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El sistema nervioso de Robert Pattinson

De vampiro adolescente a trabajar con David Cronenberg, Claire Denis y Werner Herzog. La carrera del joven actor es, como mínimo, heterogénea e interesante, siempre entre el mainstream y el cine de culto.

Por Nicolás Mancini

22.09.2020

"¿Así que sí tienes un sistema nervioso?”, le dice Juliette Binoche a Robert Pattinson en High Life (2018) después de ver que el cuasi budista Monte hizo un leve movimiento con su rostro. Los espectadores nos dimos cuenta de que el actor podía hacer gimnasia con su cara muchos años antes de que se estrenara esa extraña película de ciencia ficción de Claire Denis. Desorientado, ecléctico y de galantería no aceptada, este jovenzuelo londinense protagonizó desde 2005 hasta 2012 varios films basados en sagas de libros para adolescentes que lo arrojaron a lo más alto de la pirámide de lo popular. Pero como sucede esporádicamente en algunas carreras de actores y actrices de cine, su recorrido cinematográfico abrazó la reivindicación y se tornó zigzagueante, algo cíclico y prematuramente de culto.

Pattinson es un tipo completamente delirante que en sus comienzos no supo lidiar bien con la fama, pero terminó aceptándola. Siempre que puede cuenta una anécdota que grafica la idea a la perfección: cuando en 2008 estaba grabando Little Ashes (Paul Morrison, 2009), película en la que hizo de Salvador Dalí -no, no leíste cualquier cosa-, una joven lo esperó durante semanas en la puerta de su departamento hasta que él tomó la decisión de invitarla a una cita; ella aceptó, fueron a un restaurante y en medio de la comida Robert se quejó durante horas. Después de esa salida la chica no lo visitó nunca más. Es que un tipo como Pattinson sugiere que la fama de la saga Twilight es muy distinta a la que se logra después de haber trabajado con David Cronenberg, Claire Denis, Werner Herzog y James Gray.

"Creo que en muchos sentidos parecen más una especie de películas de arte existencial que las que quisieron hacer intencionalmente", dice Robert en GQ sobre la saga Twilight, de la cual terminó hastiado. En las cuatro películas basadas en las novelas de Stephenie Meyer hizo de Edward Cullen, un blanquecino vampiro de más de cien años con aspecto de joven rompecorazones y un serio problema para parpadear y gestualizar. Y claro, tras el boom que significaron las Twilight, su nombre y rostro quedaron asociadísimos a la saga y a este tipo de roles. Encima, en el medio protagonizó tres películas que no hicieron más que seguir encasillándolo al ser historias románticas con su belleza como eje central: la extravagante Remember Me (Allen Coulter, 2010), la adaptación de la novela de Guy de Maupassant Bel Ami (Nick Ormerod, Declan Donnellan, 2012) y la poco taquillera Water for Elephants (Francis Lawrence, 2011).

Pero llegó Cosmópolis (2012). David Cronenberg lo vistió de yuppie en un film extrañísimo que insta a largos debates. Pattinson siguió haciendo de galán, pero de uno muy diferente al que venía interpretando: irradió una sensación contestataria a sus anteriores personajes. No habrá sido sencillo para sus seguidores y seguidoras pasar de verlo en escenas carnales muy pulidas y angelicales como las de Twilight a soportarlo practicando sexo salvaje en una limusina con Binoche. La experimentada actriz francesa, que lo sintió bien de cerca en dos películas, dijo a GQ que cree que el extraño camino actoral de Pattinson se dio porque él siempre está en búsqueda de lo real. Esto no resulta nada raro si se recuerda que Robert se disfrazó en los ensayos y en el rodaje de Good Time (Ben y Josh Safdie, 2017) para andar por Nueva York sin que lo reconocieran y así, entre otras cosas, poder comprar donas en un Dunkin Donuts de Queens.

Pattinson en The Lighthouse, de Robert Eggers.

Aunque Cosmópolis es una película bisagra, al comenzar el segundo acto de su carrera -si esta respetara la estructura narrativa clásica-, Good Time y The Lighthouse (Robert Eggers, 2019) le abrieron la puerta a lo que más adelante será citado como clímax o tercer acto. Sin olvidar la interesantísima The Rover (David Michôd, 2014), que fue el film que lo dio a conocer como buen intérprete de bandidos, con el diario del lunes podemos decir que los hermanos Safdie lo obligaron a sacar a relucir su cara más alterna. Estos hermanos impulsores de carreras de actores encasillados, antes de convertir a Adam Sandler en un tipo amado por el espectador más exquisito -y por el esnobismo, por qué no-, hicieron que un irreconocible Robert Pattinson se mezclara con los transeúntes neoyorquinos y desplegara un crisol de recursos interpretativos en la desaforada y excelente Good Time. Su “Connie” es uno de los puntos álgidos de una carrera que, siempre hablando prematuramente sabiendo que el actor cumplió hace poco 34, empieza a darle paso a su clímax con The Lighthouse.

Robert Eggers, director de The Witch (2016) y The Lighthouse, dijo que llamó a Pattinson por su paranoia y que cree que los Safdie también dieron con él por eso. El actor se define a si mismo como un tipo que no sabe en qué día está y que puede pensar que dos semanas son dos años. Por ejemplo, cada vez que Denis le manda un mensaje diciéndole algo serio él trata de evadirla y le responde con unos inentendibles “jajaja”, así como también inventa cosas en televisión, como cuando dijo en una entrevista a Today que la primera vez que fue a un circo vio frente a sus ojos que un payaso explotó. Estos rasgos impredecibles y desfachatados de Pattinson se exponen a su máximo esplendor, de forma más inflada, en la película de Eggers. The Lighthouse ofrece un duelo actoral pocas veces visto en el siglo que estamos transitando. Él y Willem Defoe sacan a la luz sus mejores armas, ya sean verbales, gestuales y físicas, y recorren junto a sus personajes un indudable y sinuoso camino que va desde la cordura hasta la locura. Y claro, uno no puede terminar en sus cabales cuando es esclavizado por un farero autoritario en una islita de Nueva Inglaterra a fines de 1800 en la cual lo único que hay es una casucha, leyendas y un faro de misteriosos e inentendibles poderes.

Lo poco amigable de esta historia es que la segunda parte de este clímax, o el despegue del tercer acto, la mayoría todavía no la pudo apreciar en pantalla. El segundo giro en la carrera de Pattinson se da cuando él, podrido de que sus películas no las vea nadie y atento a llamados telefónicos angelicales, acepta ser parte de Tenet y The Batman. Los proyectos de Christopher Nolan y Matt Reeves, respectivamente, lo colocan de nuevo en lo más alto del mainstream, pero a diferencia de lo ocurrido con Harry Potter o Twilight, Robert está en su salsa. “El problema que estaba encontrando era que, por mucho que me gustaran las películas que estaba haciendo, nadie las veía. Y entonces es algo aterrador porque no sé qué tan viable es esto para una carrera”, reveló en una charla con Zach Baron. A Nolan le encantó trabajar con él a pesar de que no mostró muy buen estado atlético para correr junto a John David Washington o que no entendió completamente su película, y eso queda claro cuando el director de la trilogía del hombre murciélago más vitoreada lo atrapó yéndose del rodaje para audicionar para ser Bruce Wayne. Robert le dijo que faltaría por otro motivo, pero el realizador no se la creyó y le tiró: “Vas a audicionar para The Batman, ¿no?”.

Hizo de mago dos veces, incursionó en el mundo de los vampiros, encarnó a Dalí, fue un desafortunado estudiante, exploró el ambiente circense, formó parte de una pandilla australiana, fue yuppie y conductor de limusinas, fotografió a James Dean, exploró junglas, hizo de T.E. Lawrence, robó en Nueva York, encarnó a un simpático cowboy y a un oficial en la crisis colonial, luchó como el Delfín de Francia, lo condenaron a muerte en el espacio e hizo de un terrible reverendo. Actuó en producciones de seis países diferentes y con una heterogénea lista de directores y directoras que además sumará al francés Olivier Assayas. ¿Qué comparten casi todos los proyectos de su carrera? Según él mismo le comentó a Baron, que simplemente le gustan y le aportan “adrenalina” para trabajar. A diferencia de sus contemporáneos Kristen Stewart, Zac Efron o Jamie Dornan, que empezaron con una carrera muy similar a la de él y también pegaron un poco el volantazo, Robert dio el salto de gracia al tercer acto. Quizás por su astucia a la hora de elegir proyectos, por ese fuego que necesita para funcionar, talento innato, suerte o porque, como afirman quienes lo entrevistaron y trabajaron con él, habla en otro idioma.