Procesos creativos

Libros de arte con alto valor agregado

Entrevista a Gaby Comte, editora de los libros del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires: una colección de altísimo nivel en la que el contenido de texto es tan importante como las imágenes.

Por Ariel Hendler

28.06.2023

Gabriela “Gaby” Comte tiene personalidad creativa multifacética, aunque esta entrevista está dedicada sólo a su función actual como editora general de los libros que publica el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires sobre las muestras exhibidas en él: una colección que se destaca por la abundancia y excelencia del contenido textual crítico que acompaña a las imágenes. Esta tarea que lleva a cabo desde 2015 es apenas una más de las tantas huellas que Gaby viene dejando desde hace tiempo en el campo de la cultura, aunque siempre con un bajo perfil público, y hasta puede decirse que la forma en que la lleva adelante es una buena demostración de cómo funciona en ella cierta lógica de los vasos comunicantes tanto en el trabajo como en la vida. La charla con TPJ tuvo lugar en el backstage del museo y arrancó precisamente con la pregunta sobre esta versatilidad.

¿Cómo llegaste de la edición literaria a ser la editora general de este museo de artes visuales?

Yo estaba trabajando como jefa editorial en Penguin Random House, muy cerca del Museo, y venía muy seguido a ver las muestras o a visitar a amigos y conocidos que trabajaban acá, como la directora del museo, Victoria Noorthoorn, hasta que un día ella me ofreció hacerme cargo del área de ediciones. Si bien ya habían empezado a hacer libros, les faltaba la pata industrial y literaria propia de una editorial, y a mí también me gustó el desafío. En parte, porque siempre tuve amigos artistas o incluso críticos de arte, así que conocía del tema; pero también, y esto es muy importante, por tratarse de una institución pública.

¿Qué aporte pensás que hiciste a esta colección desde tu especialidad?

Quizás el que se espera de un editor, un rol no tan conocido por el público general y que consiste en llevar adelante la producción de un libro y se ocupa de todo lo que tiene que ver con el publishment, que significa planificar y decidir desde qué se publica y con qué formato hasta la selección de autores o el concepto general. Es decir que es el productor general de todo un proceso, aunque muchas veces su trabajo sea invisible para el público. Desde este lugar yo pude transmitir la idea de que, cuando el libro de arte es sobre una muestra, el autor no es el artista sino más bien el curador de la muestra o el museo en su conjunto, porque el libro no es sobre el artista en sí sino sobre la mirada que el museo puso sobre él.

¿En qué se diferencian un libro “del artista” y uno “del museo” en lo que hace al contenido?

En que tratamos de ampliar y superar el concepto “libro catálogo” que se limita a reflejar y documentar una exposición. Creo que el libro tiene que romper ese espíritu meramente documental y dejarle al lector algo más: debe generarle interés por el arte argentino más allá de ese artista en particular y por problemas del arte y de la cultura, pero además debe hacer dialogar a esa obra de arte con otras disciplinas. No todos los artistas visuales escriben y reflexionan sobre su arte, pero nosotros tratamos de impulsarlos a hacerlo y a que sus voces aparezcan, como en el libro Un lugar donde vivir cuando seamos viejos, sobre la muestra retrospectiva que expuso Ana Gallardo entre 2015 y 2016, en el que ella misma pensó y escribió los textos y tuvo también una larga entrevista con la escritora Gabriela Cabezón Cámara. Fueron largas horas de sentarnos juntas a mirar las imágenes de su exposición, que fue una retrospectiva, y a sumar incluso obras que no fueron expuestas porque nos pareció interesante para que un lector pudiera entender esa obra en su totalidad.

¿Se puede decir que los libros del Moderno se distinguen porque en ellos la proporción de texto en relación a la imagen es mayor a lo habitual o esperable en un libro de arte?

Sí, así es. La proporción literaria fue creciendo más en calidad que en cantidad, que es lo que nos interesa y ahora los mismos artistas quieren que otro hable sobre sus obras y esas palabras puedan producir un plus sentido que sobreviva a la presencia de la exposición. Ese es el desafío y es también, de algún modo, mi aporte o mi objetivo: introducir un poco la letra junto con la imagen. De hecho, pude armar un equipo multidisciplinario con un alto nivel literario con Martín Lojo, Alejandro Palermo o la historiadora del arte Soledad Sobrino. Y quiero mencionar también a los diseñadores Eduardo Rey y Pablo Alarcón más alguno invitado como Gastón Pérsico o Vanina Scolavino.

Gaby Comte con la obra Bandera de Sergio Avello, exhibida en el Museo Moderno durante la exposición de 2017 Joven Profesional Multipropósito. PH: Xavier Martín/Gentileza.

Algo también muy llamativo es que los libros son todos heterogéneos: tienen diferentes tamaños, formato, papel, diagramación, tipografía... ¿Quisieron hacer todo lo contrario a las viejas colecciones uniformes al estilo La pinacoteca de los genios?

¡Exacto! Nuestros libros no son identificables exteriormente porque son todos distintos. Tampoco hay formato estándar porque para nosotros cada artista y cada muestra es un desafío que empieza de cero, y la decisión fue adaptar todo, desde la tipografía hasta el papel al proyecto que se está trabajando. Pensamos mucho cuál es la materialidad y el diseño que mejor resuelve cada proyecto y mejor transmite la esencia de esa muestra o ese artista. En este punto le agradezco a Victoria, como directora del museo, la libertad con que nos deja trabajar. Además, ella participa todo lo que puede, nos apoya muchísimo y nos levanta la vara cada vez más. Eso siempre es estimulante.

¿Cuál fue el primer libro que editaste para el Moderno?

Cuando entré al Museo, la investigadora y curadora Jimena Ferreiro ya estaba investigando sobre Edgardo Vigo para la muestra Usina permanente de caos creativo. Como es un artista visual con un anclaje muy fuerte en la palabra, la decisión fue que el libro lo reflejara. Por eso, fue interesante invitar a distintas voces autorizadas de distintas disciplinas a que escribieran sobre él y conformar un prisma de miradas que permiten encarar a su obra desde diferentes facetas. Nos gustó mucho cómo quedó y volvimos a usar el mismo concepto en otros libros. Para mí, que vengo del mundo de las letras, fue como unir dos mundos.

¿Alguno por el que sientas un cariño especial?

¡Todos! Quizás, el de Alberto Greco: ¡Qué grande sos! En este caso, la muestra se expuso varios años después de la publicación del libro, cosa que no es habitual, porque el objetivo fue reflejar una investigación muy vasta y profunda que se hizo en el museo. Es un artista que murió joven y que también se fue muy joven a España, al punto de que allá lo consideran español. Como todos los libros que existían sobre él se habían hecho en ese país, decidimos jugarnos a rescatar su dimensión argentina, que es muy profunda porque su obra tiene una gran inspiración en la cultura popular argentina, y de hecho el tango y la porteñidad están muy presentes en ella. También se puede decir que es el artista bisagra entre el arte moderno y el contemporáneo, además de una figura central no solo en nuestro país. En este caso, la exposición se hizo cuatro años más tarde, post pandemia, con curaduría de Marita García, Javier Villa y Marcelo Pacheco.

¿Cuál fue el más complejo o el que más trabajo te dio?

Sin duda, Historia de dos mundos, que fue el producto de una exposición del mismo nombre sobre vanguardias artísticas europeas y latinoamericanas que se realizó junto con el Museo de Arte Contemporáneo de Frankfurt. El libro tuvo una producción muy compleja, tuve que hablar muchas veces por teléfono con una diseñadora alemana sincronizando husos horarios y, en general, aprender a trabajar con otra cultura. Pero es un trabajo muy importante –tanto la muestra como el libro– porque cuestiona el prejuicio muy generalizado de que, en el diálogo entre América y Europa, la vanguardia es siempre la europea, hegemónica, y acá se la refleja o copia, cosa que no es así en absoluto. De hecho, el pop latinoamericano fue pionero y tiene características distintas al resto del mundo, así que la sensación es que se debería dar vuelta el mundo como hizo (Joaquín) Torres García. Pero sobre todo hubo que ponerse la camiseta de latinoamericanos y dialogar como pares en igualdad de condiciones.

¿Hay algún libro más que te interese destacar?

Fue muy importante Una historia de la imaginación en la Argentina (2019), porque a partir de entonces empezamos a hacer libros diferentes. Reflejó la muestra de Javier Villa, que mostraba el imaginario sobre el territorio argentino visto desde el canon tradicional y el contemporáneo, entonces yo propuse publicar un libro que hiciera lo mismo también con la literatura. Entonces la convoqué a Alejandra Laera, profesora titular de Literatura Argentina y directora del Instituto de Literatura Argentina en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, que no sólo aceptó la propuesta sino que además se cargó el proyecto al hombro y articuló dos ejes literarios a partir de la muestra: los mataderos y las cautivas, masculino y femenino.

Para terminar, ¿podés anticipar algunos proyectos de libros futuros?

Uno es la colección de libros infantiles que combinan el arte y la literatura para chicos, del que ya salieron dos libros pero todavía es muy reciente. Es algo muy importante para el proyecto educativo del Museo. Por otra parte, está por aparecer nuestra colección de ensayos a partir de investigaciones realizadas por el Museo, como un libro sobre la conservación del arte contemporáneo, de Pino Monkes, y otro sobre danza contemporánea argentina, en diálogo con una exposición que se inaugurará próximamente. También un librito delicadísimo que hace dialogar los dibujos de la Chola Poblete con poemas de Fernando Noy especialmente escritos para esta publicación y un libro sobre la exposición Pupila de Eduardo Basualdo con autores como Graciela Speranza, Pablo Maurette, Leila Sucari, Ivana Costa, Mariana Enríquez, entre otros. La idea es siempre ampliar el espectro de las artes y el horizonte de intereses tanto del Museo como de los lectores.