Portrait

Emilio García Wehbi: poéticas, sueños y micropolítica

Desde su estudio revestido de libros, el dramaturgo en diálogo con The Praxis Journal, comparte su pensamiento, siempre iluminador, sobre el arte, la sociedad y el controvertido espíritu de esta época.

Por Paula Jiménez España

17.04.2023

Después de una intensa actividad escénica durante 2022, Emilio García Wehbi decidió desplazar su talento y su creatividad al ámbito íntimo de la escritura literaria. Una suerte de pausa en la interacción casi constante que este artista interdisciplinario -fundador del histórico Periférico de objetos y director de variadísimas y prestigiosas experiencias teatrales desde 1989-, mantiene con un público que trasciende el ámbito local.

¿Estás escribiendo actualmente?

Se está por publicar mi próxima novela, sale por ediciones Documenta, de Córdoba, para la Feria del libro. Mi novela se llama Dafne sobre fondo el monte Fuji, y no abreva en la subjetividad (a diferencia de Maratonista ciego, novela anterior). Y es bastante extensa, de casi 380 páginas. El año pasado monté tres espectáculos y creo que es mucho en términos de creación escénica. Este año es sabático y me voy a dedicar a la escritura...

¿Poesía escribís?

Publiqué un libro que se llamó Luz azul. Salió también por Documenta y en realidad es la rearticulación de un libreto de ópera que yo había montado en el centro de experimentación contemporánea que se llamaba Luz azul y qué partía del poema dramático de Silvia Plath, Tres mujeres. También acá el tema es la maternidad. Una mujer que da a luz sin presentar problemas por ello, una cuyo puerperio es medio difícil y una que decide abortar, tomando como punto de partida el caso de Romina Tejerina.

Te describís en entrevistas como un lector voraz. Y, agrego, además interesado en los clásicos. Pensaba en una de tus recientes obras, Medea meditativa, escrita a partir del texto de Pascal Quignard. ¿Por qué ese texto en esta época?

Yo tengo una relación muy personal con los clásicos en una voluntad de actualizarlos, entendiendo que están todavía candentes e incluso si los miramos con atención están más candentes que nunca en sus problemáticas esenciales, que recorren todos los siglos por lo menos de la cultura occidental. Actualizar los clásicos de la cultura occidental me resulta interesante porque me plantea dos desafíos: en principio mantener su esencia -aquella pregunta que viene dando vuelta a lo largo de los siglos de diferentes formas-, pero por otro lado pensar también de qué manera actualizarlo en su formalidad, porque si lo mantenemos tal cual fue originariamente construido en realidad lo que hacemos es una pieza de museo. Entonces ¿cómo mantener ese fuego encendido pero atendiendo al espíritu de la época? El texto de Quignard en el caso de Medea meditativa me interpeló, porque me parecía que había ahí una operación semántica desde la poética, o desde la literatura, que ya resolvía esa problemática formal, por lo menos desde la palabra. Y me interesaba volver al mito de Medea porque ahí hay algo irresuelto cuando pensamos al feminismo desde todas las ópticas; esa potencia revolucionaria qué tienen las mujeres para dar vida y al mismo tiempo para cancelarla. Las personas gestantes tienen en sus manos la posibilidad de cancelar el devenir de la humanidad. Lo que me interesa también es plantear la condición ética y la condición moral de ese acto, entre comillas, de justicia. Quignard lo plantea de una manera bastante interesante y por eso me acerqué a ese texto. Cuando cayó en mis manos dije: esta es la obra que quiero hacer en este momento para pensar el feminismo en relación a la maternidad y a la crítica de la maternidad, obviamente desde mi potencia de sujeto heterosexual y varon cis, una postura si se quiere históricamente dominante, pero con la mejor buena leche posible. Este proyecto se inició en 2019, y cuando se empezó a ensayar cayó la pandemia y se tuvo que posponer casi por dos años. Se estrenó el año pasado.

Maricel Álvarez en Medea meditativa. Gentileza Teatro Cervantes.

¿Creés que así como hoy sucede con la perspectiva feminista, en breve será tan ineludible pensar el arte desde una perspectiva medioambiental por ejemplo?

Yo todavía creo en la potencia micropolítica del arte. Nunca, nunca, inclusive en la modernidad, en el siglo pasado, cuando las utopías funcionaban en términos globales, pensé en las utopías macro, o en las posibilidades macro del arte como experiencia social. Por eso me dediqué a un tipo de experiencia artística no anclada en lo popular como es el teatro, especialmente en nuestro país donde la relación con el público en términos numéricos siempre es escasa y hasta en el más grande de los teatros no podés tener más de mil personas por función, con lo cual la proyección en términos políticos de pensarlo en términos sociales es limitada. No obstante eso, creo que la potencia micropolítica que puede establecerse en un acto donde convive una obra presencial con público, puede generar de manera muy micro pequeños cambios que atiendan a los espíritus de época. Pueden ser, como vos decís, desde el feminismo o las disidencias, no solo de género sino en lo que aparece en relación a las razas de inmigrantes y a todos los tópicos que hoy están dando vueltas, a los que por supuesto se suma la problemática medioambiental. De ahí a pensar en las posibilidades fácticas de que el arte genere cambios reales... Hay que pensarlo siempre en términos micro, porque si no es ponerle demasiada responsabilidad a los artistas. Los artistas no pueden con todo. Me parece que en todo caso los que pueden empujar hacia la política el arte son los gestores de la política, los gobiernos, los ministerios de Cultura. De manera más horizontal, las agrupaciones o entidades que empujan desde abajo. Los artistas en lo individual son un engranaje pequeño, pero no por eso menos valioso.

Lo pensaba en relación a cómo abstraerse de una realidad tan contundente como la del cambio climático a la hora de producir arte, así como desde el me too y la ola verde el arte fue inevitablemente imbuido por el feminismo…

Los tópicos que están dando vuelta me movilizan en términos personales, pero me interesa más pensar en los problemas por venir. No tomar los tópicos del presente porque son parte de un espíritu de época sino tratar de pensar en ese carácter adivinatorio que tiene el arte, su posibilidad de mirar cuáles son los problemas que se avecinan para ir de un modo abriendo puertas. No porque el arte sea visionario -esa mirada romántica acerca de la relación del hombre con el arte-, sino porque tiene esa posibilidad de la que habla Brecht cuando dice que el teatro es un laboratorio para experimentar posibilidades poéticas para los problemas reales. Entonces, de algún modo se adelanta en este sentido, porque está pensando qué es lo que viene y proponiendo soluciones metafóricas a posibles problemas del futuro.

Hablemos de Nocturno de Ulrike, que se estrenó el año pasado. ¿Cómo fue tu acercamiento a la historia de esta terrorista alemana?

A mí siempre me interesó la figura de Ulrike Meinhof, aunque nunca había indagado en ella. Estábamos en 2020 presentando un trabajo previo con la Columna Durruti, que es una de mis acciones escénicas compartidas con Maricel Álvarez. Se llamaba Trilogía de la Columna Urruti. Presentábamos en Cádiz ese montaje y tuvimos una entrevista pública hecha por el crítico cultural Marcelo Expósito, en donde hablábamos de cuáles eran aquellas figuras en las que abrevaba nuestro trabajo de aquel momento. Una de ellas era la Ofelia de Heiner Mülller que es la revisita que hace Müller acerca del personaje de Ofelia en la Máquina Hamlet. Y Marcelo lanzó la anécdota esa por la cual se dice que Müller se inspira en un acto de Ulrike, que es cuando ella decide romper con su pasado radicalchip y pasar a la acción, y destruye todos los muebles de su hogar. La historia no es literalmente así, pero Mülller se inspira en eso y Marcelo con buen tino preguntó, ¿ustedes no tienen afinidad con la historia de Ulrike como para hacer un montaje en relación a su figura? Y nosotros dijimos que sí. Y pasado un par de meses lo invitamos a que él como artista o activista político y como crítico cultural, formara parte de esa experiencia. Y eso se desarrolló a lo largo de casi dos años, a fin del año pasado se presentó en el Festival de Cádiz por segunda vez.

Volviendo a los clásicos, conversemos sobre tu versión de Orlando

Orlando es una de las grandes novelas del siglo XX, en términos literarios por supuesto, pero también en términos del planteo feminista que hace muy tempranamente Virginia Woolf. De algún modo esa utopía que plantea, ese devenir de ese sujeto masculino que se va feminizando, también es un poco ese tránsito que presupone la utopía feminista de este tiempo. Cómo ir derribando los pilares del falologocentrismo para ir adentrándose en una sociedad más feminizada en donde de esas características históricas de los feminismos -que tiene que ver con la política de los cuidados en el mejor sentido, esa horizontalidad, esa idea de comunidad- pueda abrevar una sociedad un poco más justa, más solidaria, más comunicativa en términos profundos. La novela de Woolf lo plantea y lo que hice yo fue tratar de actualizarla con la humildad de mi pluma. Ese montaje se hizo en el 2017 en el teatro San Martín.

Orlando. Una ucronía disfórica, en el Complejo Teatral General San Martín. PH: Andrés Manrique/Gentileza Emilio García Wehbi.

En relación a este yo de Orlando, que es el mismo y es otro a lo largo del tiempo, pensaba en cómo construiste vos los límites del yo literario de Maratonista ciego, tu novela. Porque ese yo también es el mismo y es otro...

Ese fue mi primer escrito puramente literario sin el tránsito por alguna idea de la escena. El punto de partida era ese yo que tenía como premisa ser desmembrado. Esta idea de que yo es otro me resulta sumamente estimulante para poder objetivar algunos rasgos de la biografía personal del sujeto narrador y poder adentrarme con más facilidad que si hay compromiso de la subjetividad del yo. Esa idea de poder desprenderme en este yo es otro me motivaba y al mismo tiempo creo que en las poéticas o en las narrativas del yo, o en los que se llaman biodramas, o en el teatro documental, hay mucho pescado podrido, mucho mostrar mis calzoncillos sucios o mi ropa interior, básicamente como un hecho hedonista. Quería evitar esto y discutirlo un poco, desde una producción que entiende que lo personal es político en tanto y en cuanto rebota en el otro en un lugar al que el otro le resulta significativo, y no como una cuestión esencialmente pornográfica que me parece de lo más banal. Es un camino donde el hedonismo de las redes sociales, de la autocelebración, de la autofiguración, ha llevado también al campo artístico y literario a este tipo de experiencias que me parecen un poco obscenas, degradantes, etc. Entonces me interesó abordar ese yo distanciado a ver qué pasaba, tratando de evitar caer en ese gesto miserabilista típico de este tipo de experiencias. Ahí surgió la posibilidad de trabajarlo a la manera de un relato partido, fragmentario, pero que de algún modo buscaba cierta unicidad. Un sujeto confundido en su yo, diluido, que busca componer una identidad a partir de piezas dispersas compuestas por elementos biográficos, de elementos falsamente biográficos y pequeñas narraciones, reflexiones, recuerdos, etc. Se compuso una especie de corpus que yo no sabía qué era y cuando se lo mandé a mi editora me dijo: está, solo hay que ordenarlo un poco. Y lo que hice fue tratar de darles una continuidad a esos fragmentos divididos, un cierto orden hasta que fue constituido en una novela. Yo lo considero así. Aunque no respete los cánones de la novela en términos clásicos. Luego se publicó y tuvo cierta afortunada suerte porque estuvo nominada a un premio en el que quedó como quinto finalista. Se le permitió cierta visibilidad y al mismo tiempo me permitió salir un poco de la representación simbólica que se tiene sobre mí, simplemente como director teatral, y acceder también a otro campo que a mí me interesa en este momento más que el campo de la teatralidad. La posibilidad de la escritura se dio también por cierta figuración, pequeña, pero figuración al fin.

En una entrevista televisiva opinabas sobre la cancelación a personajes públicos, otro de los signos de la época, que probablemente también vaya de la mano con esa cultura del yo…

Es raro. Los primeros indicios de la cultura de la cancelación surgen de Woke y del Me Too, de Hollywood. Y por supuesto que los postulados son correctos e interesantes, pero están articulados de una manera muy violenta y facistoide aunque simulen lo contrario. Esa postura es contraria a mi sujeto libre como artista y a mi pensamiento político libertario en el sentido anarquista del término. Yo me resisto a eso, y no porque no acompañe los postulados de reconocer las subjetividades y el oprobio que históricamente las minorías han sufrido, sino porque el arte también tiene la potencia de correrse de esos lugares y entrar en los lugares problemáticos. Y si el arte se libera de los lugares problemáticos queda simplemente como un instrumento del entretenimiento. Yo prefiero correr el riesgo de ser cancelado porque me importa poco, considero que tengo un bagaje en la espalda para hacer frente a cualquier tipo de cancelación. Entiendo que alguien que me quiera cancelar es porque pudo haber identificado algún error en mi devenir artístico y estoy dispuesto a reconocerlo si es el caso, o a resistir y a dar batalla a la cancelación si tiene ese espíritu woke, políticamente correcto, lavado, adolescente, acrítico. Para mí no es un problema porque históricamente he sido muy criticado porque mis producciones no se ajustaban a los cánones. La crítica en realidad me desafía, no necesariamente me oprime o deprime. Entonces creo que no encuentro un problema en relación a eso. Sí creo que es un problema muy importante cuando los autores empiezan a hacer concesiones o a reformular escritos. Esto es tomar a un ser humano como un sujeto que habita peremnemente un jardín de infantes, que nos tienen que educar para ver cómo es este mundo y cómo es la vida.

A contramano de la cultura del yo, quiero traerte una pregunta acerca de una de tus fuentes de creatividad: los sueños.

No es la cultura del yo sino que sería la cultura del ello, en este caso. Yo tengo un sueño muy liviano, duermo muy mal y por lo general, mi sueño es en la fase rem que es cuando se producen los sueños. Sueño a lo bestia y sin parar. Los sueños me han dictado títulos de obras. Cuando yo monté El grado cero del insomnio, fue porque soñé el día anterior ese título y pensé: este va a ser mi nuevo espectáculo. Se ve que Barthes había estado dando vueltas por ahí. No me pongo a escribir los sueños cuando me despierto, porque si no me desvelaría y como me cuesta dormir prefiero seguir durmiendo. Pero quedan dando vueltas en algún lugar y esa permeabilidad del inconsciente al consciente me tira una información muy estimulante. Yo entiendo que hay una relación muy cercana entre arte e inconsciente. Esa tensión entre Eros y Tánatos de las que habla Bataille todo el tiempo, esa fuga del inconsciente que hace presente ese principio de vida contra esa pulsión de muerte que tenemos al mismo tiempo. Y me interesa esa relación de arte y psicoanálisis, arte y locura, arte e inconsciente. Y creo que los que estamos todavía medianamente cuerdos, tenemos ese vínculo con la locura, ese inconsciente desatado a través de los sueños. Yo no hago terapia, lo he hecho solamente en los momentos en que la angustia afloró en mí. Mi vínculo con el inconsciente es a través de la producción artística. Ahí libero de algún modo. Creo que el inconsciente me da material y yo le voy dando una forma un poquito más racional. Entonces me interesan mucho los sueños, en casi todas mis obras los hay, en casi todos mis textos hay un sueño que aparece y que se construye de manera lógica, que trata de abrevar de esa lógica ilógica de los sueños que no es un disparate. Cuando soñamos no ponemos en duda la veracidad de esa narrativa.

Foto de portada. PH: Nora Lezano/Gentileza Emilio García Wehbi.