Nuevos paradigmas

La influencia de Kate Bush a 35 años de Hounds of Love

El enigmático disco de la cantante y compositora inglesa suena más vigente que nunca. Esto se ve en cómo artistas de la talla de Lana Del Rey y Fiona Apple siguen la línea que Bush comenzó a trazar en 1985.

Por Franco Rosso Lobo

16.09.2020

¿Mi valor se basa en tu percepción?”, suspira Billie Eilish mientras desnuda su torso frente a cámara. Lentamente es absorbida por una masa negra y todo su cuerpo queda cubierto. “No es mi responsabilidad”, sentencia, ya que mucho se le ha preguntado por su look, más propio de un rapero que de una adolescente canónicamente bella y que, además, canta. ¿Qué esconderá debajo de esas bolsas marca Gucci? ¿Por qué el mundo tiene que privarse de conocer su cuerpo? Acaso esas fueron las preguntas de quienes hicieron circular en internet cientos de fotos tomadas sin permiso en la calle, en supermercados. Donde sea que la encontraran fuera de personaje. Eilish tiene 18 años. La misma edad, e incluso más exposición que Kate Bush cuando el meteórico suceso de “Wuthering Heights” llegó al mundo.

Desde ese momento fue que Bush enfrentó la realidad de una mujer pública. La tapa original del simple la enmarcaba del busto para arriba y con una malla de danza que poco libraba al azar. Su descontento con la imagen bastó para que la discográfica EMI la retirara del mercado y la publicación oficial se postergase hasta principios de 1978. Aquel primer contacto con el mundo definiría los años siguientes de su carrera como, según reflexionó en 1988 para la revista NME, “un cuerpo femenino” promocionado por la prensa. Irónicamente, fue esa misma publicación la que, casi una década atrás, había dado lugar a que sus redactores la vieran más como un par de tetas que como una artista.

Así fue como ninguno de sus logros entre 1980 y 1982 hicieron que se la tomase en serio. Se convirtió en la primera solista femenina de la historia del ranking inglés en llegar al primer puesto con Never for ever. EMI le otorgó total control creativo, sentándose así en la silla de productora. Apostó su cabeza y el éxito mainstream con la aventura alienada y violenta de The dreaming. Y ante la tibia recepción del público y la crítica, la otrora nena prodigio que cantaba para el corazón de Inglaterra, ahora que había crecido, no tenía más opción que volverse invisible.

Para ser “artista”, Bush necesitó tres años de reclusión en un granero, lejos de cualquier aparición en radio o televisión; necesitó construir su propio estudio, privilegio prácticamente inédito para una mujer en ese entonces; necesitó un disco optimista, que fuera experimental y complaciente en partes iguales. Necesitaba que Hounds of love fuera real, con todo lo milagroso que ello implica.

A 35 años de su publicación, Hounds of love suena más vigente que nunca. Arrancado de otra época que nunca es ayer, pero siempre es mañana. Un mañana prometido, donde el trato con Dios no es más que una utopía de los sexos. Es la comunión de los cuerpos. Es el arco y flecha que Bush toma como un cupido inverso. No para disparar amor, sino el paso siguiente: empatía plena. Para que cartas como la de Billie Eilish en Youtube no sean un acto de valentía, sino un síntoma de los tiempos de ayer y hoy.

Mientras tanto, la flecha sigue su viaje en las mujeres que desafían a su presente, como las que vienen a continuación.

Fetch the bolt cutters, Fiona Apple (2020)

La performance de cierre de las Olimpíadas de 2012, musicalizada con una nueva versión de “Running Up that Hill (A Deal With God)”, dejó en claro algo: la subida a la colina está pavimentada por personas que no pudieron correr. Cuando en “Fetch The Bolt Cutters” Fiona Apple cita a la canción que abre Hounds of love, lo hace con la misma conciencia (“Necesito subir por la colina/Y lo voy a hacer”). El karma no es nacer en los zapatos (¿o el cuerpo?) equivocados, sino lo que se hace con ellos. Y Apple logró encapsularlo en un disco de turbulencias internas. Doloroso como arrancarse las uñas, pero que hace las paces con una juventud carente de amor, sin dejar de mostrarle los dientes al mundo. Necesario y profético, como toda catarsis.

All mirrors, Angel Olsen (2019)

Para Angel Olsen el amor es un laberinto de espejos. Entre réplicas infinitas del pasado y el futuro, aparecen personas de la nada misma y explotan con crescendos inmensos. Aunque su voz sea más favorecida por la austeridad instrumental, esta vez Olsen optó por rebotar sobre colchones de teclados y cuerdas para traducir los recovecos amorosos. El resultado la encuentra detrás de una pared sonora inquebrantable que pasa de la chanson al lounge sin arrugarse el nuevo traje de diva. Tan delicado como poderoso.

MAGDALENE, FKA Twigs (2019)

Enfocada y con el alma en la mano, Twigs ataca la intimidad de una separación. MAGDALENE ostenta una pulcra sobriedad que la cantante inglesa se encarga de rellenar con su frágil falsete. Lo tuerce a favor para multiplicarse en coros alienígenas, dibujar viñetas melodiosas o crear ritmos glitcheados. Ocasionalmente, como sucede con “cellophane”, admite que un piano gotee sobre su lamento sólo para que la voz llegue mejor al corazón. Igual de transparente que el celofán que envuelve sus sentimientos.

Norman Fucking Rockwell!, Lana Del Rey (2019)

Norman Fucking Rockwell! es un antes y un después para Lana Del Rey. Por primera vez suena orgánica y presente, lejos de la pose noir de plástica neoyorkina. Ahora, la sangre que vomita su ya característica pluma se seca al instante bajo el sol californiano. Medita en los autos de Bruce Springsteen y en los bares de Joni Mitchell. Levita sobre el cartel de Hollywood mientras contempla las miasmas de la americana. Se casa con un piano más viejo que cualquier sugar daddy. Deconstruye su feminismo con el caos contradictorio de quien se conoce a la perfección. Y, en el medio, deja su huella definitiva con un álbum maduro y sensible que no le teme a la carne viva. Lana podrá abusar de su imagen de Norma Desmond precoz, pero jamás dejará de documentar sus miserias como pocos saben hacerlo.

Aviary, Julia Holter (2018)

Aviary reverbera con la misma intensidad con la que retumbarían las paredes de una catedral hecha de cristal. Como si estuviera en el medio del bosque y fuese domingo de misa. Los cuernos de Julia Holter vibran cual druida en un colisionador de hadrones. Superpone capas de violines con cantos gregorianos; pinta atmósferas del universo de Björk con la misma muñeca de Friedrich y orquesta un ejército de órganos ancestrales. Incapturable y osada, Holter tira por la borda lo poco que había de amistoso en Have you in my wilderness (2015) y abre la peligrosa puerta del maximalismo.

Fotografías tomadas del libro Inside the rainbow, de John Carden Bush