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John Lennon/Plastic Ono Band bajo la lente de 2020

A 50 años del álbum que consagró al ex beatle como un artista completo. Con una mirada actual, un análisis de las canciones que hoy tienen tanta relevancia como en 1970.

Por Franco Rosso Lobo

11.12.2020

Ochenta años después de su nacimiento, 40 de su muerte y 50 del disco que lo presentó como un artista completo: John Lennon/Plastic Ono Band. Amparado por esta numerología nostradámica, Lennon habla a través del tiempo como si los planetas se alinearan. Desnudo figurativa y literalmente, arrastra dos personajes y dos sentimientos a nuestro presente; cuatro temas que, mientras el mundo sea tal, continuarán ocupando el inconsciente colectivo. Bajo la lente de sus propias canciones, ¿cómo viviría John Lennon el 2020?

Mother

Mother, why? (Madre, ¿por qué?). John y Yoko se responden en sus contrapartes de Plastic Ono Band. La primera, un sopapo que sangra grito primal. Más liberador que el kill your idols de “God”, porque implica aceptar que el amor de los padres, el amor incondicional, simplemente no está allí. Ono es salvaje. Continúan los alaridos con la pregunta lógica, inevitable, que pende como la espada de Damocles aún después de cualquier superación. ¿Por qué? Porque todavía se discute si la “Girl” ha de ser “Mother” para convertirse en “Woman”. Porque el sufrimiento se supone más honorable que la decisión sobre el cuerpo propio. No hay peor impotencia que la del reclamo a un fantasma. No hay frase que suene más a un cepillo de alambre restregándose contra la carne viva que “madre, tu me tuviste/pero yo nunca te tuve a ti”. No es difícil imaginar a la pareja como referente en la lucha por un puñado de derechos elementales (¿“Give IVE a Chance”?). Las campanas de “Mother” se desvanecen en la nada.

Isolation

Una cadencia de blues que gira sobre su propio eje. Inhala y exhala como el fuelle de un acordeón, pero con cada aliento está más cerca de caer al precipicio. Hasta que el abismo queda ahí nomás, a distancia de la insignificante onomatopeya de alivio, de respiro. Y vuelve sobre sus pasos para repetir el proceso. Así ondula “Isolation”. Como un mantra inconcluso al que hasta George Harrison habría resuelto en el estribillo. Sería optimista, lo adornarían los caños burbujeantes de “All Things Must Pass”. Así, también, es la rotonda del aislamiento. Que está presente, pero al mismo tiempo es engañada por patéticos intentos de vuelta a la “normalidad”. La incertidumbre se supone fatal: ¿quién garantiza el escape final de la Fase 1? Lennon no era optimista y, frente al aislamiento de cualquier tipo, mucho menos: “Le tenemos miedo a todo el mundo/miedo al sol”. Todos los males del universo pueden ser pasajeros bajo la mirada del astro, según George, pero John asegura que es el enterrador que supervisará el funeral. ¿Sueñan los beatlemaníacos con los álbumes de cuarentena de John Lennon? Uno por cada mes encerrado, con experimentos trascendentales, con colaboraciones improbables. Ya lo balbuceó la rocosa soberbia de Kanye West: “Supongo que nunca lo sabremos”.

Love

Si existe un registro perfecto de lo que se entiende —o nos hicieron entender— por amor, ese debería ser “John & Yoko”, del disco experimental Wedding Album (1969). El amor es un péndulo de gritos, de diferente entonación, pero siempre con el mismo mensaje: el nombre del ser amado. El amor, que tanto buscó Lennon hasta encontrarlo y hoy es protocolar; que por abrirse se encierra; que se escruta más de lo que se encuentra; que se exhibe en una vidriera polarizada como una zanahoria dorada. Apenas se puede oler, ni qué hablar de tocarla (Love is touch) o acercarse a ella (Love is reaching). El amor se parece más a la parte negativa de “Mind Games”; ya no es una respuesta, sino un reflejo pavloviano, un juego mental. “Love” hoy es tan pueril, ingenua, ridícula y cursi que lo hace parecer fácil. Olvida las danzas de apareamiento, los códigos, las palabras, los gestos, la paranoia. Tal vez esa sea la clave.

God

Último momento: Dios está muerto, pero esta vez es en serio. Nadie está mintiendo y lo que arde es el fútil infierno nietzscheano hecho realidad. La noticia llegó a las primeras planas del universo (paralelo); Dios se convirtió en Funko Pop. En efigie, en la estatua que reemplazará al Obelisco y la inscripción rezará las palabras inmortales de Lennon: working class hero. Como el beatle, será establishment, pero antes que nada, identidad; el concepto por el que se midió el dolor argentino. Es irresistible jugar, con la misma picardía de una anotación ilícita hecha pasión, el juego de los supuestos. ¿Qué pasaría sí…? Y puede rellenarse la frase con una plétora de situaciones. Después de Malvinas, después del gol a la madre patria de los fab four, ¿lo reconocería Lennon como la corporización definitiva de su superhéroe proletario? Si el dreamweaver que luego fue soñador no hubiera sido asesinado, ¿gozaríamos, a la manera de la foto apócrifa que lo pone junto al Che Guevara, de un encuentro? En su conciertos de 1986 en el Madison Square Garden, ¿incluiría el nombre de esta fuerza de la naturaleza en la lista de cosas que descree? Estaría a la altura de Elvis, de Dylan, de los Beatles, de Hitler, de Jesús y Buda. Pero en el presente alternativo, la muerte es igual de prematura. Lennon vive en un refugio en el interior de Japón. Ahora familiar con la obra de Luis Alberto Spinetta, podría decir que “todo gigante muere cansado de que lo observen los de afuera”. Sin embargo, elige palabras ajustadas: “no tengo más Dios.” Sueño, fantasía. Como el plan de Dios para los vivos. Quizás este sea el mundo que con “God” advertía a la distancia; la humanidad, una vez abandonada, se vuelve su propio todopoderoso.