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Museo de Maquetas de Arquitectura: pensar la arquitectura con las manos

En el Muma se exhiben réplicas a escala de obras maestras universales y argentinas. Su fundador y director, Jaime Grinberg, cuenta la historia de esta colección que puede apreciarse en Ciudad Universitaria.

Por Yamila Garab

16.03.2023

Un secreto a voces. Un lugar de culto. Un viaje de ida. Todos estos calificativos le caben al Museo de Maquetas de Arquitectura (Muma). Está instalado dentro de la Facultad de Diseño, Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires (Fadu-UBA), en el pabellón 3 de Ciudad Universitaria, y su existencia se debe a la iniciativa y el empuje del arquitecto y profesor de la facultad Jaime Grinberg, quien lo ideó, fundó y dirige desde hace más de tres décadas a pura pasión y voluntad. En él se exhiben casi 800 maquetas correspondientes a obras de maestros universales como Le Corbusier, Ludwig Mies van der Rohe o Frank Lloyd Wright y de arquitectos argentinos como Clorindo Testa o Amancio Williams. Es posible pasar horas sin cansarse ni aburrirse admirando sus maquetas, que son obras de arte en sí mismas, y también es interesante conocer la historia de este lugar, contada por su propio creador, para saber valorar el esfuerzo y la pasión que lo hicieron posible y lo mantienen vivo. Conversamos con Grinberg sobre la historia del espacio y cómo sigue manteniéndose vigente.

Maqueta de la Casa das Canoas, en Río de Janeiro, de Oscar Niemeyer (1951). Gentileza Muma.

Empecemos por el principio: ¿cómo surgió la idea de crear un museo de maquetas y cuál fue el objetivo?

Todo empezó cuando en 1986 fui a hacer un máster de la Universidad de Columbia, en Nueva York, dirigido por el prestigioso Kenneth Frampton, autor de un libro imprescindible como Historia Crítica de la Arquitectura Moderna, que en sus clases defendía el legado de los grandes maestros modernos. Uno de los docentes, José Oubrerie, quien trabajó codo a codo con Le Corbusier en muchos proyectos, dictaba un curso de maquetas. Éramos sólo cinco o seis con él: no era el curso más popular, pero hoy puedo decir que fuimos unos privilegiados. Tomaba obras de Le Corbusier y nos enseñaba a hacer las maquetas del mismo modo en que las hacían en el estudio en París, que consistía en ir trabajando distintas escalas de aproximación. Empezaba por una escala urbana o paisajística y llegaba hasta los detalles constructivos. Era todo un trabajo de investigación en el que se hacían cortes, plantas, despieces… ¡casi una tomografía de cada proyecto! Yo hice la maqueta del edificio de la Asociación de Hilanderos de Ahmedabad, en la India, y quedé muy impresionado porque era una manera muy original de entender la complejidad de la arquitectura. También aprendí de Oubrerie que una maqueta no necesariamente tiene que ser de un edificio entero, sino que puede ser un detalle constructivo, una planta o un corte. Otro aspecto muy interesante es que esta forma de hacer maquetas está mucho más cerca de la abstracción que de la figuración, justamente porque su lógica viene de la construcción misma. Fue una experiencia que me marcó para siempre.

¿Cómo fue el recorrido desde ese deslumbramiento hasta la creación del Museo?

Al regresar a la Argentina le conté la experiencia a Juan Manuel Borthagaray, que era por entonces el decano de la Facultad, y también quedó maravillado. Él me propuso –y yo acepté– dictar una materia cuatrimestral optativa, Arquitectura y Maqueta, que sigue el mismo modelo de mi experiencia en Columbia y que dicto hasta hoy. Es decir, hacer maquetas no sólo del objeto terminado sino también de su proceso de construcción. Hubo quienes me dijeron que con esta propuesta yo cambié la forma de encarar las maquetas en la facultad. Al poco tiempo, en 1989, se organizó una muestra dedicada a Le Corbusier en la Fundación San Telmo y nos invitaron a exponer las maquetas que habíamos hecho de sus obras. Fue un éxito rotundo, y entonces surgió la decisión de hacer el museo en la Facultad, que empezó a funcionar en 1990. Me dieron la sala de calderas, en el primer piso, que es donde todavía estamos, aunque tuvimos algunas ampliaciones. Pocos años después, cuando Frampton vino a Argentina visitó el Museo y quedó muy impactado, al punto que incluyó en un libro suyo fotos de nuestras maquetas de obras de Wright.

Maqueta de la Casa sobre el Arroyo (también conocida como “Casa del Puente”), en Mar del Plata, de Amancio Williams y Delfina Gálvez Bunge (1946). Gentileza Muma.

¿Qué se exhibe en el Museo de Maquetas?

Por definición, se exponen sólo las maquetas hechas por los estudiantes de mi cátedra a lo largo de los años, y es el resultado de un proceso pedagógico de investigación sobre el espacio arquitectónico: la misma metodología que aprendí en Columbia. El dictado de la materia empezó con maquetas de obras de Le Corbusier y siguió con Alvar Aalto, Lewis Kahn, Oscar Niemeyer, la Bauhaus… Después las cursadas pasaron a centrarse en alguna temática, como por ejemplo la vivienda, o en alguna escuela arquitectónica como el expresionismo alemán. Hay una sola maqueta que no hicimos nosotros y es una donación de Clorindo Testa: una escultura tallada en madera de una columna del Banco de Londres. Muchos la interpretan a veces como una obra abstracta.

¿Cómo está organizada la colección? ¿Qué recorridos propone?

Creo que lo más interesante es que tiene muchas lecturas posibles. Por lo pronto, como lo que se exhibe son maquetas de obras de arquitectura construidas a partir de las décadas del 20 y 30 del siglo XX, es posible ver a través de ellas la evolución de la disciplina durante todo un siglo. Además, hace pocos años surgió la posibilidad de crear un entrepiso para ampliar la superficie expositiva, y entonces el arquitecto Roberto Busnelli, subdirector y curador del Museo, armó allí la sala de arquitectura latinoamericana. Pero, además de estos recorridos cronológicos o regionales, existe lo que podríamos llamar la historia del Museo en sí mismo: su propia evolución. Por ejemplo, la maqueta más antigua es de una obra de Le Corbusier, La Tourette, que se puede desarmar pieza por pieza y está hecha con un cartón corrugado de cajas de manzana de las que hasta se ve la marca. La hizo un alumno del primer curso, a fines de los ’80, que interpretó perfectamente de qué se trataba todo esto y del que nunca más supe nada.

Muestra de maquetas dedicada a la obra de Oscar Niemeyer, curada por la Arq. Flora Manteola, Muma. Gentileza Muma.

¿Cómo conviven las maquetas hechas a mano con las nuevas herramientas digitales e impresión en 3D?

Las maquetas hechas a mano, por supuesto, siguen siendo necesarias. Una vez me preguntó eso mismo el rector anterior de la UBA, Alberto Barbieri, profesor de Ciencias Económicas, a quien invité a conocer el Museo. Él quería saber si todo esto sigue teniendo vigencia hoy, con las computadoras. Le dije que sí, que los alumnos se siguen anotando en la materia, y que para arquitectos globales como Frank Gehry, el proyectista del Museo Guggenheim de Bilbao, hacer maquetas sigue siendo fundamental. Además, a la gente le interesa verlas. De hecho, desde que el Muma participa de la Noche de los Museos empezó a atraer muchísima gente, incluso más allá de los arquitectos. También fue declarado museo oficial de la ciudad y forma parte de la red de museos UBA, junto a los de Medicina, Exactas y otros.

¿Qué pasó con el Museo durante la pandemia?

Tenemos una gran vidriera en la que todos los años exponemos las maquetas del último curso, pero en la pandemia la Facultad estuvo cerrada y cuando reabrió no teníamos trabajos nuevos. Así fue que optamos por montar por primera vez una muestra especial, que sigue expuesta hasta hoy. Convocamos a la arquitecta Flora Manteola como curadora y le dimos libertad para hacer lo que quisiera. Ella optó por exhibir allí las maquetas de obras de Niemeyer, por entender que fue quien mejor interpretó las enseñanzas del Movimiento Moderno en América Latina, con sus edificios en Brasilia y muchos otros.

Maqueta de la escalera de la Escuela de Arte de la Bauhaus, en Dessau (Alemania), de Walter Gropius (1925). Gentileza Muma.

¿Cómo se sostiene económicamente el Muma?

Por el esfuerzo constante que hago en forma personal para buscar sponsors. De hecho, durante estos últimos dos años pudimos ampliar el Museo gracias al apoyo de empresas privadas, y así fue que pudimos anexar la sala latinoamericana. Además, la facultad colabora con su mantenimiento y paga a los becarios que cubren los horarios de visita. Eso es todo, porque no se cobra entrada. Más recientemente surgieron el nombre “Muma” y el diseño del logo; todas acciones con ayuda de la Facultad que le dieron un vuelo nuevo. Ahora pensamos también publicar un catálogo completo de todas las maquetas del Museo en colaboración con Bisman Ediciones.

¿Hay alguna historia o anécdota que recuerde especialmente de estos casi 35 años?

Una vez vino al Museo un grupo de diez personas no videntes por iniciativa del oftalmólogo Hugo Nano, ya fallecido, que trabajaba también en la inclusión social de personas que perdieron la vista. Se les dio para tocar algunas maquetas, identificarlas y describirlas, y también tuvieron que hacer lo mismo diez personas videntes a las que se les puso una venda negra en los ojos. Fue increíble lo superiores que resultaron los ciegos en entender lo que estaban tocando y en describir todos sus detalles. Fue muy importante para nosotros poder participar en una iniciativa de esta clase. Y sí… fue la única vez en que hicimos una excepción a nuestra norma de no tocar las maquetas.