Portrait

Gabriela Cabezón Cámara: “Uno no puede escribir por fuera de su época”

Es una de las autoras más celebradas de la Argentina y de Latinoamérica. Su novela Las Aventuras de la China Iron, que tiene como protagonista a un personaje muy secundario del Martín Fierro de José Hernández, llegará al cine el año próximo, de la mano del director Alejandro Fadel y de la productora La unión de los Ríos. “Obra maravillosa, feminista y queer de un mito fundacional americano”: así la destacó el prestigioso premio International Booker Prize al nominarla este año como una de las mejores narraciones traducidas al inglés.

Por Laura Haimovichi

25.06.2020

El estilo de ficción brutal y visceral de Gabriela Cabezón Cámara agarró por el cuello a miles de lectores, los atrapó y no los soltó hasta el punto final. La autora explica que su último libro publicado, Las Aventuras de la China Iron (2017), da cuenta de la fundación de la patria en un tiempo en que “había que matar a un montón de gente” y donde fue difícil encontrar la visión de género dada “la competencia de porongas que fue la creación de la república”. El jurado del premio International Booker Prize incluyó la traducción al inglés de Las Aventuras en shortlist de nominados de este año y la destacó como una “obra maravillosa, feminista y queer de un mito fundacional americano”. A la vez, The New York Times se refirió al texto como “una inteligente ficción sobre la utopía que revoluciona todos los géneros”.

Transformistas y fanáticas de la religión, víctimas de la trata, cronistas de policiales, mujeres que abrazan el paisaje desbordante de la Pampa: ellas son las protagonistas que Cabezón Cámara elige. Mujeres enredadas, sexuales y guerreras que viven con esperanza y dolor. La autora es una de las voces más novedosas de la nueva narrativa y arremete contra el canon masculino. Su auge se da en paralelo a la aparición en la escena pública del grito que se suelta contra los femicidios, a favor del aborto seguro legal y gratuito: la lucha por el empoderamiento de las mujeres y las disidencias. Esta nueva realidad está en su escritura no a modo de reproducción mecánica, sino con una poética frontal y una política que reivindica a lxs oprimidxs desde la perspectiva de alguien que se define “de izquierda pero también, como no, un poco peronista”.

Cabezón Cámara nació en 1968, hija de “laburantes de la parte no rica de San Isidro”. Fue editora de Cultura en Clarín hasta que se fue del diario gracias a la buena repercusión de La Virgen Cabeza para dedicarse de lleno a la ficción. “No sé qué imaginaba cuando empecé a escribir pero claro que quería que me leyeran. Cuando me fue bien pensé que eso me tenía que servir para no tener más jefes ni trabajar en relación de dependencia”, explica.

En esta entrevista nos comparte un poco sobre su proceso creativo y nos cuenta cómo transita la cuarentena y qué la mantiene ocupada en estos días tan particulares.

PH: Alejandra López/Gentileza Penguin Random House

¿Estás escribiendo?

Me está costando muchísimo. Escribo notas de coyuntura, para Página 12 y para El País, pero me cuesta concentrarme en la novela que intento escribir. Es una historia que sucede en los años clásicos de la conquista, cuando llegan los españoles. Y digo tiempos clásicos, o históricos, porque obviamente la conquista no terminó.

¿Cómo es tu día?

Me levanto temprano, tomo unos mates, hago yoga o algo que me despeje la cabeza y laburo, pero acá internet es precario, lo virtual es una pesadilla y para las clases que doy en Artes de la Escritura de la UNA (Universidad Nacional de las Artes) me tengo que meter dos veces por semana en un sistema que me estresa. Igual, me voy adaptando. Además, tengo que cocinar, lavar ropa, la vida misma.

¿Qué nos podés contar de tus talleres de escritura creativa?

Leemos los textos y sugiero líneas, curvas, caminos. La escritura no siempre va adonde el autor la lleva sino adonde quiere ella y una mirada desde afuera ayuda. El estudiante puede tener un plan que a veces se desarma y hay que acompañar, contener, escuchar, para que encuentre herramientas. Cuando ocurre, cuando aparece y fluye la escritura de los alumnos con su belleza loca me pongo muy contenta.

¿Estás leyendo?

De a pedacitos y disperso. Me impresionó Todos los Hermosos Caballos, de Cormac McCarthy, La Guerra No Tiene Rostro de Mujer, de Svetlana Aleksievich y Visión de los Vencidos, de Miguel León Portilla. En poesía estoy deslumbrada con La Bestia Ser, de Susana Villalba, que me reventó la cabeza.

En La Virgen Cabeza está tu contemporaneidad, hay ahí un oído muy atento.

Más vale, hay mucha contemporaneidad. Uno no puede escribir por fuera de su época. Se escribe con lo que leés, pero también con las charlas cuando vas a hacer compras, con lo que hablás con tus amigas/os/es, con las canciones de moda, con las porquerías que están en las redes, con la tele.

También está muy presente en tu narrativa el universo LGBTIQ.

Es que es mi vida, mi mundo, no el único porque está inserto en el universo heteronormado y salvajemente patriarcal en que vivimos, pero no tiene nada particular que los personajes que invento sean queer. Estamos en un momento en que es incómodo el universal masculino, el universal inclusivo, la cuestión de los géneros, pero estoy bajando la intensidad, no estoy peleadora.

¿Qué elementos necesitás para ponerte a trabajar?

Una computadora seguro, una silla cómoda, una mesa y agua.

¿Quiénes son tus primeras lectoras cuando terminás los originales?

Ana Laura Pérez, mi editora en Random House; mi novia Carolina Cobelo, una joven y gran escritora y siempre María Moreno (la periodista, escritora y actual directora del Museo del Libro y de la Lengua). Ellas me dicen lo que me tienen que decir en los términos que les parezcan, sean duros o amorosos.

Como estudiante de Letras, ¿qué fue a favor y qué en contra?

La carrera me enseñó a leer, en especial textos que no están en las librerías o que los encontrás al fondo en un estante altísimo. En algún momento fui muy joven y un amigo me pasó Evita Vive, de Néstor Perlongher, y casi me muero. Me vi expuesta a una circulación de lecturas impresionantes y diversas, del Medioevo a Perlongher, del romancero español a El Niño Proletario. También aprendí que las cosas son de un modo, pero podrían ser de otro. Hay algo del artificio, de la arbitrariedad de toda convención, que me dejó marcada. Pero la facultad no deja de ser una institución y por más que los profes copados pongan énfasis en la arbitrariedad de las convenciones, no dejan de sostener algunas, por ejemplo, qué vale o no la pena, qué es o no es literatura. Me costó salir de eso, del desprecio notable por la biografía de los autores, de la falta de consideración por la literatura de género, negra, verde, rosa, azul.

¿Qué maestros te marcaron?

Sería una lista interminable. Los autores que te nombré y además, en la facultad, quise mucho a Elena Huber, me deslumbró Beatriz Sarlo que, con esa ropa berlinesa era como una aparición de otro planeta, fue muy interesante Leonardo Funes en literatura española. Viñas, por supuesto, y Rolando Costa Picazo, porque nos explicó todo el sistema de referencias, las voces hablando.