Nuevos paradigmas

Jorge Carrión: “Quiero creer que los libros van a seguir activos en todo el siglo XXI”

Conversamos con el escritor y crítico español sobre sus intereses, el rol que cumple -o no cumple- el periodismo cultural en la actualidad, la influencia que tiene la viralidad, la metamorfosis de la industria pornográfica, su defensa de las librerías y cómo escribió Membrana.

Por Federico Ferrari Sánchez

08.11.2022

Jorge Carrión es un escritor y crítico cultural que se interesa por un amplio espectro de temas. Desde literatura, series, cómics y librerías hasta plataformas, algoritmos y la Rosalía. “Parecen muy desconectados, pero dentro de mí tiene coherencia. Todo tiene que ver con la migración y el viaje. Soy hijo de andaluces que emigraron a Cataluña. Parte de mi familia también lo hizo a otros lugares: Argentina, Australia, Alemania. Mi interés por el movimiento se expande a muchos territorios”, explica.

Nació en Tarragona, España, en 1976. Es doctor en Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, en la que co-dirige desde hace 15 años el Máster en Creación Literaria de la Escuela de Management. Vivió en Buenos Aires, Rosario y Chicago y actualmente reside en Barcelona. Ha colaborado en medios como The New York Times, Revista Anfibia y El País. Hoy tiene una columna en la sección de opinión en español del Washington Post y La Vanguardia. Curó exposiciones y también incursionó en formatos digitales: en 2020 lanzó Solaris, ensayos sonoros, un podcast con tres temporadas en el que analiza temas de la realidad que probablemente sean “la vanguardia del provenir” como computación cuántica, algoritmos creativos, hongos, agujeros negros, poliamor, cultura de la terapia, entre otros. Lleva publicados más de dos decenas de libros en distintos géneros: novela, ensayo, literatura de viaje, novela gráfica, crónica. Entre los más recientes, se encuentra Lo Viral, un falso diario escrito en los inicios de la pandemia en el que aborda la viralidad biológica y digital; y Membrana, una novela ambientada en el año 2100, que está estructurada como el catálogo de una exposición y escrita desde la perspectiva de unas inteligencias artificiales que narran acontecimientos que se dieron durante este siglo y la evolución del vínculo entre los humanos y la tecnología.

Hablamos con él acerca de sus intereses, el rol que cumple -o no cumple- el periodismo cultural en la actualidad, la influencia que tiene la viralidad, la metamorfosis de la industria pornográfica, su defensa de las librerías y cómo escribió Membrana.

Desde hace tiempo escribís sobre literatura, series, viajes, pero en los últimos años has abordado cada vez más temas en relación a la tecnología y las plataformas. ¿A qué se debe?

Fue una evolución. Empecé por formación humanística e interés personal fijándome en las obras y poéticas. Empecé a leer a Borges porque me enamoré de Ficciones, a Cortázar por Rayuela. Después fui ampliando a obras completas y estudié a Sebald, Susan Sontag, Walter Benjamin. Con los años, pasé de la obra individual a las estructuras de conocimientos que las contienen, que primero fueron las librerías, después las bibliotecas y ahora las plataformas. Si hace diez años me fascinaban Los Soprano o The Wire, ahora me interesa más ver cómo funcionan Netflix o HBO.

En 2019, publicaste un artículo en el New York Times en el que definiste como “objetos culturales vagamente identificados” a manifestaciones relevantes que no son reconocidas como parte del canon cultural de esta época. Incluiste una lista de reproducción, un podcast, un tweet, entre otros. Luego en el Washington Post sostuviste que no existe una crítica cultural que los analice ¿Crees que hay un prejuicio?

El periodismo cultural sigue siendo demasiado fiel a las secciones que se impusieron en el siglo XX. Sobre todo la literatura, pero también la música, el cine, el teatro, la danza, el arte contemporáneo en menor medida y poco más. Apenas se habla del cómic o videojuego pese a que ya han sido objetos de exposiciones en museos importantes y son lenguajes canónicos, diría que clásicos. Debería entenderse de un modo más transversal, comparatista y relacional, e incluir todo aquello que tiene que ver con la cultura en un sentido más amplio, que va desde las stories de Instagram o las listas de reproducción hasta los propios algoritmos. Amazon, Netflix y Spotify son agentes culturales de igual o más importancia que el MoMA, el MALBA o la Editorial Planeta.

En Lo Viral planteás que la viralidad está monopolizando las industrias culturales. ¿Lo creés así?

Todo está atravesado por la viralidad en acto o potencia. Hay editoriales todavía que no miran el número de seguidores en redes de los autores que van a publicar y otras que sí. De hecho, se ha creado un mercado paralelo de productos editoriales que son derivados de canales de YouTube o de cuentas de Instagram. Cada vez es más decisivo. Hay que ver hasta qué punto se va a mantener un cierto equilibrio como existe ahora entre la cultura clásica, que no está pendiente de ese tipo de factores de cantidad, y la viral.

¿Cómo crees que deben posicionarse los autores y creadores frente a esta cuestión?

La clave es la naturalidad, que te sientas cómodo en las redes sociales, que puedas aportar algo mínimamente en ellas, y que encuentres el modo de crear una marca, no en el sentido comercial de la palabra sino en el más literal: algo que deje rastro, que marque por el tono, la mirada o lo que fuere. Va a ser muy difícil para los jóvenes autores y autoras publicar si no están en redes. Ahora mismo todavía hay muchos casos de personas que publicaron su primera novela sin estar en ellas y han tenido éxito. También hay quienes tienen muchos seguidores pero después su novela no tiene ningún tipo de repercusión. Estamos en un momento de tránsito, en el que todo es muy inestable y mutante.

¿Hay una legitimación todavía vinculada al soporte físico?

Todavía se imprimen vinilos y, de hecho, están en auge. Es una forma de distinguir un álbum. Esa idea de marcar las cosas es lo que de pronto hace que los libros en Amazon autoeditados no funcionen, porque no tienen ese tipo de aura o marcador que tiene el papel o la editorial o la circulación en el ámbito clásico de los centros culturales.

En Solaris afirmas que la industria pornográfica es una de las más significativas de nuestra época. En Membrana se dice que tuvo un gran crecimiento en las primeras décadas de este siglo. Pienso en el auge que tiene hoy una plataforma como Onlyfans. ¿Cómo ves este fenómeno?

La pornografía es un campo fascinante de la realidad, como ya dejó en claro Susan Sontag. La industria ha sufrido una metamorfosis brutal con internet y la digitalización. Por un lado, por la precariedad, y por otro, por la autoproducción. La estructura geométrica más propia de nuestra época es la red y el gesto mínimo es el selfie. El hecho de que todo el mundo tenga las herramientas para grabarse, filmarse, documentarse, y también para exhibirse, ha hecho que se haya expandido a muchos más territorios de la realidad de los que estaba. Antes estaba en el cine porno, parcialmente en los videoclips, en una serie de zonas. Ahora está en muchas otras: desde el selfie erótico y desnudo hasta cuentas de Twitter, Onlyfans, Instagram, en diferentes grados. Y se puede generalizar: nuestra época es profundamente pornográfica en el sentido que mostramos un porcentaje de nosotros mismos muy superior al de nuestros antepasados; no solo de la piel, también las emociones, la vida intelectual, profesional y sentimental.

En Membrana se narran distintos hechos que ocurren a lo largo del siglo actual. ¿Cómo los pensaste?

La escritura no fue nada intelectual sino que apasionada e inconsciente. Son temas que ya había pensado. Llevo veinte años leyendo sobre teoría del turismo, diez sobre ciencia y tecnología. Es una novela de cronologías. De cada aspecto de la realidad, tiro de un hilo: la sexualidad, la informática, la biología.

Plantea un futuro sombrío en el que estaremos gobernados por la tecnología. ¿Lo ves así?

No está escrita desde lo que yo pienso sobre el mundo. De hecho, estaba en contra de escribir en primera persona desde el lugar de un genocida y, de repente, he escrito una novela desde la perspectiva de unas genocidas. Es una distopía pero el tema es que todo es verosímil por el lugar de enunciación. A ellas (las inteligencias artificiales que narran la historia) les interesa defender que la única vía de futuro es la transferencia del gobierno a los algoritmos. Yo en cambio pienso que es la biología, el biocentrismo. Este libro es una ficción con unas narradoras muy particulares que piensan de un modo que no me presenta.

Un hecho interesante que cuenta la novela es que el libro de papel sobrevivió durante todo este siglo. En Lo Viral decís que tu defensa de las librerías es para que tus hijos y tus nietos puedan encontrar el mismo refugio que vos encontraste en ellas. ¿Crees que podrán permanecer en el futuro?

Quiero creer que los libros van a seguir activos en todo el siglo XXI, pero es posible que con los neuroimplantes o las biolentillas no sea así. Efectivamente llevo a mis hijos a las librerías y bibliotecas porque pienso si un niño de seis años se enamora de ellas ahora, en el siglo XXII tendrá ochenta años y todavía estarán vivas. Pero también recuerdo que mi madre me llevaba a catequesis, a misa los domingos, al cementerio periódicamente, y yo hace años que no voy a ver las tumbas de mis abuelos y no piso una iglesia. Entonces es muy posible que mi deseo fracase y que mis hijos encuentren otros caminos y sus propias mitologías.

Ese deseo lo “militás” con libros como Contra Amazon, que publicaste en 2019, en el que defendés la permanencia de las librerías frente al avance de estas nuevas plataformas.

Es una defensa de que los dos mundos estén en un cierto equilibrio, que lo digital no suplante definitivamente a lo físico. Somos cuerpos, si algún día somos conciencias flotando en el ciberespacio ya veremos. Ahora somos piel, contacto y espacios físicos.

Fotos gentileza Galaxia Gutenberg.