Design frontiers

Dubái, The Opus, por Zaha Hadid: un oasis escultórico en el desierto

En Dubái la arquitectura tiene algo de oasis y Zaha Hadid dejó allí una de sus huellas más deslumbrantes: The Opus, una obra monumental, más que un edificio, una escultura habitada que desafía la simetría y convierte el vacío en protagonista.

Por Julián Varsavsky

24.09.2025

En Emiratos Árabes los edificios tienen algo de oasis: en la calle uno está en el desierto y el sol ataca incluso desde el suelo por reflexión, entrando por las botamangas. Esas moles acristaladas nos llaman: adentro, el alivio refrescante; o un frío punzante por el abuso del aire acondicionado. Aquí los friolentos tiritan más de lo que sudan. Uno de esos oasis de cristal es The Opus, el insólito edificio donde la iraquí Zaha Hadid diseñó el simbolismo perfecto para atraer al caminante de la ardiente Dubái: un monumental cubo de hielo derritiéndose desde el centro hacia afuera, dejando un gran vacío que lo atraviesa de lado a lado.

Camino por primera vez hacia una obra de Zaha Hadid y temo el síndrome de París, esa decepción angustiante frente a la idealizada Torre Eiffel que, in situ, no resulta tan encantadora ni alta como en la foto. Ante The Opus, la compulsión por entrar: magnetismo arquitectónico.

Al observar el gran cubo transparente de 100 metros por lado, se descubren dos torres de cristal unidas por arriba con un irregular puente decorativo de 38 metros de largo –y 3 pisos de alto– a 71 metros del suelo. Las dos moles se unifican también por debajo mediante un atrio de tres pisos desde el nivel del suelo. Pero uno percibe al todo como una unidad compacta y sólida.

Su centro vaciado de materia es casi un túnel en lo alto, ocupando el área de 8 pisos donde cabrían más oficinas aumentando el valor inmobiliario. Pero esa falta es el plus: en artes plásticas –como el silencio en la música— el vacío es medular y subraya la sustancia. Redefine la forma al potenciarla por contraste.

El edificio rompe las leyes de la simetría y la economía: se desaprovecha casi un tercio del espacio vaciado, en una de las ciudades con el m2 más caro del mundo. Ese fragmento de edificio parece extraído por el delicado cincel de un artista del Renacimiento y es lo que le da plusvalor a los espacios de oficina, restaurantes y hotel de este edificio con firma de autor. Frente y contrafrente del cubo difieren por la irregularidad de ese vacío.

Zaha Hadid se propuso “crear curvas y aberturas con vista a los edificios adyacentes, una ventana muy grande a la ciudad”. Ese vacío tiene una extraña irregularidad, una fluidez con algo de rampa ondulada, o de ola vidriada inserta en un marco. Por eso la obra es tan singular. The Opus es simétricamente asimétrico: un cubo que no es cubo. Se abre desde el interior sin perder el contorno cúbico. Es un edificio horadado como esas paredes de un glaciar que se van desmoronando sin que colapse la estructura creando efímeros puentes y ventanas.

El vidrio es el elemento central, con 4.300 unidades encastradas y muchas de ellas curvas, en el área del vacío. Son paneles de alta eficiencia energética que regulan la temperatura interior, reduciendo el consumo de energía al limitar el ingreso de sol. Están laminados en capas para reforzar su resistencia y son el material más caro de una obra que costó centenares de millones de dólares.

THE OPUS, Zaha Hadid propuso crear curvas y aberturas con vista a los edificios adyacentes, una ventana muy grande a la ciudad. Foto: Laurian Ghinitoiu. Gentileza Zaha Hadid Architechts.

Los interiores

Al entrar al luminoso hall del hotel que contiene The Opus, sobreviene un onírico cambio de dimensión. El afuera del cubo era azul metálico con reflejos vidriados de mar: el adentro es de un blanco unánime. Aquí las formas hablan por sí mismas. Es un ámbito más o menos circular que remite al interior del Museo Guggenheim de Nueva York, el de Frank Lloyd Wright, con un techo de transparente que potencia la luminosidad. El piso es de mármol blanquísimo: la sensación general es de asepsia.

El mostrador del deck parece un bar: dan ganas de pedir un trago. Los tres pisos del hotel se elevan espiralados sobre nuestra cabeza, balconeando hacia el centro. En paredes y techos se demarcan líneas sutiles que emiten una suave luz dorada. Los edificios de Dubái y del mundo contemporáneo se pintan con luces, por dentro y fuera.

En este minimalismo interior hay sutiles líneas diagonales creando perspectivas algo caóticas, que divergen la mirada. Según donde uno se pare, hay puntos de fuga que se cortan de repente, como en un zigzag o en una curva exagerada. El todo interno carece de un centro hacia dónde enfocarse que brinde apoyo visual: queda cierto margen de lectura abierta en esta irregularidad algo indefinida. Toda recta se curva en algún momento.

El vacío del zen aplicado a la arquitectura no orienta la mirada hacia ningún lugar. Pero este blanco casi despojado de objetos en el hall central funciona distinto: el ojo es estimulado, no tanto con decoración, sino mediante esas provocativas líneas: la mirada siempre está en movimiento, captando un ambiente alucinógeno.

Minimalismo interior. Según el punto de vista, las líneas de fuga se interrumpen en un zigzag o se suavizan en una curva. Foto: Laurian Ghinitoiu. Gentileza Zaha Hadid Architechts.

En el hotel en The Opus —un hotel de lujo de la cadena Meliá— no hizo falta recargar nada: sus dueños son españoles. Lo único que sobresale en la decoración del atrio son seis islas ovaladas en el mármol del suelo con mesas y sillones color púrpura, alargados y angulosos al extremo, al estilo Hadid: son para tomar café. Al mirar hacia arriba, hay otro bar cuyo extremo sobresale como la punta de un trasbordador espacial: un rasgo de la starchitect iraquí es la puesta en tensión entre la forma y la función. Esta arquitectura llama al silencio. Casi nadie habla, salvo en voz baja como en un templo: son los códigos de la hotelería de lujo.

En su libro Aprendiendo de Las Vegas, Robert Venturi analiza la arquitectura de los casinos y observa que tienen techos bajos, a pesar de ser espacios muy grandes. Una razón sería económica: esto reduce el costo en materiales de construcción. En cambio, el techo del atrio central del hotel en The Opus es muy alto: está a tres pisos de altura. Y el hall es muy amplio, quizá demasiado para las 74 habitaciones del Meliá. Es decir: este atrio es un vacío gigante que, sumado a la gran ventana central del cubo azul, denotan un “derroche” colosal de espacio: de haber sido llenado con más habitaciones, sería más redituable. Pero es una espacialidad decorativa. El vacío es parte del lujo dubaití, casi un acto de ostentación.

Foto: Laurian Ghinitoiu. Gentileza Zaha Hadid Architechts.

A explorar la obra

Subo al primer piso por la escalera a recorrer el pasillo circular, pero no veo habitaciones: a todo lo largo hay una exposición de obras de arte que se renueva cada mes. El hotel no solo parece un museo de arte contemporáneo: lo es.

Un pasillo lateral lleva al ala habitable. Una empleada italiana encargada de las relaciones públicas, con modales de geisha, me conduce a una habitación, todas decoradas por Hadid. Entramos a una pintada de azul lapislázuli y veo un armario curvo cuya única función es guardar una cafetera. Un rasgo de los interiores y la decoración “hadiana” es la asimetría, incluso en sus puntiagudos muebles. Los cajones de la mesa de luz abren hacia los costados.

Valentina me explica que en el hotel aplican lo más avanzado en domótica —la automatización de control de los dispositivos y sistemas de una vivienda o edificio—. La habitación tiene un panel táctil para manejarla. Lo mismo se puede hacer desde el smartphone con una App para abrir las cortinas, modular el aire acondicionado, las luces y la música (todo se puede automatizar y también la habitación tiene sensores para evaluar contextos y decidir por sí sola). El velador se enciende solo al rozarlo con la yema de los dedos. Son habitaciones obedientes, táctiles, incluso programables. Y con autonomía algorítmica: piensan por sí mismas.

Durante el día la fachada del cubo espeja el cielo y la ciudad, y a una mezquita blanca con arcos ojivales y entramados geométricos dorados. En la noche el edificio se enciende con luces LED dentro de los vidrios. Sus colores se van degradando según la programación: es como si cambiara la piel. Muta digitalmente.

Foto: Laurian Ghinitoiu. Gentileza Zaha Hadid Architechts.

¿Arte o arquitectura?

El arte es una forma de expresión subjetiva y creativa, opuesta a la serialidad: comunica emociones, ideas y experiencias a través la pintura, la escultura, la música, la danza, la literatura y el cine. ¿Y la arquitectura?

La obra artística provoca sensaciones ligadas a una estética que puede ser incluso dramática: genera una vivencia sensorial, a menudo desafiando cánones perceptivos y criterios de belleza dominantes. Y es una representación de la realidad —realista o abstracta—, un reflejo del mundo. La arquitectura puede ser esto último: el Empire State es un cohete y el Taipéi 101 una caña de bambú deconstruída. Pero en general las construcciones no representan nada: son en sí mismas. Pueden ser un lugar habitable o transitable, como puentes y plazas. O un hospital. ¿Es Brasilia una disruptiva obra de arte creada en un tablero y firmada por Oscar Niemeyer y Lucio Costa?

El arte se define en función de su contexto cultural y social. Una pieza de arte en una época –o en una cultura– puede no serlo en otra: el simple urinario de porcelana que Marcel Duchamp de 1917, titulado Fuente es para algunos la obra de arte más revolucionaria de la historia moderna. Para ciertos teóricos el arte se define por la intención del creador. Si un objeto o acción tiene un propósito artístico, es arte. Más allá de su forma o contenido. Bajo esta premisa, la arquitectura puede ser arte. ¿Siempre? Los edificios en serie, sin dudas no.

El arte arquitectónico difiere de la escultura: es un diseño escenográfico transitable para generar experiencias con el espacio, no en el sentido de recorrer una galería de arte, sino para ir a dormir una noche, a vivir o a trabajar. El complejo The Opus cumple estas tres funciones. Y también las anteriores conceptualizaciones del arte. Quienes lo observan, lo adoran, se sorprenden o lo odian.

Hoy se admite el arte interactivo en instalaciones plásticas, el teatro y los museos digitales donde se camina en cubos-pantalla que proyectan imágenes estéticas (en Dubái están Aya Museum y Arte Museum). La valoración de la calidad, será de cada uno.

Hay quien aduce que la arquitectura no es arte porque su objetivo central es la funcionalidad. Y por estar sujeta a la física: requiere de ingenieros. ¿Pero acaso un artista del acero o el bronce no recurre a soldadores? Los díscolos aseguran que el propósito práctico aleja a la arquitectura del ámbito artístico. La exclusiva finalidad del arte sería un acto estético en sí, sin reglas que lo sujeten: el arquitecto nunca tendrá libertad creativa absoluta. Se alega que crear un edificio es un proceso colaborativo con constructores, obreros e interioristas, diluyéndose la noción de autoría individual. Pero muchos artistas tienen técnicos, ayudantes y artesanos a su servicio. Gaudí incluía escultores en sus equipos.

Bajo estos parámetros, pocos edificios serían “arte”. La basílica de la Sagrada Familia de Gaudí, la Ville Savoye de Le Corbusier y el Museo Guggenheim en Bilbao de Frank Gehry están entre los indiscutidos por su radical innovación e impacto visual.

En sus diseños de edificios y plazas, Hadid enfatizaba una estética de ruptura y expresividad en "espacios que son experiencias". Sobre The Opus dijo que sería una "escultura” arquitectónica buscando “romper las formas y crear un vacío” que es el corazón de la obra. Foto: Laurian Ghinitoiu. Gentileza Zaha Hadid Architechts.

El arte arquitectónico difiere de la escultura: es un diseño escenográfico transitable para generar experiencias con el espacio, no en el sentido de recorrer una galería de arte, sino para ir a dormir una noche, a vivir o a trabajar. El complejo The Opus cumple estas tres funciones. Y también las anteriores conceptualizaciones del arte. Quienes lo observan, lo adoran, se sorprenden o lo odian.

Zaha Hadid no hacía distinción tajante entre “arte” y “arquitectura”, así como Gabriel García Márquez no lo hacía entre su obra periodística y la de ficción: la búsqueda estética es la misma. Si miniaturizaran a The Opus, lo podrían instalar en una galería artística. En Dubái, en ciertas calles, uno recorre una galería de arte discontinua a cielo abierto, con obras desperdigadas entre edificios comunes. Un listado tentativo: el Museo del Futuro, el Burj Al-Arab y el Burj Khalifa. Entre ellos –custodiando nada: aquí no hay robos— pude ver solo a un policía patrullando en un Lamborghini.

En sus diseños de edificios y plazas, Hadid enfatizaba una estética de ruptura y expresividad en “espacios que son experiencias”. Sobre The Opus dijo que sería una “escultura” arquitectónica buscando “romper las formas y crear un vacío” que es el corazón de la obra, donde no hay nada.

El vacío del zen aplicado a la arquitectura no orienta la mirada hacia ningún lugar. Pero este blanco casi despojado de objetos en el hall central funciona distinto: el ojo es estimulado mediante esas provocativas líneas: la mirada siempre está en movimiento, captando un ambiente alucinógeno.

Le Corbusier revolucionó la arquitectura como Picasso la pintura y argumentó que él hacía arte, vinculado a necesidades humanas y a la tecnología: el arquitecto trabaja en base a principios racionales como la proporción y la funcionalidad, integrando la estética al diseño. Su definición célebre: “La arquitectura es el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes bajo la luz”. El polémico Frank Gerhy lo dijo así: “La arquitectura es arte, pero tiene que ser útil. El arte no tiene que ser útil, y es por eso que la arquitectura tiene una responsabilidad que el arte no“. Vitruvio –arquitecto de Julio César– propuso hace 2000 años que la arquitectura debe tener firmitas, utilitas y venustas (firmeza, utilidad y belleza). Nietzsche dijo alguna vez que “no hay hechos, solo interpretaciones”. En clave arquitectónica podríamos decir: “no hay diseños, solo interpretaciones”.

En Dubái, la fiebre urbana imitó al rascacielos neoyorquino y llevó esa idea al extremo: construir el más alto del mundo, ese kilómetro vertical de vidrio, acero y aluminio que es el Burj Khalifa. Zaha Hadid eligió otro camino. No apostó a la altura: levantó un edificio “pequeño” entre colosos que se agiganta, no por el tamaño, sino la potencia singular de la forma y la originalidad del diseño.

 

Foto de portada: Interior de Opus, Dubái. Foto: Laurian Ghinitoiu. Gentileza Zaha Hadid Architechts.