Visitamos el museo ubicado en la Quebrada de Huichaira que cuenta con una de las más importantes colecciones de fotografía del país
Por Martín Bonadeo
14.02.2023
Quiero empezar esta charla preguntándote por tu relación con el lugar maravilloso en el que está emplazado el Museo en los Cerros (MEC)
Tengo mucha afinidad y atracción por el Norte, desde chico, me siento cómodo entre sus comunidades, entre su geografía repleta de color. Los busco con los ojos y con la respiración. Necesito su música. Fue el primer lugar al que viajé solo y me emocionó inmediatamente. Después anduve muchos años por el mundo, tuve experiencias valiosísimas, pero siempre había algo que me hacía volver a la Quebrada, a la Puna.
En un momento, cuando iba avanzando con la fotografía, sentí la necesidad de vivir ahí en Tilcara un tiempo para hacer un trabajo más comprometido. Estuve 3 años. Un día, una familia muy querida me invitó a una fiesta, una celebración en la montaña, por el río Huichaira adentro. Cuando estábamos pasando por el lugar que hoy ocupa el museo vi una formación de cerros de arcilla de colores: rojos, morados y anaranjados que llamó mi atención. Empecé a preguntar sobre esa tierra, a averiguar porque me daba mucha ilusión ese lugar y de a poquito lo fui comprando y me fui a vivir ahí. Así llegué a Huichaira hace unos 25 años. Con el tiempo, me pareció que era interesante tratar de hacer un museo más o menos razonable, austero, sencillo, pero bien hecho en el medio de la comunidad. Era algo insensato, pero fueron pasando cosas que acompañaban y fortalecían esa idea. Aparecieron personajes que eran ángeles que la confirmaban. A veces dudaba pero era un sueño. Instalar el museo de fotografía en Buenos Aires, Mendoza o Córdoba (donde hay un movimiento cultural más fuerte) era lo más lógico, pero yo quería hacerlo ahí. Y así fue como terminamos haciendo el Museo en los Cerros.
Y, ¿Cómo se formó la colección? ¿Existía o se fue armando junto con el museo?
Cuando empezamos a pensar en el museo, nos pusimos un presupuesto que nos alcanzaba para hacer un proyecto edilicio contratando un arquitecto idóneo que fuera respetuoso del patrimonio, del lugar y de sus ritmos. Con ese mismo dinero podíamos armar una muy buena colección de fotografía argentina contemporánea. Elegimos hacer el edificio y nos animamos a pedirle las obras a un grupo de fotógrafos. Con dos o tres artistas que respeto mucho y fueron guías en la fotografía para mí, hicimos una lista de 40 autores posibles. De a poquito, como un trabajo de hormiga, fui escribiendo cartas contándoles la idea y todos respondieron muy amablemente colaborando y donando su obra como apoyo al proyecto. La colección se armó de esta forma. Los primeros en donar fueron amigos míos como Marcos López, Julieta Escardó o Pablo Cabado y fueron un cimiento inicial porque, ya convencidos del proyecto, me ayudaron a convencer a otros de sumarse a la colección.
¿Cómo dialoga el museo con la viña que está en el terreno?
Esa tierra históricamente era un espacio de cultivo de maíz y duraznos que estaba abandonado. En un momento vimos que los vecinos estaban poniendo viñedos y Sofía, mi mujer que trabaja en una bodega, me venía diciendo que pongamos vid. Hay una tradición en Salta de monjes que trajeron la uva y la cultivan. Entonces nos pareció que estaba bien plantar media hectárea para producir vino y de paso para darle mas vida al terreno.
Pienso en la relación vid-arte que también se da en el museo de James Turrell en la bodega Colomé en Salta. En vínculo a colección de arte y bodega.
Una vez en una comunidad en Bolivia estaba conversando con un arriero y me contó que es costumbre llenar un recipiente en el ojo de agua de su casa antes de salir. Cuando se visita otro lugar, se vierte el agua de ese recipiente en el arroyo o en el ojo de agua del otro lugar. Él a eso lo llama "el casamiento de las aguas". Según me dijo: “se saludan las gentes y las naturalezas también se saludan". De alguna manera poner viña ahí, que es lo que hace mi familia, es parecido. Equilibra lo que hacemos con lo que ya existía.
La biblioteca me pareció uno de los espacios más mágicos del Museo. Siento que los libros replican algo de la intimidad del álbum de fotos.
Para mí, los libros son muy importantes. Son vehículos muy hábiles que llegan a gente que uno no conoce y que uno nunca va a conocer. El camino que se abren los libros por si solos me parece formidable. Uno los propone, uno los edita, uno los arma, pero llega un momento que el libro crea su propia vía. Me parece virtuosismo. Me la pasé la vida haciendo libros. Con esa alegría que siempre me provocaron mis libros, en el momento de hacer el MEC pensé en hacer un lugar cálido, con un hogar para prender un fueguito, sentarte en uno de los sillones y ver buenos libros. Esa era la idea. Cuando llegó Juli (Escardó), empezó a hacer con nosotros talleres de fotolibros y se convirtió en la editora de la pequeña editorial del museo que completa de algún modo la biblioteca.
Quiero que me cuentes cómo pensaron el equilibrio para ser un espacio abierto al público cerca de un circuito turístico sin que se llene de gente.
El museo está en una comunidad andina, da familias mayormente Coyas. Están acostumbrados al ritmo tranquilo de esa quebrada. Algunos son pastores y tienen animales, otros tienen pequeños cultivos, hacen sus ceremonias, se visitan como vecinos, comparten esa tierra con calma y sin ansiedad. A la hora de comunicar el museo, una de las premisas fue no hacer publicidad para no ser disruptivos con ese entorno, ni con su ritmo. El que tiene que llegar, llega. A veces hay gente querida o conocida que me dice: "Mira, no llegué", "Se nos complicó", "No pudimos pasar" y creo que por algo no llegaron. Por ahora el ritmo de gente que viene es tranquilo y así lo queremos conservar. Es como si cada persona que se acerca fuese especial, como si largas trompetas o erkes anunciaran su llegada. Si nos pide venir un grupo de más de 30 personas, por ejemplo, le pedimos que vengan en dos sub grupos mas chicos para alentar una experiencia más íntima de la gente con el espacio. Pensamos en el lugar como un Museo-Territorio, adonde el arte y la naturaleza conviven de una manera directa, conmovedora, expandiéndose de todas las formas posibles.
¿Por qué elegís compartir ese espacio tan íntimo con otra gente?
Cada uno sabe qué recibió. Para mí haber conocido ese lugar es un enorme privilegio, haber fotografiado su gente es una responsabilidad, su vida cotidiana, la confianza que me dieron para mostrar sus imágenes por galerías y museos del mundo, al final el Museo en los Cerros es un trueque: es dar algo a cambio de eso que recibí. Es eso. Un intercambio muy amoroso. El museo de alguna manera es una ofrenda. Con un enorme respeto a la palabra ofrenda y con humildad hacia ella. Es una manera de ofrecer algo por todo lo recibido.Ese oratorio es muy estructural en todo sentido. Desde lo concreto y desde lo abstracto es la columna vertebral del proyecto. Desde la primera persona que conocí de la comunidad, entablé con ellos una relación de familia. Cuando vi la formación de cerros de arcilla que te conté, Venancio me dijo que él había nacido y se había criado ahí. Me contó que había un oratorio antiguo -de unos 150 años- en ese lugar y que estaba abandonado. Antes, cuando los arrieros subían por el río, pasaban por el oratorio a rezar, traían sus imágenes y peregrinaban con ellas. En una conversación muy inicial yo le dije "si logro conseguir este lugar, ustedes se vienen conmigo acá" y él enseguida me dijo que sí. Cuando se pudo comprar, lo primero que hicimos fue recuperar ese oratorio y de ahí fuimos sumando algunas imágenes de patronos del lugar. Ese oratorio es muy importante para nosotros como familia. Ahí nos comprometimos y ahí bautizamos a nuestros hijos. Es un lugar de mucha introspección y de intimidad donde suceden un montón de cosas. Cada tanto hay peregrinaciones pequeñas entre los vecinos que traen sus imágenes, se sahuman, se bendicen con los cuartos de los cabritos, con la sangre, son momentos compartidos entre vecinos, jornadas de rezos abiertos, de sonrisas y de saludos a la Madre Tierra.