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El corazón salvaje de Clarice Lispector

A fin de año se cumplen cien del nacimiento de la autora ucraniana-brasileña. Sus obras siguen publicándose y ya están traducidas a más de treinta idiomas. Conversamos sobre la relevancia de Lispector en la actualidad con Mariela Méndez, quien dirige una investigación sobre la faceta periodística de Lispector; María Fernanda Pampín, editora de Corregidor, encargados de publicar a la autora; y Gonzalo Aguilar, director de Vereda Brasil, colección de Corregidor.

Por Laura Haimovichi

21.07.2020

La escritura de Clarice Lispector es de una inusual potencia y belleza, como ella misma lo fue. De origen judío, nació en Ucrania en 1920, vivió en Brasil, Berna, París, Londres y Washington. Tuvo dos hijos junto a su marido diplomático, con quien viajó por el mundo hasta que se divorció. Un día, se quedó dormida con un cigarrillo prendido y aquel siniestro provocó que fuera hospitalizada durante varios meses y que perdiera la movilidad de una de sus manos. Lispector transitaba largas depresiones y escribía cuando lograba salir de ellas. Murió a los 56 años, luego de luchar contra un cáncer de ovario.

Hoy, sus textos adquieren nuevas significaciones a la luz de su singularidad, de los movimientos feministas y del rescate de una subjetividad emancipada. Sus historias provocan la sensación ambivalente de atraer y aterrorizar, como si sumergiéndose en ellas uno se perdiera en las profundidades del mar o en los caminos aparentemente sin salida de los laberintos.

“La llegada de Clarice a la escena literaria brasileña ocurrió en 1943 con Cerca del Corazón Salvaje (Perto do Coração Selvagem, en el original), marcada por una falta de pertenencia, de casa, una extrema solidão (extrema soledad)—como la describió el crítico Alceu Amoroso Lima. Estamos lanzando con Constanza Penacini un proyecto para recuperar y visibilizar la producción sobre ella en América Latina y los Estados Unidos y, además, rastreando el itinerario de las traducciones de su obra al español”, cuenta Mariela Méndez, investigadora argentina y profesora asociada en Estudios Ibero y Latinoamericanos de Mujer, Género y Sexualidad en la Universidad de Richmond, Virginia. Méndez explica que “Clarice despierta tanto interés por la incorporación de lo banal, lo popular, como dice la especialista Florencia Garamuño, que la acercan a la cultura pop. Su imagen se presta a ser sobre-utilizada. Pero lo que la hace transgresora es su subversión de los binarismos que sostiene la ideología heteropatriarcal, un gesto que hoy nos interpela más que nunca”. Por otra parte, su obra tiene peso gracias a su publicación en inglés a cargo de la editorial neoyorquina New Directions, responsable del fenómeno Roberto Bolaño en los Estados Unidos. “Sin embargo, el imperialismo lingüístico de este idioma es sumamente problemático”, advierte Méndez, para quien la originalidad de la escritura de Lispector “reside en su increíble capacidad para desmantelar binarismos, en todos los géneros”.

“A mí me interesa lo que llamo su agenda feminista, con independencia de su relación tensa con el feminismo de su tiempo. Pero aún ahí, es necesario evitar la díada femenino/masculino, hacer un desvío, recurrir al concepto cuir/queer. Lo mismo con la oposición entre inteligencia y afecto; en una crónica para el Jornal do Brasil, ella dice poseer una sensibilidad inteligente”, explica Méndez. La investigación de la investigadora residente de Richmond se centra en la faceta de periodista de Clarice: “Comencé estableciendo un diálogo entre sus columnas femeninas en el Brasil de los 50’ y 60’ y las de Alfonsina Storni 4 décadas antes en Argentina, como parte de una especie de genealogía que culmina con la revista Alfonsina creada por María Moreno. Estas secciones son hitos en la historia del pensar y escribir como mujer en Latinoamérica, porque las tres subvierten ese espacio tan codificado de la sección para mujeres”. Esas columnas llenas de consejos para las amas de casa sirven para “bajarla de ese pedestal al que la han subido”, explica Méndez, para quitarle peso a “esa imagen de monstruo sagrado que algunes explotan y que ella resentía”. Méndez analiza estos géneros, supuestamente inofensivos, y hace hincapié en la performance de “una escritora incómoda en la escena literaria brasileña, pero que la habitaba recurriendo a la pose en las fotos y en las entrevistas, como cuando decía que no era escritora profesional, sino una amateur”.

A los ocho títulos publicados por Corregidor en la Argentina, se agregan este año cinco nuevos (ya salieron Felicidad clandestina y Cerca del corazón salvaje) y muy pronto lo harán Lazos de familia, Agua Viva y La Pasión Según G.H. Además, desde hace algunos años, los 10 de diciembre el mundo celebra La hora de Clarice, un día completo dedicado a ella, quien ha logrado ganar su lugar en la literatura universal. Los lectores esperan ansiosos esa fecha para celebrarla con lecturas, fotografías, danza, música, teatro, talleres de artes plásticas, performances, instalaciones, cine, debates. “Se corre la voz y se acercan más y más seducidos y cautivados por la sensibilidad de su escritura. Es una reunión de lectores, una cofradía cada vez menos secreta, un homenaje pero, en verdad, es casi un rito”, cuenta María Fernanda Pampín, doctora y Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires, investigadora postdoctoral del CONICET y editora de Corregidor.

“Clarice es la única autora que tiene un día dedicado a homenajear su obra (luego está el Bloomsday consagrado a James Joyce y el día de Roald Dahl). Me imagino que a ella le gustaría saberse adorada. Se ha transformado en una figura de culto. Posee lectores apasionados en nuestro país, y es una experiencia que los diferencia del resto de América Latina (y me animo a decir, también, de España). Un público que comenzó por ser femenino, conquistó al lectorado masculino y crece con los más jóvenes”, explica Pampín. Hace tiempo que Clarice dejó de ser un misterio.
“Visitó la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires en abril de 1976, a días de instaurarse la dictadura. Los medios parecían encantados con su llegada. En sus diarios escribió que se sentía como una estrella de cine. La revista Crisis publicó ese año un reportaje de Eric Nepomuceno. El año anterior Haydée Jofré Barroso, traductora de La araña (O lustre) la había entrevistado para La Nación. Con esa novela, Corregidor la había publicado por primera vez en 1973. En 2001 actualizamos esa traducción y lanzamos, en el marco de Vereda Brasil, única colección fuera de Brasil dedicada a la literatura de ese país, la subcolección Biblioteca Lispector que va a ampliarse”, asegura Pampín.

Este año, a la fiesta clariceana se añade la conmemoración de los 40 años de la primera publicación de La hora de la estrella, última novela que publicó en vida, una revisión personal y retrospectiva de toda su producción. La hora de la estrella evidencia preocupaciones filosóficas, sobre la representación y revela sus inquietudes sociales. De escritura difícil (e inútil) de encasillar, es muy leída porque condensa toda Clarice. Al mismo tiempo es experimental, los diálogos se acercan al absurdo, lo verosímil se reemplaza por el artificio puro. “Al lector lo desconcierta y descoloca porque es una historia de amor atravesada por la miseria y la (im)piedad. Para ella, en ciertos momentos, el lenguaje no alcanza y llega el fracaso. Es la imposibilidad de la incomprensión y de la incapacidad. Las palabras le son inútiles, se vacían de contenido –y producen desconfianza– porque no pueden nombrar la realidad y, quizá, porque hay discursos indecibles, que no se pueden escribir”, señala Pampín. En pocos meses, los lectores argentinos de Clarice volverán a reunirse para acercarse a la novela más leída en nuestro país. El evento crece cada año bajo la iniciativa de Gonzalo Aguilar (director de Vereda Brasil junto a Garramuño), Penacini y Carmen Güiraldes. En Buenos Aires, cada 10 de diciembre se enciende la hora de la estrella y vuelve a brillar.

Sin Título, 1975

Aguilar rescata su faceta menos difundida: la de artista visual. “Son pocos los artistas que todo lo que hacen, absolutamente todo, se vuelve interesante. Clarice es una, ese tipo de personas que suelen hacer fascinante cualquier cosa: hacer un café, posar para una foto, abrir una puerta. Fue escritora, pero siempre quiso incursionar en otras artes: la protagonista de La Pasión Según GH es escultora, La hora de la Estrella comienza haciendo analogías entre la escritura y la música y en Agua Viva no deja de hablar de la pintura. Ella escribió que entró lentamente en la pintura. Lentamente: al punto de que comienza a pintar en 1975, dos años antes de morir (existe alguna obra anterior, pero es una excepción). Es como si esas obras sobre madera hubiesen tardado años en salir a la superficie, en imágenes que recuerdan al expresionismo abstracto. Clarice subraya la pincelada, la búsqueda de una figura y la presencia de la madera”, observa Aguilar.

En varias pinturas de Lispector aparece el yin-yang hecho de manera defectuosa y sin ayuda de un compás. Aguilar explica: “El símbolo taoísta indica el estado de búsqueda y la vibración, la inestabilidad y la precariedad de la vida de Clarice. Una sabiduría a punto de quebrarse. Algunos (como Caos, metamorfose, sen sentido) sugieren la desesperación y el miedo y, otros, particularmente Pássaro da Liberdade, la sensibilidad y la independencia de pensamiento que la caracterizó. El pájaro es, en realidad, un signo, una suerte de cuento de una sola palabra incógnita que contrasta con el fondo de líneas blancas desequilibradas. El pájaro, en cambio, se sostiene en un solo trazo y en un celeste que sugiere a la vez una apertura al cielo. Como si Clarice se hubiera despojado de las manchas invasivas de su propia pintura para llegar al núcleo último de la persona. Ella dijo: Quiero pintar una tela blanca. ¿Cómo se hace? Es la cosa más difícil del mundo. La desnudez. El número cero. ¿Cómo alcanzarlos? Sólo llegando, supongo, al núcleo último de la persona”.