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CARNAGE: una visita a la carnicería de Nick Cave y Warren Ellis

Los músicos presentaron su primer disco como dúo, realizado enteramente en cuarentena.

Por Franco Rosso Lobo

15.03.2021

Cuando el mangaka Kentaro Miura diseñó a La Mano de Dios, principal grupo antagonista de su máxima obra Berserk, se nutrió de dos ideas: el ser humano es de fácil corrupción; no importa a quien haya que pisarle la cabeza para ascender si eso significa recibir una porción del poder de un dios. Y relacionado a ese pensamiento, está la noción de que dios no necesariamente es lo que nos vendieron que era. Lo mismo se aplica a la tierra prometida. No es casual que Miura haya dotado a sus villanos con los looks de Hellraiser: puerta al infierno (Clive Barker, 1987) y El fantasma del Paraíso (Brian De Palma, 1974). En ambas películas, sea por deseos carnales o ambiciones profesionales, hay pérdida de la humanidad, un ascenso —o descenso, depende de quién lo mire—, y la entrega absoluta a una versión de esa “mano de Dios”. Lo dicho no implica que Nick Cave o Warren Ellis hayan leído Berserk, o visto las películas que inspiraron al manga, pero descarga automáticamente un GPS de lectura de CARNAGE, su primer disco como dúo, compuesto enteramente en cuarentena, que no es una banda sonora. Aunque tal vez sí lo sea.

Hay gente que no intenta buscar nada/más que ese reino en los cielos”, balbucea Cave sobre goteos prístinos de piano en “Hand of God”. Hasta que enfatiza: “en los cielos”, y unas cuerdas diabólicas distorsionan la realidad. Después de un silencio de cripta, se abre paso al galope una base programada. Vuelve al frente la orquesta, ahora armada de una melodía que se repetirá incansablemente. Que respira, se ensancha y contrae como un par de pulmones; que late con sístole y diástole. Una demostración del entrenamiento cinematográfico que ambos adquirieron con los años, porque es imposible no verse flotando en el río que Cave describe con tan poco detalle. El hechizo lo completa la música. Y ahí se está, a la deriva, a la espera, mientras Ellis y un coro de aquelarre machacan: “La mano de Dios”. La corriente sigue su curso y todos estamos atrapados en esa mano, que no es más que el tiempo.

“Old Time” aparece entre la espuma y sostiene el trance. Una visión maléfica que se deforma, que quita el foco de los puentes y los campesinos para depositar la cámara dentro de un auto. Cave conduce hacia un pantano, más emparentado con la Cosa de Alan Moore o los detectives de Nic Pizzolatto, donde el tiempo corre, pero es siempre el mismo. Ellis dispara la base de la alucinación con un dedo, mientras que con la barba acaricia rabioso las cuerdas del cello eléctrico y la guitarra. Se repite el leitmotiv funesto que abre “Hand of God”. Además de la imaginería cristiana, vuelve otra de las obsesiones líricas del cantante: el gótico americano.

Estoy sentado en el balcón/leyendo a Flannery O’Connor con un lápiz y un plan”. Todo dicho. Ahora que las bases están sentadas, el vampiro de Tupelo emerge en su alado esplendor. Como O’Connor, en “Carnage”, Cave remueve tierra con las uñas hasta encontrar belleza en la putrefacción. “Es sólo amor con un poquito de lluvia”, quizás una de las frases más lúcidamente sintéticas que haya acuñado en los últimos años, pinta de un brochazo el lienzo de esta balada de seda. En sus propias palabras, el disco anidó en una “catástrofe comunitaria”, la carnicería, la matanza del título. La tapa, sin embargo, descompone la palabra: ¿es CARN-AGE, acaso, un síntoma de los tiempos u otra visión oracular?

Warren Ellis y Nick Cave por Joel Ryan.

No se termina de articular la pregunta, que ya ataca “White Elephant”. En un intercambio faustiano Cave le pidió a su amigo en crisis, el escultor y pintor inglés Thomas Houseago, que si pintaba una imagen para él, le dedicaría una canción. Arte retroalimentándose. En el newsletter The Red Hand Files se puede apreciar la obra que Houseago finalmente le envió y que inspiró todos los aspectos del disco: un sol que estalla (como en “Carnage”) de color, reflejado en un estanque, casi como si fuera su contraparte de otra dimensión. Hace eones que el astro está en el lugar de una divinidad, y milenios que el cielo es evocado como aquel lugar al que se asciende después de la muerte. “White Elephant” suena a una metáfora rizomática; el elefante blanco, según cuenta la leyenda, era una condena segura a la muerte y el sufrimiento. A su vez, desemboca en otras (“Soy la Venus de Boticcelli con un pene”), pero todas tienen el mismo fin: describir la alienación con cuerdas, humo, misterio. Y de repente, un batacazo que termina en regocijo evangelista y heyjudesco.

“Albuquerque” emprende un descenso etéreo que se escurre entre los dedos. De a poco, la instrumentación se vuelve más escueta. Apoyado en el piano, Cave parece hablarle a un niño, como si tuviera que explicarle que, por obvias razones, este año no pueden ir a ninguna parte. El altímetro continúa aplacando su barra con “Lavender Fields”; el color lavanda, significado de la pascua cristiana, enmarca la historia de un muerto que oye los llamados de sus seres queridos desde la tierra. Una vez más, vuelve la promesa del reino de los cielos en boca de Ellis. Y se desvanece. “Shattered Ground” minimiza todo lo que pueda ser ruido de fondo para que la voz del chamán destaque, se quiebre, ruja y plante la paradoja: “La luna es una nena con el sol en los ojos”. Insiste, incluso en la oscuridad vive la luz.

“Encuentro extremadamente útil el empleo de la palabra ‘Cristo’ como símbolo de la bondad eterna que hay en todo”: así respondió Cave a una fan sobre su perpetuo amarre a la imaginería cristiana. CARNAGE pone en juego esa obsesión y la cruza con un momento de la humanidad en el que la esperanza y la bondad son más que nunca necesarias. Y sin embargo, la falta se hace notar. En “Balcony Man”, mientras flotan las vibraciones de una copa de vino, canta: “Todo es ordinario, hasta que no lo es”. Este bloque de hielo, que busca la muerte sentándose al sol tenue de la mañana, alecciona sobre lo importante que es mantener el hambre de divinidad; de buscar esa prometida astilla de parabrisas que es la luz en un choque múltiple. Si algo dejan claro Hellraiser y El Fantasma del Paraíso es que tanto dios como el reino de los cielos son sólo denominaciones; el significado lo inviste cada persona. Lo que le toca a los mortales como Guts, el protagonista de Berserk, que vio al infierno devorándose su única esperanza, son las últimas palabras del disco: “Lo que no te mata, te enloquece”. Visitar el matadero, al final, siempre deja un cargo de conciencia sobre el que habrá que trabajar.