Procesos creativos

Leila Guerriero: como una sombra que pasa y se va

Una conversación con la periodista y escritora argentina en la que nos preguntamos: ¿cómo se pasa del yo invisible al yo de la experiencia en crónicas personales? ¿Cómo nos afectan los prejuicios a la hora perfilar a alguien?

Por Paula Jiménez España

05.08.2021

En el prólogo de Teoría de la gravedad, el último libro de Leila Guerriero, Pedro Mairal dice que no se le escapa nada. Que una vez se encontró en un bar con esta periodista -autora de títulos tan memorables como Los suicidas del fin del mundo, Una historia sencilla, Opus Gelber, entre otros- y que se sintió “transparentado” por su mirada. Seguramente no haya demasiada ficción en eso, Guerriero lleva el ejercicio de la crónica en las pupilas. Su observación logra ser lo suficientemente atenta y entregada como para que lo visto no se desvanezca, para que vuelva como hiedra poética, como tensión dramática, como risa. En las columnas que integran Teoría de la gravedad, publicadas en el diario El País, Leila desguaza su yo para hacerlo pasar por un manojo de experiencias comunes en las que los lectores pueden verse reflejados. La cuestión óptica crea un campo semántico a su alrededor: mirar sin prejuicios, mostrarse ante la mirada ajena a condición de no ser (demasiado) vista. La fórmula es casi zen: echar por tierra los anquilosamientos del ego, la importancia personal, para que el texto sea.

¿Cómo fue hacer este paso del yo invisible de las crónicas al yo sede de la experiencia de Teoría de la gravedad?

Ya había utilizado el yo para las conferencias. Me interesaba compartir una experiencia puramente personal, pero sin imponerle al otro la idea de que como esto me pasa a mí pretendo que le pase a todo el mundo. La verdad es que no había entrado antes con esa claridad de la voz narrativa, tan continuada además. Me fui animando de a poco. Hay un pudor natural que siempre me hace pensar a quién le importa lo que me pueda pasar a mí. Pero también ese pudor fue el que me ayudó a pensar que a mí me pasaban cosas relacionadas con la naturaleza humana: la pérdida, el duelo, los recuerdos de infancia, las contradicciones, la rabia, todo eso de lo que habla en ese libro. Cada vez que tomaba una pequeña parcela de mi vida, de mi experiencia personal, para llevarla a la escritura, tenía muy claro que ese yo iba a estar muy presente, pero también que iba a ser como una sombra que pasa y se va, en el sentido de que cuento esto para contar esto otro. Asumir eso hizo que yo me sintiera tranquila pensando que ese yo no era egomaníaco. Estaba el yo, sí, pero no el ego puesto en “me pasó esto”. Sí, me pasó esto, pero ¿para qué lo cuento?

En los remates de estos textos se ve con mucha claridad hacia donde te dirigías.

Esas columnas siempre terminaban apuntadas hacia un lugar muy preciso creo, el lugar de la experiencia colectiva acerca de alguna situación de estas que te digo, sobre el amor, el desamor, el desamparo, la euforia, el estado de gracia. Me gustaba y me gusta seguir escarbando en ese mundo propio que refleja muchas otras cosas, que es una especie de sistema de espejos.

¿Cómo ingresa la poesía a Teoría de la gravedad?

Yo siempre leí bastante poesía, me estimula a escribir, me suena mucho en el oído. Hay un trabajo con el lenguaje en el poema en el que cada palabra importa. Esto de sostener un clima, una atmósfera a lo largo de toda su escritura. ¡Los finales! A veces simplemente abro páginas para leer finales de poemas: ¿cómo termina esto? Creo que la poesía es un condensador de muchas cosas que en la prosa una no tiene la habilidad de contar en tan pocas palabras. No sólo pocas palabras si no con ese nivel de intensidad. Es una prosa de alta intensidad. Un concentrado.

¿Entraron en estas columnas todos los poemas que anduvieron rondándolas, antes o durante la escritura?

A veces me pasa de leer un poema y llenarme de ganas de escribir acerca de una determinada cuestión y el poema quizás ni aparece en la columna. Otras, sí me pedía estar incluido. Me ha pasado de no encontrar un final porque era poco el espacio, y sabía lo que quería decir, y de golpe daba con un verso ¡Y wow! ¡Es esto! El verso era la puntada final. Entró de muchas maneras la poesía, la contrabandeaba de manera muy consciente. Extraño la columna de un diario para meter poesía sin que sea leída de un modo alambicado, separado de la realidad. De pronto con un verso vos podés estar hablando de algo tan concreto como una catástrofe mundial. También me gustaba eso: el verso lacrando la realidad. La gente tiene a veces esa idea tonta de la poesía: vestales, hadas, personas enamoradas. Hay poetas como Louise Glück o Sharon Olds, que son brutales. A Sharon la descubrí con un poema cortito en el que habla sobre cómo vuelve a tener sexo con el marido después del parto. A partir de ahí empecé a buscar cosas, creo que tengo casi todos sus libros traducidos al español. Los he comprado repetidos. No me importa nada.

En una entrevista de hace un año hablaste de tus ganas de escribir sobre Paul B. Preciado, ¿se concretó?

Nunca lo propuse formalmente. Me parece un tipo interesantísimo. Una mente brillante. Recuerdo que publicó un ensayo en El país que no sé si habrá sido escrito directo en español, sobre el tema de la pandemia. Fue una cosa impresionante, de gran lucidez. Me parece una persona magnética, insolente, un rabdomante que está mirando más allá y ve lo que nadie ve. Su historia de vida es muy singular también, pero más allá de eso lo que me interesa es su cabeza. Lo que pasa es que vive en algún lugar de Francia y yo tenía muchas ganas -aunque quizás a Paul le importe tres belines lo que pueda escribir sobre él-, pero me pregunto si el Zoom es la manera de hacer una cosa así con alguien que me interesa tanto. Quizás es mejor esperar a hacer algún viaje y quedarme una semana ahí donde él esté.

¿Te alcanzaría una semana?

Por supuesto que no, pero si tuviera la suerte de que me recibiera durante una semana muchas veces, algo podría hacer, seguramente algo mucho más jugoso que entrevistarlo por Zoom.

Muchas veces contaste que te tomas tu tiempo para escribir, ¿cuánto te llevó, por ejemplo, recoger el material para esa gran crónica sobre la ola de suicidios en Las Heras, de la que hablás en Los suicidas del fin del mundo?

Fueron varios viajes los que hice a ese pueblo patagónico, entonces no te podría decir cuánto… el primero fue en el 2002 y el libro se publicó en 2004 o 2005. Fue mucho tiempo, pero era un libro. Hace un par de años hice un perfil de Fito Páez y estuve tres meses. Con Julieta Venegas estuve desde enero a marzo o abril. Además de hablar, rodeo a estas personas sobre las cuales escribo perfiles, y entrevisto a quienes tengan relación con ellas, o algo para decir sobre sus obras. Cuando hacés un perfil fuera del ecosistema natural donde vivís tenés que asumir otras circunstancias también, lo otra posibilidad es no hacerlo. Si vas a hacer el perfil de una persona que vive afuera ponés en la balanza también otros factores, por ejemplo tu grado de interés. Lo que no haría nunca es entrevistar a alguien durante una hora y pretender con eso hacer un perfil.

Recuerdo una entrevista que le hizo Truman Capote a Marlon Brandon durante una noche en la que Marlon terminó alcoholizado, contando secretos sobre su madre. No duró más que unas horas, pero es una entrevista difícil de ser olvidada.

Era un chanta a veces Truman, pero es genial esa entrevista. No recuerdo tanto porque hace mucho que no la releo, pero creo que Capote lo había llevado a su habitación. Su apuesta era otra con esos textos. Y además no es un perfil, es una entrevista pregunta - respuesta. Es una conversación. Sí por supuesto se ven cosas de Marlon, cosas que levantaron muchas ampollas, pero no se trata de un perfil.

PH: Magdalena Siedlecki/Gentileza Leila Guerriero.

¿Qué es un perfil Leila?

Un perfil es un texto para el que necesitás tiempo suficiente para sentir que comprendiste un poco la cabeza del otro, parte de su espesor, su complejidad, sus contradicciones, su luz, su sombra, su mapa de apetencias y rechazos, sus peleas con la vida. Y con todo eso escribir un texto que no se inscribe en lo que sería una biografía tradicional que es más lineal, si no en algo que exige una mirada fuerte de parte de quién perfila, sin necesidad de que esté en primera persona. Una mirada muy a fondo, muy de cerca y muy compleja.

Dijiste una vez que Bruno Gelber fue el personaje más misterioso de los que perfilaste…

El más críptico. Podías llegar hasta un punto con él, pero sabías que no había manera de pasarlo. Igual era un tipo muy lanzado, cuando tomó coraje y se entusiasmó con lo que estábamos haciendo, se mostró como alguien a quien le podrías preguntar cualquier cosa. No le resultaba difícil hablar de temas incómodos, pero sí había un punto de reserva o de manipulación de la información que iba presentando a veces de manera levemente distinta a la anterior. Había muchas versiones incluso en su cabeza. Estaba muy blindado en ese sentido. Él sabía hasta donde vos podías llegar, quizás otro entrevistador se iba con la idea de que llegó muy lejos, pero yo entendía que había ahí un límite. Estuve más de un año entrevistándolo, no hubiera podido con menos cantidad de tiempo.

¿Imaginabas que terminarías escribiendo algo tan largo?

No, de hecho cuando lo llamé para entrevistarlo le propuse hacer un artículo para una revista. Y él es muy generoso con la gente y siempre dice que sí, salvo que lo llames de un lugar muy horroroso. A la segunda o tercera entrevista me di cuenta que eso no daba para un artículo, era un tipo tan complejo y laberíntico, esa personalidad había que contarla con sutileza y el espacio corto no te permite la sutileza. Necesitás la extensión para que ciertas cosas se entiendan bien, para que se entienda porqué por momentos aparece como alguien tozudo o tiránico, de dónde viene eso, para que se empiecen a ver patrones de conducta que se repiten. Por eso decidí que iba a hacer un libro, incluso antes de hablar con un editor. Y cuando comencé no tenía para nada claro que sería tan largo. Una escribe para averiguar lo que va a escribir.

¿Te resultó complejo el proceso de escritura?

Fue una tarea muy compleja porque el libro tiene muchas reiteraciones, lugares por donde Bruno pasa una y otra y otra vez. La manera en que él iba deformando una anécdota, en que iban apareciendo los personajes, todo formaba parte del relato. También había que ver cómo se metía eso en el libro sin que el lector pensara "esta tipa me está contando siete veces lo mismo". No sé si lo logré, pero un poco esa era la idea.

Hablemos sobre tu sentido del humor. Recuerdo, por ejemplo, aquella crónica que hiciste sobre el supermercado chino de tu barrio, que era bastante disparatada. ¿Te lo proponés o surge de tu forma de mirar?

De pronto si leés un libro como Teoría de la gravedad te puede parecer que hay momentos muy oscuros, pero soy una persona con humor y hay cosas que me hacen revolcar de risa. En general no me río de lo que a la gente le da risa, otras cosas me matan. ¿Te acordás del uruguayo Leo Maslíah? Era un humor completamente absurdo, pero yo me ponía esos cassetes mientras hacía cosas en el balcón y una vez cuando Diego, mi pareja, llegó a casa, me preguntó: "Pero ¿por qué te haces esto?"

¿Y Hebe Uhart, a quien además perfilaste, te hace reír?

Me descompongo de la risa. A veces leo en voz alta cosas de Hebe en los talleres y no puedo terminar de tanto que me río. En lo que escribía el humor parecía estar puesto de un modo involuntario, pero mentira, no era nada involuntario. A mí me gusta mucho meter eso en las crónicas si es que el texto lo admite. Si no está en la conversación o no lo veo, no tiene ningún sentido.

Pero con una asesina como Yiya Murano a mí me resultaría inimaginable pensar en relatar desde el humor y sin embargo lo hiciste. En el final contabas que Yiya le dice a su marido, refiriéndose a vos: "Cuidado que esta que anota todo".

Es que ella me cambiaba el nombre a mí, o me prometía que me iba a presentar al marido que iba a recuperar la vista y yo descubrí de pronto que el señor no tenía ojos, ¿cómo puede recuperar la vista un señor que tiene los cuencos vacíos? Todo esa situación era muy tétrica, pero desopilante. Era una psicópata desopilante. Y con respecto a Ale, el cajero chino, yo hice esa crónica para intentar entender la cultura china. Pero no entendía nada. Me decía "vine acá para conocer el mundo", y yo me preguntaba: pero si este tipo está encerrado en el supermercado siete días a la semana, ¿qué mundo va a conocer? Todo ese choque de un narrador que no entiende, produce necesariamente risa. Como un hámster que se va chocando contra la cajita, crees que saliste y no. Ayer me acordaba de un perfil que le hice a Marilú Marini para la Rolling Stone. Marilú en un momento está posando con la foto de un prócer francés y dice este era un connard. Y el texto termina con una frase mía en la que digo que connard en español quiere decir boludo. Pero ella es así y tenía ese humor.

Alguna vez dijiste que vos no darías por sentado a la hora de escribir un perfil sobre Karina Jelinek que fuera una tonta, o que Nicanor Parra hubiera sido un genio.

Creo que es una actitud que conviene tener si una se quiere dedicar a ser periodista, no ir a la realidad a confirmar un prejuicio. Hay gente que es tratada de una forma muy cuadrada por los medios de comunicación, son metidos en una cajita. Por supuesto que hay gente qué no me interesa para nada y que hay otras personas que veo muy encasilladas. Yo sí me pregunto qué hay en la vida de Karina Jelinek, ¿cómo se formó esa personalidad, cuál es la disociación entre el personaje público y el personaje privado, si es que existe? Me da curiosidad saber cómo será cuando está sola, en serio me interesa, no en joda, no me interesa reírme de Karina Jelinek. Y lo mismo si voy a ver a un tipo híper admirado, súper loado. Por supuesto que voy a consignar un muestrario de los destellos de su inteligencia si es que esa persona tiene una obra, pero no está en mí ir a confirmar los prejuicios. Porque los prejuicios te tapan la mirada, no te dejan tener esa frescura ni esa desnudez para impactarte con lo que estás viendo.

A Bruno lo pudiste ver profundamente, dio enormes frutos ese trabajo de sacudirte los prejuicios.

Cuando lo fui a ver pensé que me iba a encontrar con un tipo de persona, pero estaba dispuesta a encontrarme con lo que fuera. En las entrevistas que le habían hecho previamente se veía a un sujeto capaz de poner en palabras lo que sentía al tocar el piano, y es muy poca la gente que puede tener tanta capacidad de transmitir cabalmente lo que le pasa cuando ejerce su arte. Me parecía fascinante eso. Cuando nos encontramos, surgió otra faceta qué es la de un conversador chispeante, repleto de buen humor y de dobles intenciones, con intentos de escandalizar. Todo eso lo vi estando con él, no reflejado en ninguna de las entrevistas que había leído. Si yo hubiera ido solo con la idea de encontrar un intérprete serio, todo eso lo hubiera dejado por fuera de mi abanico porque me estaría arruinado el relato del señor que yo quiero retratar. Por supuesto que es muy serio cuando se refiere a la música, pero está también este costado maravilloso, pérfido, inteligentísimo, prejuicioso. Una tiene que tener una información sobre la persona que va a entrevistar, pero también es necesario ir flexible, dejarse impactar por el otro real que está delante tuyo.

¿Por qué, teniendo tanta vocación por escribir, la carrera que estudiaste fue Turismo?

Mi familia era muy este estimulante en lo cultural, y todo lo que yo escribía era muy respetado en mi casa, se me apoyó en la vocación, pero al mismo tiempo estaba la pregunta: ¿de qué vas a vivir? Se abría un universo, la relación entre la escritura y el dinero que Piglia pensó tanto. Era muy chica, pero ya pensaba intuitivamente en eso de tener un trabajo y que no me gustara, acumular frustración y dejar la escritura arrinconada en un lugar en el que cada tanto pudiera volver un poquito. Eso no iba a funcionar. Todas las posibilidades estaban en la mesa. Yo hubiera querido estudiar abogacía, medicina, arquitectura, pero no encontraba cómo encajar eso con una vida compatible con lo que quería hacer que era escribir todo el tiempo. Venía de un espacio de mucho privilegio, de una clase media más bien acomodada. Cuando termine la secundaria, mi viejo viajó desde Junín a Buenos Aires y compró la guía del estudiante, y la revisamos. Yo no sé si alguien tuvo un padre así, pero nosotros pedíamos entrevistas con los directores de las universidades para que me contaran de qué se trataba cada carrera.

¿Y los atendían?

¡Sí! Nos atendían personas con autoridad. Se ve que en los años '80 la gente tenía tiempo. Una de las posibilidades era Letras o Filosofía, ¿pero terminar como crítica literaria o investigadora o profesora, cuando yo de ninguna manera me imaginaba una vida así de docencia? Mi otra pulsión era la mundanidad: viajar, viajar, viajar. Y así apareció esta carrera que tenía una enorme cantidad de materia humanística, idioma, política internacional, tecnología. Era muy nutrida. Pero nunca ejercí.

No te veías como docente, pero buena parte de tu obra está hecha de textos dedicados a la transmisión y a la reflexión sobre la escritura y el nuevo periodismo. Hablo, por ejemplo, de tu libro de 2014 reeditado en España, Zona de obras.

Sí, sin dudas creo que en este orden yo primero fui periodista, editora después y se sumó la docencia. O fui editora y docente casi al mismo tiempo. Son las tres ramas de mi trabajo, pero siempre el periodismo y la escritura están primero. Los textos de reflexión que están en Zona de obras me obligaron a pensar en mi trabajo, en cómo lo hago. Y a interesarme por lo que pensaron otros sobre esto, que siempre me resultó una dedicación súper interesante: ver lo que otros escribieron sobre su proceso creativo. Pronto me empezó a parecer también como necesidad a la hora de escribir, recurrir a esta enorme veta de lectura. Me resulta muy magnética. El trabajo de dar talleres es muy desgastante por un lado, pero cuando logras hacer una curaduría de un grupo y trabajar con ellos a lo largo de años como me viene pasando, te das cuenta de la evolución si comparás con los comienzos. Lo interesante es que cosas que a una le resultan súper obvias porque las hace desde siempre, para la gente a veces tiene el carácter de revelación. Eso no deja de resultarme sorprendente, un minuto antes de hablar pienso: voy a decir una obviedad, pero de pronto nadie lo había visto antes. Y eso te lleva a pensar más cosas y a terminar desarrollando una línea de pensamiento.

Foto de portada. PH: Magdalena Siedlecki/Gentileza Leila Guerriero.