Trending topics

Fear of the Dawn: Jack White en el centro de la (auto)destrucción del rock

En su último álbum, el músico estadounidense desarma el género para seguir transformándolo.

Por Franco Rosso Lobo

31.05.2022

Jack White es el último adalid de la guitarra de distorsión sucia y desprolija, pero de cabeza eficaz. Aquel que puede desintegrar las barreras de los géneros, inmiscuirse entre los espacios y moldearlos a gusto, placer, imagen, semejanza y necesidad. Desde su anterior trabajo, Boarding House Reach (2018), quien alguna vez fue sinónimo de crudeza y síntesis rockera, continúa en una quijotesca empresa: explorar esos límites y desafiarlos como si la física o la muerte fueran el mismo enemigo. Para cualquier mortal, contrariar la inminente muerte del rock es imposible. Sin embargo en su último disco, Fear of the Dawn, White parece cada vez más cerca de probar lo contrario, y al mismo tiempo, cada vez más lejos.

Harto se ha discutido —inútilmente— si el género, de una vez por todas, está dando su suspiro final. De hecho, y la abundancia de sensacionalismos a través de la historia lo avalan, parece ser una despedida más larga que la de los Pimpinela o la de Mirtha Legrand. Un anuncio constante de que “esta vez va en serio”, y nunca sucede. Al contrario, esa quintaesencia inefable, que nadie puede definir pero que cualquiera puede identificar con la sola vara del propio gusto, se filtra en cuanto lugar encuentre. Es algo más parecido a un cáncer que a un estilo de vida, una actitud, un sonido, porque cualquier cosa puede tener “rock”, ya sea el nuevo trapero de moda, una bebida o el shawarma más putrefacto que alguien se haya llevado a la boca jamás.

Famosos son los desplantes —que circulan en formato “frase inspiracional para que no dejes de aguantar esa posición, si total alguien ya pensó algo mejor por vos”— como el de Lou Reed, quien dijo: “Un acorde está bien. Dos es forzarlo. Con tres ya estás tocando jazz”. O la rápida respuesta de Lemmy Kilminster a los suecos Europe cuando se presentaron frente al líder de Motorhead en un bar: “Europe no es una banda de rock”. Pero esas provocaciones se tomaban como de quienes venían. Además era otra época, la sociedad creció en su tolerancia, los gustos se diversificaron, La Beriso tocó en el Teatro Colón. ¿Qué más hace falta para ver que el rock se convirtió en una pieza de museo? Avanzamos con el tema, ¿verdad?.

Al momento de escribir estas palabras, Fear of the Dawn ya lleva más de un mes en la calle. Y, para variar, en la fosa séptica de Twitter se libra una batalla campal porque Coldplay agotó siete estadios de River. ¿Cómo es posible? ¿Tanta gente es capaz de disfrutarlo? ¡Si es rock para quienes no escuchan rock, por todos los cielos!

Quizás en ese fláccido argumento radique la propia respuesta a este tuit-digest inmundo pero necesario para contextualizar, porque Jack White parece estar hablando al pedo.

Va de nuevo. He aquí al tipo que fundó su iglesia sobre una banda que hacía alarde —con todos sus pedigrees— de ser la expresión más mínima, pura y fundacional de la banda de rock. Volvió a hacerlo dos veces, porque quienes hayan visto el indispensable documental It Might Get Loud (2008) y sigan baldeando las babas de White que chorrearon del televisor cuando vió tocar a Jimmy Page, saben que su fetiche es que le peguen y le digan Zeppelin despacito al oído. Pero si el cruzado del formato analógico, el paladín del fuzz, el sumo sacerdote de la monocromía comienza a usar una sotana de lentejuelas, es porque algo está sucediendo.

En Boarding House Reach, White dejó clarísimo que no tiene intenciones de reinventar la rueda, sino de castigarle la suficiente cantidad de machucones como para probar que todavía pueden crearse engranajes. Y que la máquina siga su curso. Boarding necesitaba ser un golpe de electroshock con todas sus texturas, matices, géneros entrelazados y estructuras ultradeformes. Sobre la misma cuerda floja continúa Fear of the Dawn, ahora con una tarea quizá un poco más difícil sin el factor sorpresa: diluir lo más posible esas fronteras autoimpuestas del “rock”.

PH: David James Swanson/Third Man Records.

Desde el comienzo, el bife de capas de octavadores que es “Taking Me Back”, hasta la chiclosa “Hi-De-Ho”, White se pasea por Gaza, toma unas escalas, luego pone a Q-Tip a rapear, mientras él se encierra con sus pedales, como si fuera Aldo Barbero en La Venganza del Sexo (Emilio Vieyra, 1969), y plastifica rocanroles de máxima furia y rugosidad. Férreo en su idea de atomizar un riff perfecto, exprime el líquido cefalorraquídeo que ataca los centros de placer y los usa como atracción principal de lo que en verdad parece que quiere mostrar: el decorado de su laboratorio. Más claros ejemplos que “Eosophobia” o “Into the Twilight”, no hay.

Los sonidos alrededor de la guitarra atentan contra cualquier leitmotiv, casi como si White dijera: “Ah, ¿te gustó? Mirá cómo lo hago mierda”. Los ahoga con cortes abruptos, sampleos de una Hatsune Miku en pleno ataque de epilepsia, cánticos medievales, teclados superpuestos. Todo para llevar la escucha a otro plano; para que la atención al detalle prime por sobre cualquier comodidad auditiva. No parece casualidad, ya que en todo momento, las fragmentaciones se vuelvan esquirlas subliminales (y no tanto) que infestan el oído, entonces para cuando “Eosophobia - Reprise” y “Morning, Noon and Night” aparecen, ya casi al final del disco, es imposible no sentir familiaridad con tal o cual melodía, ruido, nota, arreglo. El trabajo es secreto, perverso, porque se convierte automáticamente en un enigma que exige volver al teatro para descubrir el truco del mago.

Fear of the Dawn no suena como tal, definitivamente es una sola canción, aunque dispuesta en capas tan finas que son imperceptibles. Llega virulento y sale despedido como una voluta de humo en el viento costero. Es todo lo que un disco de rock no tiene que ser: indistinguible, indivisible, de perfil bajo. Jack White funda su (anti)tesis completa sobre todo lo que alguna vez sintió que pertenecía al “rock” desarmándolo y jugando con él. Su próximo paso permanece un misterio. Mientras, el mundo se encarga de seguir exponiéndolo en una vidriera, una góndola o un festival, cuando en realidad pertenece a los límites de un marco dorado o una caja de acrílico.

Foto de portada. PH: David James Swanson/Third Man Records.