Portrait

Marco Sanguinetti: el compositor enamorado

Cuando lava los platos escucha cosas increíbles. Cuando tenía ocho años se le ocurrió que quería aprender a tocar el piano. El porqué es medio un misterio, porque en su casa no había piano ni herencia musical alguna.

Por Agustin Seijas

15.09.2019

A principios de la década del ochenta vio a Freddie Mercury tocando "Bohemian Rhapsody" por la tele y algo trastocó su existencia. Sus padres aceptaron enviarlo al Conservatorio Beethoven para que tomara clases de piano. Mientras aprendía partituras de música clásica, su mirada estaba cautiva de su profesora. Todo lo hacía por ella, su esfuerzo y dedicación la tenían como única merecedora de los logros alcanzados, convirtiéndose en una suerte de niño prodigio gracias al primer amor de su vida. Los del Conservatorio le dijeron a sus padres que tenía condiciones y le compraron un piano de estudio que, entre sogas y escaleras, subieron hasta el departamento familiar del sexto piso. Marco tendría piano para la eternidad, pero la eternidad duró sesenta días, hasta que su profesora se casó y lo abandonó para irse de luna de miel. Con el corazón tecleando en llanto desanduvo el camino a casa desde el Conservatorio con la rotunda idea de que jamás volvería a tocar el piano. Durante dos años no tomó clases. Pero como aquel piano ya era una inversión, cada tanto, debía usarlo aunque más no fuese para recompensar el regalo. Con los conocimientos que había adquirido durante su novela romántica empezó a disfrutar de un período de libertad total, a moverse dentro de una zona liberada de composición instintiva. Tenía nueve años y empezaba a jugar con su piano de manera autodidacta. Quizás sea por eso que hoy, quien fue reconocido por la prensa internacional como un “impulsor de un nuevo género dentro del jazz”, se considera y piensa más como compositor que como pianista, porque ese es su verdadero interés.

¿Qué relación existe entre la música y el tiempo?

Toda la música se relaciona con el tiempo. Porque la escucha musical está relacionada con el tiempo absolutamente. De hecho, uno nunca escucha lo que está escuchando. La sensación de la escucha musical tiene que ver con la intersección entre lo que uno ya escuchó y lo que que va a escuchar. Quiero decir que, cuando escuchás un tema de los Rolling Stones, por poner un ejemplo, a medida que vas acumulando lo escuchado, todo eso va generando sensaciones por la acumulación de cosas escuchadas. Si escuchás sólo el primer acorde de Start me up por ahí no te pasa nada. Necesitás escuchar por lo menos tres acordes o 20 segundos para empezar a tener esas emociones que te produce esa experiencia musical. Por eso es que la música necesita del paso del tiempo, pero lo más interesante para mí es que cuando uno ya conoce lo que está escuchando, se crea la expectativa de lo que va a seguir. Y esa mezcla entre la expectativa por lo que va a seguir con lo que uno fue acumulando genera un placer musical muy particular. Por eso es que cuando uno escucha temas de forma repetida, los empieza a disfrutar más. Por el contrario, cuando uno escucha un tema por primera vez, no entiende mucho lo que está pasando. Entonces la escucha musical nunca es el presente, siempre es una mezcla entre el pasado y el futuro. Y me parece que eso, en algunas composiciones musicales, está desarrollado especialmente.

PH: Nicolás Trombetta

¿Qué definición tenés de la música como arte?

Mi problema para responder esto es que yo me dedico a la música. Entonces decir que la música es un arte me parece menospreciar a la música, me parece poco. Para mí es la vida, no podría decir que es arte. Me parece que, en relación a las otras formas de expresión del ser humano, la música tiene algo particular que es una forma medio extraterrestre. A pesar de que paso todos mis días involucrado en esto, todavía me sigue sorprendiendo. Es una forma de hacer algo totalmente intangible, que tiene esta situación atemporal de no saber si pasó o si va a pasar…. Incluso, las formas de documentar o de escribir la música son muy extrañas. Si observás una partitura, podría tranquilamente ser una escritura marciana. Me parece que la música es algo sumamente humano, pero a la vez sospecho que proviene de otra galaxia. Y es bastante más sorprendente que las otras formas de expresión. E insisto, a mí me parece poco decir que la música es un arte. Para mí la música es una necesidad, es la energía que pone en movimiento mis órganos.

¿Los animales generan música?

Yo quiero pensar que sí. Hay muchas investigaciones sobre eso y en la mayoría de los casos las conclusiones son bastantes positivas. Casi una capacidad artística, emotiva y emocional en esa forma de expresión por más que sean animales.

¿Existe una música más sofisticada que otra?

No. No acuerdo con esos conceptos acerca de “música buena” o “música mala”. Depende de quién escucha. Por ejemplo, yo no escucho reggaetón, no me produce ningún placer, pero creo que el reggaetón emociona a mucha gente y eso ya la convierte en una música buena. Creo que la música es algo tan bueno que no aceptaría la idea de la existencia de una música mala.

¿Cambiaron la costumbre o los rituales al momento de escuchar música?

Hay un cambio rotundo. En los siglos XVIII y XIX los músicos románticos escribían una obra, y la gente iba a escucharla y probablemente fuera lo único que escuchaban ese año. Ahora abrís Spotify y mientras estás escuchando un tema, que no dura más de dos o tres minutos, sabés que después tenés otros tres millones de temas para escuchar. Entonces, la ansiedad te come y el modo de consumir es efímero porque se construyó una cultura de la ansiedad que no sólo se circunscribe a la música sino a todo.

¿Crees que eso aplica al arte pictórico también?

Con el arte pictórico pasa algo muy interesante y es que, en principio, todos consideramos que es una pieza estática que se visita rápidamente, la ves un instante y listo. Y la verdad es que también necesita un tiempo de asimilación, en nuestros órganos sensoriales, hay mucho más de lo que se ve en una rápida pasada. Y pensando en las nuevas generaciones, pienso que aprender a tomarse el tiempo para disfrutar de las cosas puede llegar a ser una nueva capacidad o habilidad que antes no la considerábamos como tal.

¿Hay factores o condicionamientos situacionales que te permitan disfrutar de una mejor manera la música?

Sí, eso tiene que ver con la historia de cada persona, con cómo cada uno está preparado para encontrarse con esa obra. Y eso aplica tanto para alguien que va al Teatro Colón como para el que va a escuchar reggaetón. Si no te identificás con esa cultura o con esos ritmos, seguramente no vas a apreciar la música de igual manera que alguien cuya experiencia cultural esté asociada a ella.

¿Cómo sería el clima ideal para escuchar y disfrutar tu música?

Creo que mi música se debería escuchar con las luces apagadas, sin estímulos visuales, porque es una música evocadora de imágenes. Trataría de poner mi cuerpo y mis sentidos en posición horizontal, acostado. Y me parece que en general es bueno combinar la escucha musical con el consumo gastronómico. Por ejemplo, lo mío puede ir bien con los chocolates y el whisky. Preferentemente, sin auriculares porque generan una presión sobre la cabeza que molesta y ni hablar de los que van adentro del oído. Para ello habría que acallar a los vecinos.

¿Se disfruta diferente la música en vivo?

Claramente es más disfrutable. Yo creo que es sorprendente, casi mágico, ver a un ser humano tocar música en vivo. Por otro lado, la comunión de un grupo de gente que decide hacer silencio absoluto para escuchar lo que se está tocando, también genera una sensación muy particular.

¿Qué músicos te gustan por cómo manejan la cuestión del tiempo en sus creaciones?

Pertenecemos a una generación en la que sólo por ser hombres y tener más de 40 hemos escuchado rock sinfónico progresivo. Me parece que en todas esas bandas de los 70 que hacían temas de 15 minutos la cuestión del tiempo estaba muy presente. Yo me siento muy influenciado por Genesis, por ejemplo. Elaboraban el momento que te iban a hacer sentir. También me gustan mucho las improvisaciones largas de piano de Keith Jarrett. No cuando duran tres minutos... ahí no le creo mucho. En cambio, cuando el tipo se cuelga y está 20 minutos tocando, yo ahí creo que logró meterse en un trance y empezó a tocar cosas que lo superan. Hay un disco de Jarrett que tiene dos temas nada más, uno dura 20 minutos y el otro 40, es el concierto en Viena de 1991. Eso me parece que es así de bueno por el tiempo que dura. Después, me parece muy interesante en la música pop, como casi en el menor tiempo posible, a veces se te entrega todo. Esto pasa con Prince o Radiohead.

PH: Nicolás Trombetta

Tenés una frase muy llamativa en tu web que te presenta como “impulsor de un género dentro del jazz”, ¿a qué refiere?

Alguien dijo eso sobre mi música y yo obviamente lo puse en mi página web porque me pareció fantástico y no lo dijo mi mamá. Lo dijo un crítico de jazz de Estados Unidos de un sitio que se llama All About Jazz. Jamás en mi vida estudié jazz, toco en el circuito de jazz medio de casualidad, quizás porque el oyente de mi música sea el mismo que el de jazz, pero mi música no es jazz en términos de swing y tradición. El que quiera ir a escucharme y piense que va a mover la patita no le va a pasar eso, en todo caso se va a deprimir. Pero, por otro lado, en mi música hay algunas características que parecen propias del jazz moderno, entonces estos críticos que no pudieron descifrar muy bien qué es, lo definieron como un nuevo género dentro del jazz.

¿Cómo se generó tu vínculo con la danza?

Fue muy casual. Me convocó por primera vez una coreógrafa-bailarina, Inés Armas. Yo en ese momento no tenía ni idea de la danza, me aburría el ballet, era un mundo que ignoraba. Y a partir de una primera experiencia haciendo música para danza contemporánea, quedé absolutamente involucrado. Ahora no puedo vivir sin la danza.

¿Hay una crítica buena en la Argentina?

Sí, los críticos de esta música no comercial, en un circuito muy chiquito, tienen pocos espacios masivos para expresar sus opiniones. En general son tipos que escuchan mucha música, que saben, y sin embargo no hay un espacio fuerte donde puedan hacer valer todo su conocimiento. Hay algunos críticos interesantes y muy lúcidos, y hay otros más conservadores, encasillados, que no valoran algunas cosas.

¿Cómo se gana dinero con la música?

Claramente ya no se gana plata vendiendo discos, ni siquiera a través de los grandes sellos discográficos. La mayoría de los músicos se dedican a dar clases como medio de supervivencia. Me parece que lo que deberíamos lograr es recibir dinero por tocar en vivo. Es el camino posible: salir de gira y dar shows. En mi caso, yo no puedo tocar siete veces por noche como un grupo de cumbia porque vendría una sola persona a verme en cada show. A lo sumo puedo tocar dos veces por mes. El desafío es empezar a poner en movimiento ese engranaje. En los últimos años he empezado a ir a otros países a tocar, especialmente a Estados Unidos y espero que eso siga creciendo, porque sé que quedándose en Argentina la música no va a ser redituable.

¿Está todo inventado en la música?

No, para nada.

¿La música se puede pensar desde un criterio etario o étnico para venderla fácil?

Me parece que hay gente que sabe hacer eso. Yo no tengo esa capacidad y tampoco me interesa hacerlo. Jamás podría corromper mi proyecto musical para obtener dinero. Para eso prefiero hacer otro negocio, abrir un bar o cualquier cosa.

¿Tenés alguna remera de un músico o una banda?

Creo que tengo una remera de Radiohead. Lo que sí tengo son tapas de discos colgadas en las paredes de mi casa. Allí están Spinetta, Charly García, Pink Floyd, Stevie Wonder, Beatles, David Bowie, Miles Davis, Stravinsky y, por supuesto, Radiohead.

¿Cómo es tu proceso de composición?

Va cambiando. He tenido casos de volver a mi casa con una idea en la cabeza y sentarme en el piano y empezar a traducir lo que había estado pensando. Otras veces viajando, se me van ocurriendo cosas y las voy grabando en el celular. Hay ocasiones en que sencillamente me siento frente al piano y me digo: “tengo que componer”. Y empiezo a armar algo ahí, en el momento. Lo que sí es cierto es que todo requiere después mucho trabajo, amasar todo lo que traje de mi viaje. No tengo muchos recuerdos de cosas que me hayan surgido de manera instantánea. Sí me ha pasado en el mundo de la danza, de improvisar con los bailarines mientras estiran o hacen alguna práctica. Y en esas improvisaciones, tal vez inspirado por los movimientos de los bailarines, surgen ideas nuevas.

¿Cuál es el sonido de la naturaleza que más te conmueve?

Me gusta mucho el sonido del agua, del río o del mar. Pero yo tengo una experiencia más de vida con el agua del río, de la montaña. Es algo para mí muy presente como sonido de la naturaleza. Los sonidos que produce el viento son también muy atractivos, aunque no son del viento sino de las cosas contra las que golpea el aire. En realidad, eso refiere más al sonido del pasto, de las piedras o de los árboles.

Y en tu casa, ¿cuál es el que más te asombra?
Cuando lavo los platos escucho cosas increíbles. Cuando se junta un poco de agua en el lavatorio y después hay elementos que empiezan a flotar y se golpean, y hacen todos distintas notas. Tengo unos bowls de cerámica de unas dimensiones que provocan sonidos raros y si tienen un poco de agüita adentro cambian la nota al moverse. Me pasa cuando cargo la pava de acero inoxidable, al golpear levemente sobre el borde, el acero hace otro sonido que tiene que ver con el agua que está cambiando de nivel. Tengo pendiente grabar esos momentos.

¿Cuál es el ruido que más te molesta?

El de los vecinos. Cualquier ruido que hagan me molesta. Desde gemidos sexuales hasta la música que estén escuchando en un volumen alto. Pará, voy a corregirme: el sonido que más odio es el de la televisión. Yo no tengo tele en mi casa, y cuando escucho la televisión de mi vecino, quiero ir y asesinarlo. Si alguna vez termino preso será por eso: por la tele de mis vecinos.