Conversamos con el músico argentino que acaba de lanzar su primer álbum, Malasartes, en el que explora la nostalgia como fuerza creativa.
13.09.2023
De buenas a primeras no tengo nada que preguntarle a Juan Cruz. Sin conocerlo, le doy play por recomendación. La tapa (un expresionismo bellísimo de Andrea Speyer) no lleva más inscripciones que sus colores. No hay título, el artista está ausente. Su mutismo caótico me atrae. La música por su parte va bien. Agrada. Malasartes es un caso cerrado, un asunto sin resolución aparente. No la necesita, por más que se escuche un conflicto, una lucha interna.
El hijo de Rubén Goldín produce y crea, junto a Juan Belvis y Luciano Vitale (BELCEBÚ), un pop que por muy complejo que sea, puede sin peligro, dejarse de fondo. Algo que a mucha gente quizás le suene despectivo, podría finalmente ser una virtud. Adorna la sala con formas, texturas y pigmentos sin desentonar ni abrumar los sentidos.
El caso es que a la primera escucha (de fondo, entre la vida) ocurrió lo que siempre me ocurre con discos que terminarán en mi memoria para siempre: me gustó pero no lo entendí.
Algo en esa duda me hizo volver a escucharlo. Dos, tres veces más. Una ansiedad dulce me gravitaba hacia él. Su personaje principal, evasivo; sus melodías siempre jugando a las escondidas pero a su vez proyectándose con fuerza, solemnes. El mensaje, encriptado, inaccesible. A los pocos días, sin darme cuenta, estaba buscando el paradero de todo este misterio. Estaba, también, tarareando dichas melodías.
Le hablo a Juan Cruz por Instagram, a ver si se copa a que le haga unas preguntas. No sé ni qué preguntas. No sé su historia, no conozco su cara. Habla bien de mi trabajo como periodista, supongo. Sin entender nada más que mi propia pasión encendida y un puñado de obviedades, así arremetía la incógnita.
La introducción al disco marca el terreno y la atmósfera de lo que vendrá. Entre bruma y mareo, como un náufrago nos sumergimos en aguas más bien turbias. Sin embargo, una frase rompe con ese contexto sombrío: “Escribo en serio para reírme en medio” ¿Es la música para vos un escape o un juego? ¿Dónde estaría parado Juan Cruz Goldín en el medio de ese mar?
Creo que se trata de huidas, pero no de evasiones. La creación, la resistencia… son necesarias, no se puede prescindir de ellas. Siento que el juego tiene esa cualidad donde la inocencia se puede convertir en perversión, en simulacros o teatros, y también a la inversa, puede ser el espacio donde las cosas se liberan de una auto-importancia. El intento de seriedad tiene que ver con escuchar la intuición, de hacerla parte del trabajo, incluirla no sé si como método pero sí como parte del problema. Tomarse o no en serio a uno mismo como validación productiva me parece algo genuino, incluso terapéutico, pero cuando eso se vuelca tanto a la representación, a una manifestación consciente de la identidad, a una definición, se siente como una trampa y es un bajón. Lo que se plantea seriamente es el trabajo, que puede tomar mil formas, mil intensidades, de la intuición. Supongo que hablo de huidas que son justamente inescapables, que son necesarias y las vivimos así. En la música vivo algo como eso.
Malasartes podría muy bien ser la Nostalgia, a nivel sónico, un color que invade cada canción del disco. No en el sentido de refrito del pasado, sino un mood metafísico – viaje nocturno y visceral – tocado por la brisa y la sensación de haber estado ya en un lugar, una memoria, un carrete. ¿Creés en la nostalgia como lugar de creación o de destrucción, para bien o para mal? ¿Pensás que puede llegar a capturarse o recrearse en algún sonido o timbre?
Es sin duda un elemento central del disco. Más que algo bueno o malo, lo veo como el espacio emocional determinado por y para esas ideas. Malasartes se compuso y se grabó en medio de duelos familiares muy intensos y recientes. El título del disco hace referencia a un bar que mi abuela gestionó en Buenos Aires durante la primera década de los 2000, y así también todas las canciones son retratos de experiencias y pensamientos más o menos lejanos, de Argentina y España, conectados a ese elemento tal vez central que es Malasartes y encontrados en una especie de melancolía vitalista que intenta romper con la vida reactiva, la vida que padece la impotencia. No la veo como una nostalgia paralizante o necesariamente de un tiempo remoto, sino como una fuerza actual, que perdura y sigue transformando. Es algo así como una elegía, un canto doloroso que es a su vez regocijo y con suerte una celebración en la pérdida.
En relación a esos colores, siento que es una paleta que comparten mucho con Juan Belvis y Lulo Vitale, la compañía BELCEBÚ, en esa búsqueda sónica tan particular, fina y precisa. Se nota claramente en su banda OCHO, por ejemplo. ¿Cómo fue trabajar y crear con esa dupla de maestros? ¿Cómo moldeó lo que se escucha en el producto final?
Trabajar con Lulo y Juan fue único e irrepetible. Recuerdo estar a la búsqueda de productores en España y darme cuenta bastante rápido de que no iba a encontrar lo que buscaba. Es loco como un lugar como Buenos Aires donde los problemas bullen puedan darse fenómenos creativos tan interesantes. Como puede ser un faro tan poderoso de propuestas.
Quería trabajar con personas cercanas, gente que estuviera más implicada en mi historia de una u otra manera, lo sentía como necesidad personal y como lo que desde lejos también me estaban reclamando las ideas. Coincidió mi búsqueda con su lanzamiento oficial como dupla productora de canciones, y aunque en general no soy una persona de visiones y no me comporto tanto como un líder, trabajar con ellos fue una decisión que acabó siendo fácil de tomar, porque ya estaba todo dicho para mí, era de mis pocas certezas.
Creo que si el disco juega con algo es con la idea de intimidad, en ese ámbito críptico pero a la vez explícito, que es también el resultado de la interacción de mis maquetas con un mundo que ellos lograron extraer, sumar, ampliar, encontrar, se me ocurren muchas palabras y quizás es que todas tienen peso porque el proceso de generación y transformación de las canciones no se dio siempre igual ni estando en el mismo sitio, y porque lo que ellos aportaron y le significaron al disco excede el trabajo en sí por mucho.
Empezamos a distancia, luego juntos en Buenos Aires, y siempre se sintió como un estado de concentración, de relajación y confianza, que coincidió con nada más y nada menos que nuestras propias vidas. Volver una temporada a Argentina para hacer el disco ya me significaba mucho, sumado a que al comienzo de ese viaje falleció mi abuela y todo se resignificó hacia lo desconocido, y así continuamos, en un estado de amor por la música que por supuesto se vio afectado pero para nada perdió su potencia, más bien al contrario, supo abrirse paso y ellos fueron clave en eso, con un sentido de búsqueda constructiva que me mantuvo a mí a flote y consagró un estilo para el álbum. "Añá" es el único tema del disco que compuse estando en Buenos Aires. Recuerdo que lo hice muy rápido y luego lo grabamos un día de invierno si no me equivoco, con las luces del estudio un poco bajas. Fue un momento sumamente delicado y bello.
Muchas de las letras oscilan entre lo poético (“juez en hazmat”, “siendo mi herida mi rebaño”) y lo tangible, terrenal, como imágenes del baile, mover el cuerpo y dormir en el último asiento de un bondi o un tren. ¿Cómo balanceás ambas fuerzas líricas? ¿Qué te inspira, ya sea de la literatura o de cualquier lado?
En mí se trata de encontrar límites y síntesis. Existe esa instancia de porosidad extraña, donde las palabras salen solas, no importa si estás en el subte, en una cabaña o en una rave, no importa si las anotás en el momento o es solo paladearlas en lo virtual. Y luego está el trabajo de moldear las imágenes, de hacerlas converger en sentidos, sonoridades más adecuadas, a veces también con cierto ojo censurador que está muy atento al cringe obviamente, a no romperse en mil pedazos, pero que es también parte de esa estratificación que vive el proceso de escribir, donde el control se renuncia y se invoca a cada momento.
“Quizás desanima ser y no hacer algo” de la canción “Rojo” es una de las frases más poderosas que encuentro en el disco. Suena como hablándonos, artistas o no, a quienes se ven en el apuro creativo o la urgencia de hacer sin parar, aunque después nos cueste vida, plata, etc. La siento casi una frase budista. ¿Qué significa para vos? ¿Y cómo encaja ese sample en la ecuación?
En muchas instancias del disco hay referencias. En las letras sobre todo permearon lecturas de filosofía y teoría crítica, conceptos que coincidieron con lo que yo estaba necesitando para expresarme, cosas que quería decir y las fui encontrando dichas por otras personas. Esa frase en particular trata de rescatar una crítica a la trascendencia, esa idea antigua que de algún modo hemos hecho sobrevivir y que hoy fluye entre nosotros de manera más silenciosa y fetichizada, quizás más impregnada en la ideología y el mercado. En “Rojo” se escuchan dos partes de una conversación entre John Cage y Morton Feldman, dos fragmentos donde ambos comentan sobre el rol del compositor desde su propia óptica. Si no me equivoco se trató de una idea de Lulo mientras armaban el arreglo de ese tema. En ese momento yo venía leyendo los escritos de Cage, y tengo por ahí guardada una colección de ensayos de Feldman que leí hace tiempo. Fue un encuentro muy bonito que no puedo atribuirle solo a la casualidad, sino a una sensibilidad en común, porque además de ser compositores que admiro se fusionaron gentilmente con la temática de la trascendencia, de lo singular contra lo individual, etc.
Con mi novia te escuchamos y bromeamos con que es un disco muy escorpiano (risas). La luna, las estrellas y la noche son personajes principales también en Malasartes. Además de tanta imagen críptica ¿Cuál es tu relación con la astrología o lo esotérico?
Tengo la luna en Escorpio así que debe ir por ahí la cosa. No sé si tengo una relación con lo esotérico en tanto modo de vida. Se me dio en la pandemia, que fue una época muy nocturna mentalmente, al encontrar puntos en común con muchas otras lecturas, entender lo oculto como fuerzas que son totalmente vitalizadoras, incluso desde lo político. Pienso fuertemente que si hay una identidad a construir, sólo puede ser en la dirección de implicarse con el desconocimiento, con lo involutivo, porque hay muchos vacíos que el poder está muy dispuesto a proveer, y que acaban siendo formas de subyugación.
Decís que “la identidad se te hace un lío”, en muchos fragmentos de canción hay pistas de eso, de escaparse de una monotonía, de salvarse o correrse de una incomodidad. Y sin embargo nunca dejás ver todas las cartas. Este es tu disco debut, pero mucho más que eso no hay en internet, y sin embargo tu viejo es Rubén Goldín, mítico guitarrista de la trova rosarina. Por lo que no venís tampoco de la nada. Todo ese juego atrae a buscar la respuesta del enigma. No sé si hay alguna pregunta concreta, quizás ¿quisieras hablar un poco de tu persona? Siquiera dejar ver algo de esa identidad fragmentaria.
Creo que lo fragmentario aparece en la profundidad. Quizás es al revés de lo esperable, que sería poder encontrar lo cohesivo en terrenos complejos, atar cabos y hacer una red de uno mismo, etc. En mi caso, el explorar el interior me parece fascinante pero también terrible, es algo que duele, y no porque haga aflorar el dolor del pasado, sino porque lo que se encuentra en esos procesos es una sensación de superficie, un deslizarse continuamente por algo que no puede llamarse ni sentirse como propio. Hay algo más inmediato y cercano que esa eterna aproximación obsesiva a la verdad del sujeto. Lo fragmentario es la búsqueda de esencias que tarde o temprano dejan de convenirnos, y creo que es una dinámica en la que estuve y probablemente sigo absorbido. Pienso que soy una persona austera, tengo pocas cosas, poca ropa… en general en mi vida hago lo justo o lo mínimo. Pero a veces mi mente puede comportarse muy distinto.
Todas las preguntas anteriores desembocan en esta: ¿qué significa finalmente Malasartes como título de tu obra, o qué deja transparentar ese nombre?
Mi respuesta inmediata es: además de ser un homenaje hecho por y para gente amada, es también un disco para el pensamiento, es la exploración de la inmanencia. Es una propuesta que se busca en lo personal y que explicita la individuación, pero para nada está de acuerdo con ella.
¿Planeás presentar el disco en algún momento, sea acá en Argentina o Europa? ¿Tenés planes para el futuro a nivel musical que quieras contar?
No hay planes de presentación todavía, la publicación del disco me agarró viajando de vuelta y organizando muchas otras cosas, pero quisiera poder tocarlo en Argentina, siento que al final es un disco con un fuerte sentido de pertenencia y correspondería una presentación allá.
¿Estás escuchando, viendo o leyendo algo que te cebe? Cualquier época, cualquier género, todo vale.
Lo más reciente, de estos mismos días, es escuchar mucho Los Redondos, alguna playlist temática de Barbie… Hace poco llegué gracias a Lulo a los últimos discos de Talk Talk y el disco solista de su líder Mark Hollis, todos discos increíbles. En vivo hace poco los vi a los Death Grips, fue una liberación, un exorcismo… muy intenso. Se sentía la energía.
Se escucha bastante de Mark Hollis en tu debut. ¿Lo consideras una inspiración o un modelo a seguir?
Para mi fue un gurú sin quererlo, una guía posterior a la creación del disco. Nos fuimos acercando en puntos comunes, casi sin darme cuenta. Me parece increíble cómo se puede haber dado esa ruptura en su estilo, además de lo que construyeron como propuesta (Talk Talk), no solo disruptivo por el hecho de serlo, sino una intención un resultado muy potente.
Hablando de lo críptico y velado de tu persona, también me rememora a la esencia casi evasiva de Hollis. Una historia particular, también un enigma en su propia ley, como en vez de pegarla (o habiéndolo hecho) optó por desaparecer muy progresivamente, tapando su nombre, sus huellas, de a poco. ¿Te ves tomando un camino similar?
Yo no le diría desaparición, porque suena a los terrenos más feos de la depresión… pero buscar decir que no. Hay una frase de Death Grips que me parece clave, literalmente el mantra de la banda, como dijeron en una de las pocas entrevistas que cedieron (¡a Pitchfork de todos los lugares!): "No representation is better than misrepresentation".
Entonces, ¿será que buscas el “No” también?
A decir verdad, es poco lo que consumo, incluso en la música. A veces me puedo sentir en falta, pero hay una recompensa que a veces se deja ver, y se relaciona con hacer espacio para experimentar de maneras distintas, hacerse uno mismo un tamiz de lo que quiere vivir. No me refiero a géneros, no va de algo elitista o coyuntural, sino de rescatar un sentido de conveniencia, de poder intuir qué nos hace bien, y en esa misma línea poder construir las propias opacidades, los propios desiertos, etc. Probablemente suene a cliché, y probablemente es que lo sea, pero pienso que poder decir que no a muchas cosas es lo mismo que decir que sí, en ambas hay una necesidad afirmativa. Creo que uno puede ser caleidoscópico sin hacer de lo múltiple una moralidad.
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Malasartes ya está ahí afuera, esperando a ser admirado, confundido, buscado, comprendido, perdido. A su vez, no espera nada. Son muchas las maneras de pintar su cuadro. Es un debut firme pero pulido y sutil, hasta elegante. Todo eso sin faltarle el barro, que peca por indispensable.