Procesos creativos

Cristian Crusat: “Escribo como siento y siento como me enseñaron aquellos a los que leí”

Conversamos con el escritor español, quien estuvo de visita en Buenos Aires para presentar Europa Automatiek, su más reciente novela.

Por Juan Carlos Figueroa

22.11.2022

Cristian Crusat llega a Argentina años después de lo planificado. Pasa que recién había publicado su última novela cuando el mundo justo se cerraba por la pandemia. Pero tarde, nunca. El escritor -reconocido por varios como uno de los autores de referencia de la nueva narrativa española- estuvo la última semana de octubre en Buenos Aires para presentar Europa Automatiek, una historia que tiene como trasfondo la crisis europea tras el colapso económico de 2008 y a unos protagonistas desencantados que perdieron la noción de intimidad y pertenencia.

Crusat se mueve mucho. Nació en Málaga, España, en 1983, hijo de padre catalán y madre holandesa, pero ya ha vivido en países de tres continentes. Es cuentista -galardonado en 2013 con el European Union Prize for Literature-, pero también ensayista, traductor y más tarde novelista. Y de todo esto hay mucho en Europa Automatiek, publicada en Argentina por Editorial Sigilo.

Es fácil identificar la voz del ensayista minucioso en esta novela. El protagonista narrador es, además, un traductor español que se radica en Holanda. Y aunque bajo ningún concepto puede ser considerada una autoficción -según ha aclarado el propio autor-, Crusat reconoce que estos personajes dan cuenta de su propia visión sobre problemas y coyunturas contemporáneas, como la crisis de Europa como proyecto, un tema recurrente en su obra. Explica que no puede ser de otra manera: “Escribo de lo que me preocupa”.

Europa Automatiek se desarrolla en Amsterdam, Holanda, lugar al que has identificado como el meollo ideológico de Europa. ¿Por qué?

Los personajes de la novela exhiben una situación problemática entre ellos y consigo mismos, en un momento histórico en el que la vida privada está llegando a su fin. Por eso me hacía sentido ubicar la historia en Ámsterdam, porque nuestra forma de entender la vida privada nace, precisamente, en Holanda, más o menos alrededor del siglo XVI. Hoy llegamos a un punto en el que hay una serie de tensiones sociales que ponen en juego esa visión y nuestra manera de concebir la intimidad. Pensemos en las redes sociales que ocupan todo el espacio de la esfera social. Pero al mismo tiempo hay una serie de crisis económicas que ponen en jaque un sistema que también nació en la misma época en Holanda. El capitalismo no puede entenderse sin los Países Bajos, sin la reforma protestante, por ejemplo. Allí sitúo la trama, en esa frontera ideológica, económica y de crisis de la propia intimidad, en la cual se están enfrentando estos personajes, en una búsqueda que va del yo al nosotros de una manera muy problemática.

En la novela se menciona que hemos dejado atrás la era de la ironía para adentrarnos en la “descarada” era del cinismo. ¿Cuáles serían los principales distintivos de esta nueva época?

Tiene mucho que ver con la cultura moral del emprendimiento, que surge hace 10, 11 años, frente a la crisis económica que golpea bestialmente, sobre todo a los países del sur de Europa. Es un momento en el que el proyecto europeo empieza a deshilvanarse y a generar bastante decepción. Y esa cultura moral del emprendimiento me parece que intervenía de manera un poco cínica. Te decía: “La culpa la tienes tú por no hacer todo lo que está en tus manos”. En medio de esta crisis, la búsqueda de trabajo pasó de ser algo fuera de mí a algo que dependía exclusivamente de mí. Esta moral del emprendimiento apelaba a la vocación. Si no conseguías trabajo era porque no lo deseabas lo suficiente o porque no tenías suficiente vocación. Eso me parecía bastante cínico. Es cinismo decir: “¿Cómo no te va a gustar tu trabajo?”, “¡Tienes que convertir tu pasión en trabajo!”. Pues eso no es tan fácil de hacer y hacer como que es fácil y subirnos todos al barco del emprendimiento, es ser muy cínico. Era meterte en el Titanic ignorando que se estaba viniendo abajo. Era proponerte convertirte en tu propio esclavo. Convertirte en tu propio capitalista.

En esta era del cinismo, ¿cómo se ejerce la resistencia? ¿Cómo piensa la disidencia?

Es muy difícil esa disidencia. Y una forma de ejercerla es la de estos personajes, que tienen una disidencia muy desnortada. Ellos establecen una especie de frontera interior y se repliegan en sí mismos. Sin embargo, al mismo tiempo que disienten y que rechazan esa situación, se están privando de muchas cosas. Se recluyen en una vida privada que implica perderse todas las oportunidades. Pero no dejan de intentar una suerte de redención en una convivencia que es casi fantasmática entre ellos. Estos personajes viven un choque de intimidades que no acaba de cuajar entre ellos. Y esto, creo, dice mucho de la manera en la que nos comunicamos y nos relacionamos hoy los unos a los otros. En una época en la que la vida privada está en crisis, es muy difícil poner nuestras intimidades en común. Incluso conviviendo, viviendo en pareja, amándonos, aún así hay una frontera muy difícil de romper. Y es esto lo que están negociando permanentemente los dos personajes principales, accediendo solo a esos pequeños momentos de ternuras a los que son capaces de alcanzar.

Tu preocupación por el proyecto europeo aparece en muchos momentos de tu obra y sirve ahora de trasfondo para esta novela. La historia ocurre alrededor de 2011, se publicó en 2019 y mucho ha pasado hasta ahora…

La novela se sitúa en un punto anunciando algo que iba a ser peor. Y lo fue. Justo 2011 fue un año de mucha exacerbación. Recordemos el 15-M en España, la Primavera Árabe, Occupy Wall Street… Pero mientras ocurrían estos movimientos que reclamaban cosas por el bien común, comenzó a desarrollarse también algo más oscuro. La ultraderecha, por ejemplo, propone el Nexit en Holanda, el terrorismo asesina a casi ochenta personas en Noruega. Y poco tiempo después llega la guerra en Siria. Desde entonces, ya estamos instalados en el estrés. La brújula geopolítica se desquicia y, por lo tanto, la económica, política y social. Todo esto no ha hecho más que agudizarse de una manera impresionante. La guerra en Ucrania, la ultraderecha que acaba de llegar a Italia y que en España ha asomado la cabeza… En esos momentos de duda, otras fuerzas más restrictivas o conservadoras vinieron a hacer su trabajo.

¿Hay algo de tu revisión de la crisis europea que sirva para mirar a Latinoamérica, por contraste o comparación?

Creo que, al igual que Europa, Latinoamérica no puede entenderse sin todas sus diferencias. Europa no deja de tender a la diferencia, lo cual es bueno. La creencia de que Europa es homogénea es falsa y ha llevado a los peores desencuentros del continente. Pensar que lo que funciona acá funciona en Chile y Perú es una lógica que, al menos en Europa, ha llevado a lo peor. Pensar que los gobiernos semejantes pueden funcionar en un orden similar en otros países, creo que puede llevar a malos lugares.

En otras historias sobre la migración o el exilio hay mucha nostalgia. No pasa lo mismo en Europa Automatiek

Es cierto, no se habla mucho de nostalgia. Quizás algo muy propio de la migración en Europa es que la movilidad es mucho más fácil: no es tan difícil regresarte si algo no funciona, como sí pasa en otros fenómenos migratorios. Pero, además, para mí la nostalgia no es una categoría especialmente productiva. A mí me gusta mucho una frase que dice “regresar no es volver sino internarse”. Es decir, no es tanto volver al mismo lugar, como sí profundizar en todo aquello que has sido y que necesitas saber si sigues siendo. Y es distinto. Tiene que ver más con hasta dónde puedo llegar, qué puedo ser o qué he llegado a ser y cómo puedo negociar con eso.

El protagonista, en algún momento, se pregunta por qué necesitaba, continuamente, empezar desde cero. ¿Te pasa algo así?

Completamente. Me pasa completamente. Siento que la vida la vas reconstruyendo periódicamente.

¿Cómo lidiás con esto?

La verdad… Lo vivo con un poco de angustia o ansiedad, porque también me gustaría sentir a veces que la cosa va un poco más estable.

¿Qué crees que te lleva a esto?

Estoy intentando averiguar qué me lleva a esto. Tiene que ver en parte con mi origen. Mi padre es de Barcelona y mi madre es holandesa. Siempre tenía una sensación de no estar en un lugar concreto. Era de dos sitios. Pero pasa que cuando estás en uno de estos sitios no eres exactamente igual al resto porque hay un componente tuyo que es un poco diferente. Y cuando estás en ese segundo sitio, con el que también te identificas, no dejas de ser otro extranjero porque no te reconocen como un semejante. En esa ambivalencia me he movido. Por un lado es muy productivo, porque te permite ponerte en cuestión bastante a menudo. Pero tampoco está bueno vivir cuestionándose a uno mismo todo el tiempo.

En una entrevista de hace años dijiste que solo escribías de lo que te preocupa. ¿Todavía es así? ¿Y qué te preocupa en este momento?

Completamente. Escribir es mi forma de sentir. Escribo como siento y siento como me enseñaron aquellos a los que leí. Y parte de esos escritores que me enseñaron a sentir de una determinada manera vienen de por estos lugares (Marcelo Cohen, por ejemplo). Ahora mismo estoy en una novela, la tengo mediada, y tiene que ver con pequeños personajes que se enfrentan al dilema de preguntarse lo que uno se pregunta a nuestra edad: ¿de dónde vienes?, ¿por qué eres así? Es lo único de lo que podía escribir ahora.