográficas más épicas de los últimos tiempos en la Ciudad de Buenos Aires ocurrió en el BAFICI 2018. Siguiendo las reglas de un estilo antiguo que por suerte caracteriza a los festivales de cine, un grupo de alrededor de 25 personas -en el cual estaba incluido este redactor- pasó 300 minutos inerte en una sala del Village Recoleta, hoy extrañamente denominado Cinépolis. Fue por las proyecciones seguidas de El Bueno, El Malo y el Feo y Desenterrando Sad Hill, mítico spaghetti de Sergio Leone y documental de Guillermo de Oliveira que cuenta la historia de un grupo de locos que reconstruyeron el cementerio del otro film. Primero, Eli Wallach corriendo hasta el cansancio por el cementerio de Sad Hill; segundo, un grupo de fanáticos clavando cruces en una desolada locación ubicada en un límite municipal de Burgos. Visto en pantalla grande, el wéstern transmitió lo que pudo haber sido su proyección en el ‘66; el otro film llegó después con el objetivo de representar, celebrar y apremiar a los pocos espectadores que aún seguían firmes en la sala. Como si fueran una pareja de horneros que viven en el mismo nido y prácticamente funcionan como si fueran uno solo, la seguida proyección de las películas evocó una experiencia, se volvió una suerte de performance uniforme. Algo similar ocurre con Mank, de David Fincher, y Citizen Kane.

La extraña película biográfica de los Fincher -el texto es de Jack, el padre de David- sobre un puñado de años de Herman Mankiewicz, el guionista de Citizen Kane, cuenta con pequeños valores agregados que mejoran, si eso es posible respecto a la del niño genio de Nueva York, tanto a Mank como a la creación de Orson. Vistas en seguidilla, las dos contribuyen a una idea de experiencia cinematográfica y es por eso que este redactor propone un recorrido por los detalles de la película de Fincher que logran enriquecer ambas obras. El viaje en carruaje será a través del punto de comparación más obvio de las dos películas: los saltos en el tiempo, aunque esta vez de un visionado que, se espera, haya sido atento.

Uno de los responsables de que Mank se oiga como Citizen Kane es Ren Klyce. La idea de Fincher fue que su película se escuchara como si el espectador estuviera en un cine de los treinta o cuarenta (en este sentido, es una pena que se haya estrenado en Netflix). El director trabajó con el diseñador de sonido anteriormente mencionado grabando diálogos con micrófonos antiguos y comprimiendo el audio, intentando conseguir que el film sonara como si la cinta hubiera sido encontrada en un depósito. La calidez del audio de Mank contribuye a que en los momentos en los que sale a escena el personaje de Orson Welles uno pueda creer que está viendo una escena de Citizen Kane. El eco en la voz de Tom Burke, el actor que interpreta al veinteañero revolucionario de la radio, y ciertas armonías de la música de Reznor y Ross (véase una de las veces en las que Mank sale de la oficina de Irving Thalberg y cuando Orson le habla al protagonista luego de que el guionista tuviera el accidente automovilístico) evocan en milésimas de segundos lo conseguido por los sonidistas Bailey Fesler, James G. Stewart y el músico Bernard Herrmann en el clásico del ‘41.

Es imposible obviar las referencias que provienen de los diálogos de Jack Fincher, que a veces coinciden en picaresca con los que recitan los personajes de Orson. Una de las referencias más logradas y obvias de Mank se da cuando el protagonista dicta un pedazo del inolvidable News on the March, el pequeño informe diegético de Citizen Kane que sirve, entre otras cosas, para aquellos y aquellas que no entendieron el film y desean saber qué ocurrió sin darle la chance de un segundo visionado. El personaje de Gary Oldman narra el fragmento del News on the March en el que se ve a Kane deteriorado y al cierre del mismo aclara que en una frase la voz en off debe decir “que había dejado de confiar en él” en vez de “que había dejado de escucharlo”. Encontrándose con esa escena en Citizen Kane, nos damos cuenta de que Welles prefirió las dos opciones.

Se recomienda elegir creer que, tal como el protagonista de Fincher lo asegura, Mankiewicz no se basó en Marion Davies para su Susan Alexander. La pizpireta actriz interpretada por Amanda Seyfried es diferente a la Susan de Welles por una importante cuestión: la empatía. Una válida referencia es la charla pasivo-agresiva que mantienen Mank y Davies cuando hablan sobre el rol del personaje de Alexander y el de William Randolph Hearst -el marido de Marion y hombre en el que se basa Kane- en el guión Kane. A ella no le molesta demasiado que Mank la haga ver como el principal conflicto de la vida de un Charles Foster que es prácticamente como si fuera su esposo. Otra importante comparación entre personajes se da con Bernstein y la disparatada versión de Fincher del empresario Louis B. Mayer. Aunque el carácter de ambos en las películas es distinto, los dos hablan y lucen igual y su rol respecto a Hearst-Kane es prácticamente el mismo. Bernstein, además, se lleva otro de los momentos más nostálgicos de Mank: cuando el protagonista le regala al personaje la anécdota del día que se enamoró de su esposa en un yate. En Citizen Kane, Berstein le cuenta esa historia a uno de los periodistas que lo está entrevistando con el objetivo de saber qué quiere decir Rosebud.

Bazin destacó a Citizen Kane como una de las películas que cambió la historia del cine. El famoso crítico de Cahiers du Cinéma arrojó la teoría de que Welles revolucionó el séptimo arte usando sistemáticamente una “profundidad de campo inusitada”. Él sostuvo que el aprovechamiento de este progreso técnico aportó un realismo sensible muy diferente al del cine clásico, que solía abstraer lo real, y al de locaciones naturales y no-actores, por poner solo unos ejemplos. En Citizen Kane, esta idea se ejemplifica con la famosa secuencia del trineo en la que el director deja ver a través de una ventana y a una considerable distancia cómo un pequeño Kane juega con su juguete. Como en Mank la cosa gira en torno al guionista del film del ‘41, estas ideas más ligadas a la dirección quedan en un costado esperando el día en que un director o directora decidan hacer una digna biopic de Orson. Más allá de la autonomía estilística y técnica que consigue Fincher, el director de El Club de la Pelea y Seven aporta chiches simpáticos que van por fuera de los diálogos y evocan al film de Welles: hay, por ejemplo, un extraño encuadre oblicuo cuando presenta a Burke, cierto uso expresionista de la luz y, como fue adelantado, saltos en el tiempo (aunque avisados con intertítulos y sin tanto falseo del punto de vista).

Si Desenterrando Sad Hill conmueve cuando muestra el esfuerzo de un grupo de personas por reconstruir la locación de una película que aman ofreciendo un condimento extra al visionado de su clásico, ¿cómo negársele, por ejemplo, al clímax de Mank en el cual Hermann interrumpe una alocada y violenta discusión con Welles para escribir el desenlace de su obra y el otro, en vaya uno a saber cuántas fracciones de segundo, desestima su ira, medita y asegura que tal vez esa idea funcione? Con perdón de la película de 2015 dedicada a Dalton Trumbo, son el espíritu de Citizen Kane y del inigualable Welles los que diferencian a Mank de una biopic común. Aunque la película de Fincher por momentos funciona como un simple repaso de un alocado Hollywood en el que reinan los latiguillos, las roscas políticas y los tejes y manejes de la producción, es con la nafta aportada por Citizen Kane, con los valores agregados de ese film y el amor por pequeños detalles del cine, cuando la película encastra con el clásico que evoca.