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Moonage Daydream: el viaje psicodélico de David Bowie

Por solo un fin de semana se estrena el documental dirigido por Brett Morgen sobre Bowie, proyectado por primera vez en el Festival de Cannes 2022.

Por Damián Damore

16.09.2022

Moonage Daydream es un montaje hecho por Brett Morgen a partir del profuso archivo que David Bowie construyó con dedicación extrema sobre su propia obra. La película es una celebración del arte y las pinturas experimentales de Bowie, de su trabajo cinematográfico y escénico; además, recupera algunas entrevistas del Duque Blanco con varias personalidades de la televisión. Estrenada en el Festival de Cannes 2022 hace solo unos meses atrás, la catarata de imágenes se proyectará solo entre el jueves 15 y el domingo 18 de septiembre. (Me veo obligado a compartir este corito interior: “Verla en el cine, just for one day!”.)

Animaciones, collages, fragmentos de películas (desde Buster Keaton hasta Blade Runner) y azarosos inserts alucinados ilustran las influencias de Bowie y el contexto en el que trabajó. Nos dejan intuir cuán espeluznantes podían ser los primeros años de la década de 1970, hasta que llegó Ziggy Stardust y dio vuelta todo. Glam rock, fluidez de género, bisexualidad, configuración del futuro con visiones caóticas en tiempo presente, teatralidad. Una identidad juguetona, escándalo y premoniciones.

El documental es una caja de resonancia del artista Bowie. Una identidad inaccesible, imposible de definir. Es importante aclarar que la narración desoye a David Duncan, el Bowie original, su yo menos revelado. Navegamos en el universo tumultuoso de Ziggy Stardust —quizás el alter ego menos alter de la camaleónica estrella de rock—, el alienígena andrógino que ayudó a que estuviera bien ser un bicho raro.

Su vida personal es un misterio. Nunca compró una propiedad en su vida y solo vivió en Londres, Los Ángeles o Berlín. En la persecución de las señales que le daba su vocación de artista, la carrera se volvió tan exitosa como lucrativa.

Animaciones, collages, fragmentos de películas (desde Buster Keaton hasta Blade Runner) y azarosos inserts alucinados ilustran las influencias de Bowie y el contexto en el que trabajó.

Morgen es un prestigioso documentalista, pero contó que logró acceder al archivo que deseaban miles porque a Bill Zysblat (el manager de Bowie, dueño de llaves importantes) le gustaron Crossfire Hurricane —una visita a los Rolling Stones de los primeros ochenta— y Kurt Cobain: Montage of Heck. El interés de Morgen es romper con la idea de biografía y presentar muy pocas anécdotas personales sobre el hombre detrás del maquillaje. Es difícil pensar que Bowie se apegara a la idea de un hombre común, suburbano, con una cotidianidad imaginable, por eso es un acierto del director profundizar en modo caleidoscópico en la dimensión artística. Mucho de lo que vemos podría adquirir fuerza confidencial, pero esa criatura extraterrestre es insondable y su magnetismo lo aleja de las palestras magistrales, lo convierte en mito: musicalidad, plástica y poesía.

Era humano, sin embargo. Así lo vemos en un aeropuerto de Japón, abatido por el trajín de las giras promocionales. La mirada de los japoneses que yacen a su alrededor es desconcertante, no está claro si lo registran o, simplemente, ven extrañados a un hombre de cabello platinado que sube por una escalera mecánica.

En otra escena se confiesa enamorado. A principios de los noventa, se pone en pareja con la modelo somalí Iman y reconoce que rara vez sintió amor, pero es algo maravilloso.

El documental es una caja de resonancia del artista Bowie. Una identidad inaccesible, imposible de definir. Es importante aclarar que la narración desoye a David Duncan, el Bowie original, su yo menos revelado.

En su etapa de pop más convencional, Bowie inventa un modo de permanecer en su trono de estrella glamáctica. Revela su estrategia en la letra de “Modern Love”: "There's no sign of life/It's just the power to charm/I'm lying in the rain/But I never wave bye-bye./But I try, I try". Esa canción troyana de Let´s Dance (disco de 1982) es un hit, hito, hitazo, incendia el camino hasta llegar al lugar en el que las canciones se vuelven clásicas. Además, estructura el ropero del que Bowie descuelga la pilcha para vestirse de artista global. Llamativamente, se convierte en el ícono del “sabor de la nueva generación”: junto a Tina Turner, protagoniza una campaña de Pepsi. En el comercial lo vemos como un émulo de Emmett Brown, el doc de Volver al Futuro, pero con una notable diferencia: en el laboratorio de este científico no se construye una máquina para viajar en el tiempo, sino un aparatejo capaz de crear a ¡la mujer ideal! El alienígena sin género se va de vacaciones, suelta una despedida del Hammersmith Odeon, un afectado bye, bye a Earls Court y desenvaina un ¡hola! a todas las Arenas del nuevo mundo. Algo permaneció. Aquellos jóvenes de rostros transfigurados que lo seguían en los setenta se parecían a él tanto como estos nuevos miles que llenan los grandes estadios con prendas prêt-à-porter.

El Bowie de Moonage Daydream es el hombre de las superficies, casi sin controversias o sugeridas muy sutilmente. Hay algo de su medio hermano Terry y una tensa relación con su madre, apenas. Nada personal, un Bowie sin manchas de Pepsi que puedan arruinarle el vestuario. Se puede entrever un pacto tácito entre Morgen y los herederos, aunque el director contó en Cannes que Zysblat puso una sola condición: “David no está acá para aprobar este trabajo, así que esto no va a ser David Bowie sobre David Bowie: es Brett Morgen sobre David Bowie”. El documentalista californiano asume un riesgo impar: meterse en la cabeza del artista, tratar de pensar con él muchas veces lo deja al borde de la antología de citas. De todos modos, es un viaje hermoso. La fiebre nerviosa de la presencia de Bowie repiquetea en la cabeza del espectador durante mucho tiempo, la película no termina cuando se apaga el proyector.

Todas las imágenes son gentileza de BF París