Design frontiers

Gustavo Bittencourt: "¿Es cara una silla de 3 mil reales? Para mi, caro es un iPhone de 12 mil"

El diseñador brasileño que, con un trabajo totalmente autoral y estilo personal, crea muebles hechos a mano con gran diversidad de maderas, encajes, texturas y detalles.

Por Juliana Nogueira Passos

09.12.2020

El encanto por las artes siempre formó parte de la vida de Gustavo Bittencourt, diseñador brasileño criado en la zona sur carioca. De la madre arquitecta, que erigió su carrera en el sector de la construcción, heredó el aprecio por la pintura, la arcilla, la escultura y los trabajos manuales, además de tantos libros sobre el tema. Entre piezas firmadas por Sergio Rodrigues, Ricardo Fasanello, Harry Bertoia y Janete Costa, el futuro profesional del chico no reservaría sorpresas. “Aún no tenía definido el concepto de diseñar muebles, pero sabía que haría algo relacionado con las formas”, dice Bittencourt. En 2004, aprobó el examen de ingreso para cursar diseño industrial en la Universidad Federal de Río de Janeiro. Su primera ambición era estudiar diseño automotriz, pero de a poco la idea se fue alejando, dado que las montadoras suelen estar fuera del país. Fue entonces que empezó a buscar cursos de diseño de interiores e, incentivado por la facultad, comenzó a participar en concursos relacionados a la creación de muebles. De pronto, sus piezas fueron finalistas en tres concursos nacionales. Fue la respuesta que necesitaba para saber que estaba en lo cierto.

Silla Iaiá; Silla Benja, de paja de madera freijo y gamuza; Silla Iaiá.

Determinado a forjar su camino, Gustavo entró de cabeza en el negocio de los muebles. Primero, trabajó en una fábrica metalúrgica para entender los procesos. Luego, hizo una pasantía con el artista Rodrigo Calixto, para aprender sobre la parte de ebanistería. Más tarde, empacó y se fue a San Pablo a trabajar en el estudio de arquitectura de Marcelo Rosenbaum, famoso por colaborar con las grandes tiendas del país y por hacer refacciones de casas en programas de televisión.

Si bien estaba feliz con tantos descubrimientos, le faltaba todavía beber de la fuente de su principal referencia estética: el período de la posguerra de Italia. “Me encanta ver como se pensaban las piezas, como una alianza de la industria con el diseño, todo queda multifuncional. Sin contar la elegancia de los trazos, la calidad de los materiales”, cuenta Bittencourt, que pasó siete meses en el Politécnico de Torino, en Italia. De vuelta en Brasil, fue a trabajar con el renombrado diseñador Zanini de Zanine. Cuando terminó la facultad, en 2011, embarcó hacia su segunda experiencia internacional, esta vez en Los Angeles, en la Thomas Heyes Gallery, donde compraban muebles, refaccionaban las terminaciones y los revendían. La experiencia fue riquísima: además de moldear piezas de diseñadores que hasta entonces solo conocía de los libros, como Giuseppe Scapinelli, Zanine Caldas y Joaquim Terneiro, Bittencourt aprendió mucho sobre cómo trabajar la madera.

Sillón Eva, de madera freijo y terciopelo; Mesa Parquet; Sillón Benjamin.

Cuando retornó a Brasil, sentía que era el momento de invertir en lo que realmente creía. En el 2013, se fue a vivir a Petrópolis, ciudad serrana de Río de Janeiro, donde montó su propio atelier. “Había asimilado el conocimiento y sentí que era hora de invertir en mis propias creaciones”, afirma. Su madre, una vez más, fue muy importante en esa fase. “Ella era mi mecenas. Le hice muchos muebles a precio de costo, para ir practicando”, se acuerda. También fue con ella que Bittencourt aprendió la parte menos artística, pero no por eso menos importante de la profesión. “Vi la importancia de participar en eventos, de hacer network”, cuenta. La comercialización de los muebles se hace en el mismo atelier, con la ayuda de un gran aliado: Instagram. “Las redes sociales tienen un alcance muy grande. Además, saltean la comisión de tiendas, galerías. Estas últimas siguen siendo fundamentales para fomentar el arte, pero el hecho de no necesitar alimentar tantas cadenas hace que las piezas sean más accesibles”, asevera. Otra ventaja brindada por la página digital es la posibilidad de explorar el trabajo de los artistas, según la curiosidad, sin el ambiente muchas veces intimidante de una galería.

La producción a baja escala y el alto costo de los materiales, como la madera maciza e el acero de buena calidad, se trasladan a los valores de las piezas, pero para Gustavo, todo depende del punto de vista de cada persona. “¿Es cara una silla de 3 mil reales que va a durar toda la vida? Para mí, caro es un iPhone de 12 mil o un auto de 200 mil”, señala él. Cuando está en el galpón trabajando en sus formas e interpretaciones del mundo, todas estas cosas quedan más distantes y allí hace de su arte y del tiempo sus grandes compañeros.

Foto de portada: Banco Iaiá, con respaldo cromado y de terciopelo; Banco Benjamin; Banco Iaiá. Todas las fotografías son gentileza de Gustavo Bittencourt.