Procesos creativos

El extraño mundo de Luis López Carrasco: “La realidad se parece cada vez más a las novelas de Philip K. Dick”

Nicolás Mancini habló con una de las voces más frescas de la literatura contemporánea sobre El desierto blanco, su novela ganadora del premio Herralde, y sobre un presente que, para él, tiene más cosas de Ubik que de Danielle Steel.

Por Nicolás Mancini

21.02.2024

Así como Tarantino, que se teletransportó desde los videoclubes hasta lo más alto de Hollywood, el escritor español -que también es cineasta- pasó de vender libros a protagonizar los principales mostradores de todas las librerías del mundo. Tras haberse adueñado del Festival de Mar del Plata con su documental El año del descubrimiento, ahora, a sus 33 años, ganó el premio Herralde 2023 con su particular novela de ciencia ficción El desierto blanco.

Cuando le preguntamos al autor cómo resumiría en tres líneas el argumento de El desierto blanco, contestó: "Me costó mucho dar con la manera de contarlo y me pasó cuando se lo conté a mi abuela. Es la historia de una pareja que ha emigrado a un lugar muy lejano en el futuro y que recuerdan conjuntamente diferentes escenas y situaciones de su juventud, con la particularidad de que su juventud es nuestro presente". El desierto blanco es una novela de ciencia ficción que no habla de naves espaciales, aliens ni rayos láser. A simple vista parece acéfala. Sus cimientos están fuera de cuadro. Es un rompecabezas de menos de 160 páginas (las piezas) que requiere de usted, lector/a, para hacerlo arder. Hojas cuyas fichas son sus párrafos, que a su vez hacen ver al universo como un tablero y a nosotros, los humanos, como sus piezas.

López Carrasco ganó el mismo premio que alguna vez obtuvieron Roberto Bolaño, Mariana Enríquez y Javier Marías. El Herralde de Novela 2023, galardón que entrega anualmente y desde hace 41 años la editorial catalana Anagrama, fue elegido por cinco jurados. Uno de ellos, el también ganador Juan Pablo Villalobos, describió a El desierto blanco como “audaz formalmente, divertida, entrañable, ingeniosa, estimulante, como nuestro sueño infantil de viajar a la luna”. A sus 33 años, el escritor y cineasta murciano se convirtió rápidamente en un apellido victorioso: además de quedarse con el Herralde, su documental de 2020, El año del descubrimiento, obtuvo el Goya y el premio mayor del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.

¿Cómo te llevás con los premios?

No lo esperaba en absoluto. Es decir, lo inscribí, pero como quien juega la lotería. Es verdad que para mí ha sido una noticia tan extraordinaria que realmente todavía no me la creo. Porque trabajé muchos años en librerías y desde hace 25 años he estado muy atento a lo que se premiaba en el Herralde. Entonces para mí era alucinante la simple posibilidad de estar en Anagrama o de ser finalista o de ganar el premio. En ese sentido es una enorme felicidad. Sueño que me llaman a la puerta y me dicen: “Nos equivocamos, te lo tienen que quitar”.

Apuntes sobre el futuro

Entrevistamos a López Carrasco a través de un cuadradito incrustado en una pantalla. Él se encontraba en Estepona, un pueblo de agricultores malagueño que en ese momento estaba atiborrado de turistas noruegos e ingleses. Era curioso -decía López Carrasco- ver cómo se entremezclaban en las calles con los vecinos de toda la vida. Una escena sin ningún elemento en particular de la ciencia ficción que, imaginada en perspectiva y desde Argentina, podría encajar perfectamente en un relato de ese género. Eso es un poco El desierto blanco.

Hay en El desierto blanco cierta insistencia en el uso de palabras: led, televisión, señal, que no son propias de la ciencia ficción pero que, al leerlas con bastante frecuencia, de alguna manera evocan el género. ¿Es así?

Sí, te lo agradezco mucho porque es un trabajo que hace mucho gente que me ha influido. No considero que este libro conecte con esa narrativa, pero sí que son autores que he leído mucho en el pasado, como Thomas Pynchon o Don DeLillo, donde lo tecnológico y la propia cultura popular aparecen en los relatos con un nivel de extrañamiento justo. Para mí hay algo ligeramente distorsionado de esos dos autores cuando hablan de la realidad. Tienen registros muy distintos. Siempre pensé que eran escritores de ciencia ficción, no sé muy bien cómo, pero hay algo de cómo especular o cómo introducir la extrañeza de nuestra realidad cotidiana desde lo tecnológico que conecta por ahí. Y también, ahora hablando contigo, en El mapa y el territorio de (Michel) Houellebecq hay un momento en el que al final del libro te cuenta cómo va a ser el futuro de Europa y hay todo un trabajo acerca de práctica artística, la nueva tecnología y cómo lo espacial se representa que también me supuso una referencia. Es una mezcla de ideas que uno tiene asociadas -imagino yo- a la ciencia ficción o a lo fantástico que no sabe quizás que su cerebro ya las tiene conectadas con eso.

Pasa también en las películas, ¿no?

La ciencia ficción no informa sobre el futuro, sino que es una serie de códigos de construcción del relato que se instituyeron en momentos muy concretos, ya sea por los rusos en los años veinte o los norteamericanos en los años cincuenta. Digo esto porque hay un momento en el libro donde al principio el narrador sale a la calle y ve esta pantalla gigante y este rostro...

Ahí me imaginé Blade Runner

Sí, claro, es como la japonesa de Blade Runner, solo que está ensamblado mal. Entonces él se pregunta si el futuro iba a ser esto, si el futuro es demasiado distinto a estas urbes misteriosas e hipertecnológicas. Incluso se pregunta -y eso sí que conectaría con mi obra cinematográfica- si el futuro es algo que ya sucedió. Es decir, es igual el futuro o la ciencia ficción es un género que ha caducado contra todo pronóstico o que nos hablaba de unas angustias... No sé si ya ha caducado, pero sí que hay algo como del cyberpunk de los ochenta que construye unas imágenes que parecía que referían a algo que iba a venir y que no sé si llegó a ocurrir. Entonces ahí hay una especie de paradoja temporal en la cual, para mí, como niño de los ochenta, el futuro, la ciencia ficción o el cyberpunk son algo que forman parte de mi infancia en vez de algo que puede suceder.

Narrar desde lo invisible

La contratapa de El desierto blanco resume el qué de la novela desde la idea central de uno de los episodios: “Nueve desconocidos huyen en globo de unos bombardeos. Deben decidir quién de ellos se tiene que tirar al mar para que el resto pueda llegar sano y salvo a una isla desierta y comenzar una nueva civilización”. Esto, que a priori puede parecer la sinopsis de venta de una película de horror del estilo de El juego del miedo, es solo la punta del iceberg. Los acontecimientos de El desierto blanco surgen de la presencia de Carlos y Aitana, dos de sus personajes centrales, y se ramifican hasta el infinito. Antes de la novela, López Carrasco dirigió el documental El año del descubrimiento, fundó el colectivo audiovisual Los Hijos y publicó Europa, un libro de relatos enmarcados en la ciencia ficción.

A través del fuera de “cuadro”, la novela juega con la idea de la posibilidad de reconstruir un pasado y las dificultades que ello implica. ¿Cómo fue elaborar una narración en retrospectiva?

Bueno, a mí me han interesado novelas de (Kazuo) Ishiguro y de (Gonzalo) Torné, donde uno no solo tiene que leer la trama sino intentar descifrar las motivaciones del narrador o incluso intentar averiguar como si fuese una pesquisa detectivesca quién de todas esas personas es el narrador, que yo creo que es una cosa que sucede en Años Felices (novela de Gonzalo Torné). Me planteé esta novela como un trabajo en el cual una de las principales intrigas es no saber ni dónde ni cuándo está el narrador. Y de cara a escribir el libro, que lo escribí de manera muy lineal -empecé por la página uno y acabé por el final-, yo tenía muy claro el final. La última página la tenía ya escrita antes que nada. Para mí lo importante era encontrar el tono y la perspectiva desde la que nos habla Carlos y luego Aitana. La unidad venía dada por ese lugar. En mi primer libro, Europa, hay un relato donde se habla de una pareja que está en una especie de base extraña, así que prolongué un poco esa idea. La idea principal es la de alguien que está en un lugar tan lejano que probablemente no pueda volver. La función central era la distancia y, una vez que encontré esa distancia, ya sabía desde dónde tenía que contar cada uno de los pasajes externos del libro.

Entonces hay algo lúdico en El desierto blanco, ¿no? ¿La pensaste como una novela que le pida al lector un poco de sí?

Sí, de hecho en el libro hay muchos juegos. Los personajes juegan a todo tipo de juegos de rol y juegos diversos. Igual no era consciente de que el lector iba a tener que estar tan atento. Ahora, con la recepción del libro, noto que la gente que le ha gustado sacó conclusiones que advierten que la lectura tiene que ser activa y participativa. Estoy muy familiarizado con esas lecturas. Yo no era consciente de hasta qué punto le estaba pidiendo al lector que tuviera que hacer los deberes.

Leí en una entrevista que te sorprendió que una novela tan corta como la tuya fuera la que ganara el Herralde. Sin embargo pienso que El desierto blanco tiene la densidad de una novela larga...

Sí, estoy de acuerdo contigo. La novela está como sedimentada y comprimida de ideas que hacen que aparentemente la lectura pueda ser ligera, pero tiene mucha carga de profundidad.

De España… y el mundo en general

¿Cómo se lleva esta novela con la universalidad? ¿Te propusiste hablarle a un público?

Yo pienso que cuanto más local es uno, más universal es. Porque hay que intentar ser lo más específico, lo más concreto, y hablar de cuestiones muy tangibles. De hecho, eso lo he echado mucho de menos en determinadas obras creativas españolas que parecían homologables. La sociedad española no vive como la gente que vive en las películas o en los libros. Por un lado, el libro está lleno de experiencias que yo he ido absorbiendo o viendo o fabulando a mi alrededor en los últimos diez años. Ahí sí que se han introducido elementos generacionales, en especial aquellos que tienen que ver con las personas que tuvieron que emigrar tras la crisis económica. Se está haciendo mucho hincapié en España en la idea de radiografía generacional, radiografía de la precariedad, y yo en ningún momento tuve la percepción de estar haciendo eso. La precariedad está porque los personajes viven en donde viven y en los años en los que viven la realidad mayoritaria es una realidad precaria. Pero si yo pienso de qué trata el libro, evidentemente hay otras cuestiones que creo que sí que pueden compartir un público de cualquier otro país: la emergencia de elementos reaccionarios y de ultraderecha y cómo van apareciendo subterráneamente donde menos te los esperas. Eso en el libro no es algo en el que ponga un foco muy concreto, pero es un tema que a mí me preocupa: el pasado franquista, las razones políticas por las que el hermano (del protagonista) no puede trabajar, los motivos por los que ellos se han marchado... Desde un punto de vista más universal, el libro se interroga a lo largo de cada uno de sus textos pero de manera muy distinta acerca de cómo los humanos nos relacionamos en la actualidad con el espacio debido a las nuevas tecnologías y a la conectividad permanente. También esta idea de relatos culturales que tratan constantemente sobre el apocalipsis como lo catastrófico. Entonces sí que para mí en el libro hay una pregunta acerca de cuál es la función de la imaginación hoy en día. En un mundo que parece completamente explorado, que parece terminado, que parece concluido, donde parece que no hay más allá que la posibilidad de vivir en las condiciones existentes capitalistas en las que estamos, la pregunta es: ¿cuáles son las aventuras hoy? ¿Qué fabulamos? ¿Qué lugar ocupa la imaginación? Y ese es el fondo del libro, el que conecta en términos ya globales los cinco capítulos.

Ahí es cuando entra en juego la ciencia ficción, ¿no? El abordaje del género.

A mí me hacía gracia, como hace Kurt Vonnegut en Desayuno de Campeones, que la ciencia ficción estuviera, pero no de la manera habitual en la que el género suele organizar sus relatos. En Desayuno de Campeones ya es un antiguo escritor de relatos de ciencia ficción el que está en un universo realista, aunque eso pueda filtrar la mirada. Y aquí (en El desierto blanco) la ciencia ficción simplemente es casi como una promesa, la promesa de desvelar y descubrir qué les va a estar pasando a los narradores en el futuro. Hay algún elemento tecnológico, algún cacharro que me invento, como el de los edificios que tienen inhibidores que impiden ver su interior y que te devuelven el reflejo, pero a la vez la ciencia ficción es ese fondo desde el que nos habla el narrador, porque luego cuando la novela se interna en el futuro hay cuestiones que nos pueden remitir al género. El enfoque del futuro es muy realista, entonces la ciencia ficción es relativa como opera.

El otro día me crucé en Twitter con una frase de Mariana Enríquez sobre el terror, que decía algo así como que el terror es la realidad llevada a su máximo punto. Ella trabaja el género desde la realidad, y eso es algo que sucede en la ciencia ficción. ¿Qué pensás sobre el vínculo ciencia ficción-realidad?

En los clásicos de Arthur C. Clarke e Isaac Asimov se intentaba utilizar la literatura para demostrar cuestiones científicas. Era una literatura escrita por físicos -si bien luego Asimov se encargó más de hacer más cuentos morales de lógica aplicada-. Pero cuando aparecen ya no solo (George) Orwell o (Aldous) Huxley, sino también (Ray) Bradbury, hay gente que no empieza a llamar a la ciencia ficción socioficción. Son categorías un poco operativas y al final son relatos que están hablando simbólicamente del presente, de derechos civiles, de cuestiones de medios de comunicación de masas. Solo pongo ejemplos anglosajones, lo lamento, pero es verdad que una de las cuestiones que a mí me suceden últimamente y que me resulta verdaderamente terrorífica es que la realidad se parece más a novelas de Philip K. Dick, donde por un lado hay una disociación cognitiva extrema entre diferentes esferas públicas, lo cual da la sensación de que la propia sociedad es esquizofrénica -algo que está todo el rato en Dick- y por el otro hay un nivel de saturación de lo más ridículo y sórdido que está apareciendo últimamente en la política, en los medios de comunicación o en los reality shows. Es esta cosa casi circense de la vida y de la realidad que me hace sorprender de que cada vez nos parezcamos más a las obras de Dick. Me sucede mucho también con el tema de los medios de comunicación. Dependiendo en lo que pongas se está hablando de realidades distintas y constantemente me acuerdo de “Ubik”, de “Los tres estigmas de Palmer Eldritch” o de “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, donde los propios presentadores de las noticias acaban descubriendo que también son replicantes y la religión está rodada en una especie de plató de baja estofa, en un cuartucho espagano muy cutre.

El cine, un procedimiento muy distinto

¿Cómo son, en líneas generales, tus procedimientos en el cine respecto a los de la novela? ¿Solés trabajar de maneras parecidas?

No, son totalmente distintos. Cuando tenía 19 o 20 años quería escribir, quería hacer cine de ficción y estaba muy influido por David Lynch, y escribía cosas así como de suspense, fantástico u onírico, y me di cuenta que los guiones que escribía eran demasiado complicados y que no los iba a poder hacer jamás porque además yo era muy obsesivo y muy minucioso entonces había que rodarlos de una manera… Y pasaron dos o tres años y dije “oye, esto no tiene sentido”. Y en paralelo yo trabajé muy joven como ayudante de dirección, lo que me hizo ser extremadamente consciente de las dificultades, de lo que cuesta cualquier elemento en rodaje. Eso me fue paralizando también. Cada vez que escribía llueve, de pronto decía “no, mejor que no llueva porque no voy a poder contratar al equipo que trae la lluvia, tardan tres horas en montarlo”. Entonces todo aquello que tuviera que ver con lo narrativo decidí desarrollarlo literariamente y eso de pronto dejó abierta una ventana para el cine. Yo justo acababa de entrar con 22 años a la Escuela de Cine de la Comunidad de Madrid y de pronto orienté el cine para algo que no fuese la ficción: lo experimental, la no ficción. Y entonces en mis planteamientos, tanto en el colectivo de Los Hijos como en solitario, hay algo de utilizar la cámara para aproximarse a una realidad que conoces parcialmente o que tienes que descubrir. En el cine a mí me gusta crear las condiciones. Está alimentado de lo material, de las personas en espacios preexistentes. A mí me gusta decir que yo creo unas condiciones junto a una serie de personas y esas personas, que además hacen de sí mismas, en su interacción me van a llevar a lugares nuevos, lugares a los que mi imaginación no puede llegar. El cine es para eso, hora a hora. Para todo lo demás prefiero escribir, donde mi inteligencia y mi imaginación puedan llegar. Prefiero escribirlo, desarrollarlo, disfrutarlo, porque solo implica tú con tu ordenador o tu máquina de escribir o tu cuartilla, porque el cine es tan enormemente complicado que necesito un motivo muy bueno. Porque uno nunca ha ganado dinero con el cine. Para embarcarme en un proyecto tan complicado todo lo que puede proceder de mi inquietud, de mi intimidad, lo desarrollo. Esa separación la hice muy pronto, y para mí la pena siempre era que nunca era capaz de dedicar tiempo a la escritura, con la que disfruto muchísimo, y he tardado 10 años en poder escribir un libro nuevo. Espero tardar menos en hacer el próximo.

¿Estás pensando en un próximo libro?

Sí, hay algunos personajes… Hay un personaje que es un guionista al que le encargan solo películas en las que se acabe el mundo. De ahí tengo desde hace años muchas ideas tomadas, y luego sí que me gustaría utilizar también la literatura como para contar relatos de mi ciudad natal, el sur de España. Yo vengo de Murcia, que es una ciudad de la que no suelen surgir historias que tengan que ver con el final del franquismo, con la transición y los años 80. Lugares de provincias con un enfoque igual de realista, pero donde también tengamos como determinados elementos de ciencia ficción o del tipo que sea.