Procesos creativos

Lorena Vega: el teatro como refugio, salvación y autoconocimiento

Como Salomé de Chacra sedujo desde las pampas. Fue la voz femenina en el masculino ámbito de Imprenteros. Conmovió como la mujer de Rosas en Yo, Encarnación Ezcurra. Lorena Vega es una de las actrices más destacadas de su generación. En la pausa forzada por la pandemia, apuesta por su nuevo proyecto teatral: Precoz, sobre la novela de la escritora Ariana Harwicz acerca de la ambigua relación entre una madre y su hijo.

Por Laura Haimovichi

22.04.2020

La actriz Lorena Vega se destaca por la fuerza arrolladora de su arte. También es directora y profesora de teatro. Formó parte de la Compañía Grupo Sanguíneo y de Buenos Aires Escénica. Participó en más de treinta obras, entre ellas Salomé de Chacra, escrita y dirigida por Mauricio Kartún, que se estrenó en el Teatro del Pueblo y tuvo tan buena repercusión que luego pasó al Teatro San Martín. En la trágica farsa, “una mezcla curiosa, un tanto bizarra”, según su autor, Vega seducía al encarnar a la evangélica Salomé desde las pampas.

Hija de Alfredo, gráfico, y de Yeni, modista, brilló también en su propio biodrama, Imprenteros, incentivada por la actriz y docente Maruja Bustamante. Fue cuando invitó a sus hermanos menores, Sergio y Federico, a actuar a pesar de no ser del palo. Esta historia de una imprenta en Lomas del Mirador, con su detallado micromundo masculino de tinta, sudor y máquinas desde la evocación de una hija, explotaba por su humor y emotividad y resultó un hito. Ritos familiares como el cumpleaños de 15, la muerte de los padres y la herencia familiar fueron tratados sin golpes bajos, con inteligente profundidad y la evocación de situaciones de paradójica emotividad. Hubo ocasiones en que luego de las funciones se compartían charlas con el público, que incluían tinto y salamín. En la imprenta bonaerense de la familia se imprimían etiquetas para los embutidos pero el padre no quiso imprimirle a Lorena las tarjetas para su fiesta de 15.

Vega también se destacó hasta hace muy poco en su papel de esposa de Juan Manuel de Rosas, santa o villana según quién la viera. Fue en el unipersonal Yo, Encarnación Ezcurra, que le devolvió el beneplácito del público y de la crítica por su comprometida y apasionada entrega. La Negra Toribia, la Federala puta, agitadora, mulata, el espectáculo rescató a Ezcurra en el final de su vida con un Yo que trasciende en el nosotras, nosotres, primera del singular hacia el plural, multigenérico.

Imprenteros. PH: César Capasso/Gentileza.

¿Con qué método interpretaste a Encarnación, tu más reciente personaje?

Escuchando qué pide la obra de Cristina Escofet, el sistema de abordaje no estuvo por fuera de lo habitual. Fue paulatino, sereno y se fue armando cuando, primero, el director Andrés Bazzalo determinó el espacio. Luego leímos varias veces la obra juntxs y yo memorizaba letra y actuaba las situaciones. Hicimos antes el comienzo y después el final, y el tramo del medio quedó para lo último. Me asesoré en reuniones con historiadoras, vi material fílmico y leí sobre historia. Hubo una etapa crucial que fue el ingreso del equipo musical que compuso e interpretó la música. Ahí comprendí más lo que estábamos haciendo, dado que el campo sonoro de la obra completaba con mayor definición los escenarios que recorre el personaje.

¿Te resulta fácil entrar y salir de él?

Sí, porque el trabajo es muy técnico y además no estoy formada ni entrenada en una técnica que considere la actuación como una “vivencia personal”, lo cual me podría generar una relación afectiva de otro orden con los pasajes de compromiso emocional, sino que concibo el trabajo actoral como un lenguaje de estados que operan sobre la percepción en un relato ficcional.

¿Qué entrenamiento previo implica?

El entrenamiento en el caso de Encarnación es una entrada en calor física que incluye una gimnasia vocal y, dado que es un material con un entretejido y gran coordinación entre performance y música, hacemos el repaso de los momentos musicales. Considero la interpretación actoral de la obra como una partitura musical. Los ensayos duraron un año y encontré a Encarnación cuando encontré “cómo sonaba”.

Vega como Encarnación Ezcurra. PH: Lucio Bazzalo/Gentileza.

Con Imprenteros, ¿sentiste que había diferencias entre trabajar pura ficción y biodrama?

Al tratarse de una obra documental requirió de material de archivo y esa no es la forma en que construí otras veces donde también fui parte de la autoría. Habité distinto la previa el día del estreno pensando cómo se sentiría mi familia si no tenía buena recepción, pero eso lo pensé sólo ése día, nunca antes. Me preocupaba su exposición, aunque quizás pensaba en la propia, claro. Muchos obreros gráficos elogiaron el logro de la intimidad de un taller gráfico, nos contaron historias propias, lloraron. Es una de las satisfacciones más grandes que me dio este trabajo y mi trabajo escénico en general.

¿Tuviste miedo de exponerte con un trabajo tan personal?

Tuve dudas, pero estuve muy acompañada por personas que confiaron en mí, que me animaron a seguir. Desde Maruja con la invitación, pasando por Vivi Tellas y mis compañerxs de curso, mi amiga Laura Nèvole con su análisis agudo, Damiana Poggi que me ayudó a acomodar y armar la obra. Ahí ingresaron también Santiago Kuster y Fabiana Brandan, que lograron que cada cosa que se necesitaba estuviera. Eso en una obra que depende tanto de la técnica y que tiene muchos recursos es fundamental. Otro punto esencial fue la colaboración de Latingráfica, la imprenta donde trabaja uno de mis hermanos que desde el inicio me abrió sus puertas para el proceso creativo. Allí grabé los sonidos de las máquinas con Andres Buchbinder, músico de la obra. Todo el grupo junto a los actores y actrices invitadxs para las escenas me dieron la solidez y el respaldo que me fortaleció para avanzar. Me amparo mucho en el equipo y el equipo siempre estuvo sólido.

Imprenteros. PH: César Capasso/Gentileza.

El libro El Salto de Papá, del periodista Martín Sivak, sobre el suicidio de su padre, fue una de tus referencias.

Me conmovió mucho. A partir del relato personal se describe la intimidad de una parte de la historia argentina. La mirada del hijo recupera distintas aristas del padre y reconfigura su historia creando el libro mismo. Transmite magistralmente el personaje central, el padre, y lo convierte en paisaje para verlo como territorio humano de la tragedia nacional.

¿Qué es para vos el teatro?

Refugio, salvación y autoconocimiento.

¿En qué proyectos nuevos estás?

Estoy dirigiendo Precoz, una obra que es la adaptación de una novela de Ariana Harwicz sobre cómo una madre y su hijo enfrentan una ambigua relación, son nuevos pobres europeos, desheredados. La dramaturgia es de Juan Ignacio Fernández y actúan Julieta Díaz y Tomás Wicz. Detrás de Precoz hay una productora nueva que se llama Intensa, que llevan adelante Natalia Kleiman y Flor Monfort. El equipo es excelente, aunque ahora estamos en pausa porque no sabemos cuánto va a durar la pandemia