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Summer of Soul: rescate emotivo

El film dirigido por Questlove, ganador en la categoría Mejor Documental en los Oscar 2022, recupera el Festival Cultural de Harlem que tuvo lugar en 1969, el mismo verano que Woodstock.

Por Pablo Strozza

12.04.2022

Ambas son citas clásicas de los pronósticos previos a toda entrega de los Premios Oscar. Una es, palabras más, palabras menos, “La película ganadora”. Y la otra, que funciona muchas veces como antítesis, es “La película que debería ganar”. Este año, en el rubro documental, ambas coincidían y daban como favorita a Summer of Soul (…Or, When the Revolution Could Not Be Televised). Por eso, al momento de escuchar la archi gastada frase “And the Oscar goes to…”, que el nombrado haya sido el largometraje dirigido por Ahmir “Questlove” Thompson fue, para todos, un acto de justicia de esos que no abundan en esta clase de, a esta altura, innecesarias contiendas más auto celebratorias que artísticas. Y un festejo similar al del año 1996, cuando When We Were Kings, ese excepcional testimonio sobre el combate de box por el título mundial de los pesos pesados entre George Foreman y Muhammad Alí, que se llevó a cabo en Zaire, en 1974, y que fue dirigido por Leon Gast, se alzó con el mismo premio, en el mismo lugar.

La historia por detrás de Summer of Soul es irresistible. En 1969, en los fines de semana situados entre los días 29 de junio y 29 de agosto (en pleno verano boreal), en el Mount Morris Park de Harlem, Manhattan (hoy rebautizado como Marcus Garvey Park), se llevó a cabo el Festival Cultural de Harlem. El reverendo Jesse Jackson, B.B. King, The 5th Dimension, Stevie Wonder, Gladys Knight and the Pips, Abbey Lincoln y Max Roach, Mahalia Jackson, Ray Barreto, Hugh Masekela, las hermanas Staples, Nina Simone y Sly & The Family Stone fueron algunos de los músicos que se presentaron en vivo ante una audiencia que, sumadas todas las funciones, llegó a las 300 mil personas. Todas esas presentaciones fueron grabadas por las cámaras del productor Hal Tochin. Pero como unos días después (entre el 15 y el 18 de agosto de ese mismo año) se llevó a cabo el Festival de Woodstock, este evento quedó opacado, y las cintas que registraron este acontecimiento, histórico para la cultura afro americana, estuvieron perdidas por cincuenta años. Hubo una digitalización de esas cuarenta horas de material en el medio, idas y venidas, hasta que en 2018 todo cayó en manos de Questlove (baterista del combo de hip hop The Roots, que es la banda estable del programa televisivo de Jimmy Fallon). El músico le preguntó por el evento tanto a Spike Lee como a Nelson George: ambos lo desconocían. Ahí fue que se dio cuenta que un documental sobre el Festival Cultural de Harlem tenía que ser su debut como director. Y no se equivocó.

El primer acierto de Questlove detrás de cámaras tiene que ver con el título de una de las canciones más famosas de Sly Stone: “Soy una persona común”. Y es que la mayoría de los testimonios, actuales y pasados, que aparecen relacionados con el festival son, precisamente, de asistentes. Personajes anónimos que fueron al Mount Morris Park a escuchar música con pares, con personas iguales a ellos, que por ese hecho no iban a mirarlos con aires de falsa superioridad y tratarlos con desprecio legal. Mujeres que en ese momento eran adolescentes y que le mintieron a sus padres para poder ir a ver a Sly, rostros conmovidos en el momento en el que el góspel era amo y señor del escenario, hombres que afirmaban con orgullo que para ellos era más importante la música que el alunizaje de la Apollo XI, ya que con ese dinero se podía asistir a los pobres del lugar. La verdadera mayoría silenciosa, que había sufrido golpazos con los asesinatos del Dr. Martin Luther King y de Malcolm X, se expresaba con más armonía y tranquilidad que la multitud blanca que se daba cita en la granja de 240 hectáreas de Bethel para “Tres días de paz y amor”.

Sly & The Family Stone, la banda adelantada a todo, con sus pilchas psicodélicas, su formación mixta y multirracial. Gentileza Star+.

El segundo pleno es el rescate de la figura de Tony Lawrence, el maestro de ceremonias de cada una de las jornadas. Sus vínculos con John Lindsay, el alcalde republicano de Nueva York por aquel entonces, fueron claves para la organización, la gratuidad y los sponsors del Festival. Verlos a ambos en el escenario aplaudidos por la multitud, e intercambiando sonrisas innegables entre ellos, desmiente que la política haya tenido un interés turbio en el acontecimiento. Asimismo, su formación eclesiástica lo dotó de un carisma inigualable, como cualquier predicador estadounidense que se precie de tal: la envidia de muchos políticos aquí, allá y en todas partes. Su supuesta muerte al momento del estreno del film (noticia publicada por Rolling Stone) no hace más que agigantar su mito.

Y el tercero, claro, es la música. Ver a B.B. King… ¡flaco y de pie!, sacándole sonidos extraterrestres a su legendaria guitarra Gibson Lucille en “Why I Sing The Blues”. A Mavis Staples y Mahalia Jackson en un dueto devocional que convierte a la religión hasta al más ateo. Observar a Stevie Wonder dándole duro y parejo a la batería, en ese momento anterior a transformarse en ese artista que en los años 70, como Neil Young o David Bowie, no tuvo un disco menor a los 10 puntos. O The 5th Dimension y su hitazo extraido del musical Hair “Medley: Aquarius / Let the Sunshine In (The Flesh Failures)”, cuya segunda parte es coreada por todas las hinchadas de fútbol de la Argentina (por ejemplo “Soy del Rojo, soy del Rojo, del Rojo, yo soy…”). El toque boricua de la percusión de Ray Barreto, y el toque jazzero de la batería del gran Max Roach. La presencia monumental Nina Simone, aporreando su piano en “Backlash Blues” como si de eso dependiese su vida. Y Sly & The Family Stone, adelantados a todo, incluso a ellos mismos, con sus pilchas psicodélicas, su formación mixta y multirracial (“Desconfiábamos de que el baterista fuera blanco”, se escucha en la película) y su soul multicolor. “Tenemos que vivir juntos. Yo no soy mejor que vos, y vos tampoco que yo. Todos somos iguales, hagamos lo que hagamos. Me amás, me odiás, me conocés y luego no podés descifrar el bolso en el que estoy. Soy una persona común”. Las palabras del Líder Sly aún son proféticas, sin importar credo, raza o religión. Más de medio siglo después, aún esperamos que así sea.

Foto de portada. Gentileza Star+.