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Robert Eggers, el director al que le teme la historia

The Witch y The Lighthouse fueron suficiente para consagrar al joven director norteamericano como una de las grandes promesas del cine contemporáneo. ¿Cuáles son las claves de sus películas?

Por Nicolás Mancini

15.12.2020

En el fútbol, muchos jugadores se consagran en el profesionalismo cuando convierten su primer “triplete” o “hat trick”. Tres goles en un mismo partido y a la bolsa: el equipo sale victorioso y el futbolista está tradicionalmente autorizado a llevarse a su casa uno de los balones con los que se disputó el juego. En este deporte, los “tripletes” son comunes: el primero fue en 1930 y con el correr de los partidos hasta un arquero pudo hacerlo. En el cine, la cosa es diferente. Un hat trick real es aquel que viene con ópera prima incluida y, a decir verdad, no hay muchos referentes en este área. The Duellists, Alien y Blade Runner es un “triplete” hecho y derecho anotado por un tal Ridley Scott desde el ‘77 hasta el ‘82. Otro es el que convirtió Francis Ford Coppola con El Padrino, La Conversación, El Padrino II y Apocalypse Now, que no cuenta con el condimento extra de la ópera prima, pero si con el lujo de ser un “poker”. A sus breves 37 años, el estadounidense Robert Eggers clavó un doblete en el primer tiempo y en su partido el balón está picando lentamente frente a un arco vacío. Solo falta una volea goleadora que anote el tercer tanto.

Terror folk, atmosférico, hipster, histórico, épico, esotérico, místico, religioso. The Witch y The Lighthouse, sus únicas películas, son difíciles de categorizar y tanto críticos como espectadores parecen empeñados en hacerlo. Los primeros remates al arco de Eggers se dieron en Lee, un pueblito de New Hampshire de menos de diez mil habitantes, y un poco vaticinaron en lo que se convertiría.

Si actualmente las celebraciones de Halloween en Argentina se reducen a un ínfimo grupo de niños pidiendo caramelos en algún barrio privado, las noches de brujas del pequeño Eggers eran realmente como darse un paseo por el inframundo. Por solo poner unos ejemplos, cada fin de octubre visitaba Salem y granjas coloniales en ruinas. Robert creció eludiendo manifestaciones artísticas y edificaciones históricas en la región de Nueva Inglaterra, cuna cultural de Estados Unidos y tierra donde arribó el Mayflower, uno de los primeros barcos que llegó a su país con colonos británicos, allí por 1620. Quiso ser pintor y músico, pero el detrás de cámaras fue la mejor expresión que encontró para reconstruir las tradiciones ligadas a su tierra que lo definieron cuando era chico.

Diez años más tarde de la llegada del Mayflower, una familia de colonos cristianos vivió una serie de acontecimientos un tanto perturbadores cerca de un bosque de Nueva Inglaterra. The Witch, el primer gol de Eggers en este encuentro que nos convoca, llegó a las salas con un póster engañoso que probablemente les habrá hecho atravesar a varios espectadores un chasco cinematográfico. Aquellos o aquellas que asistieron a las salas esperando ver alguna derivación de El Conjuro (James Wan, 2013) se encontraron con un film incategorizable, pero no por eso amorfo. Influenciado por ilustradores de cuentos de hadas como Arthur Rackham, Edmund Dulac y Howard Pyle, y por cineastas como Ingmar Bergman, Eggers concibió en 2016 su ópera prima como si fuera una pesadilla puritana de pocos sobresaltos y naturalista. El resultado fue más que alentador, tanto en recepción crítica como en números: ganó Mejor director en Sundance y fue una de las películas de la distribuidora A24 que más recaudó (40 millones y medio habiendo gastado 4).

El segundo gol de Eggers llegó tres años más tarde mientras su nombre estaba siendo coreado por desenfrenados tifosi del cine. Y fue otra vez en el estadio de Nueva Inglaterra, pero doscientos cincuenta años más tarde en una remota isla en donde solo hay un misterioso faro, una casucha, alguna que otra sirena y un sinfín de pájaros. En The Lighthouse, Robert Pattinson y Willen Dafoe encarnan a dos fareros que lentamente van perdiendo la cordura por culpa de un contexto ajetreado y ofrecen uno de los duelos interpretativos más significativos de la década. Ayudado por su hermano Max, Robert confesó a Vox que comenzó a escribir The Lighthouse a partir de una atmósfera y que tuvo incontables influencias para llevar a cabo su jugada más arriesgada: una jugada en blanco y negro, de formato cuadrado y solo dos actores que apela a las resoluciones ambiguas para comprometer a la audiencia. Con la intención de que saliera redonda, Eggers leyó a Melville, Stevenson y libros de marineros para que sus personajes hablasen con dialecto, le prestó atención al folclore de su región y a la mitología y se inspiró en el arte simbolista de Jean Delville, Sasha Schneider y Arnolf Bocklin para su sirena victoriana.

El otro eje de su arte son los disfraces. Los atuendos de Robert en cancha no son precisamente los futbolísticos. Así como muchos niños y niñas crecieron con balones de fútbol bajo el brazo -o el pie-, Eggers lo hizo en medio de disfraces. Entre sus preferidos había uno del Capitán Garfio y otro de Abraham Lincoln que usó en la escuela para el día del presidente y en el arbolito en vez de haber juguetes había prendas peculiares. Aunque la cuestión se vería interrumpida cuando unos chicos en el colegio lo golpearon por este motivo, su obsesión por lo textil daría sus frutos en el futuro: la atención por los detalles y su tendencia al naturalismo hicieron que antes de asustar a millones de personas fuera reconocido en el ambiente teatral y cinematográfico como un prestigioso diseñador de producción.

En esa área trabajó en cine, moda, televisión y teatro experimental e independiente de Nueva York. Confeccionó decorados y vestuarios para obras ajenas -y algunos pequeños trabajos propios- mientras iba ahorrando como podía y escribiendo para forjar una carrera como director y guionista de cine. Los libretos que iba escribiendo, cuenta, eran extraños y carecían de género. “No tenían una trama parcial, pero aún tenían espectáculo: circos eduardianos o fabricantes de muñecas Hoffman”, señaló sobre este aspecto en una entrevista con Filmmaker Magazine. Sus rasgos autorales, estrechamente vinculados a las ideas de esos primeros escritos, se empezaron a distinguir en los dos cortometrajes que dirigió previos a sus largos; uno basado en "El corazón delator" de Edgar Allan Poe y otro, Brothers, que fue una suerte de turbio ensayo estilístico para The Witch.

Este ojo biónico de Eggers para los detalles es la vedette de sus películas. Él mismo se define como una suerte de obsesivo a la hora de representar sin falencias históricas una época determinada en un momento exacto. Para The Lighthouse aprovechó que en la época del film existían las fotografías y se basó en varias de ellas para crear desde cero las edificaciones en donde viven los protagonistas -incluido el faro-. Su facción más meticulosa llegó a límites insospechados con la arriesgada jugarreta de dotar su película filmada en 35 mm de una poco ortodoxa relación de aspecto de 1,19:1. Traducido: el film se ve mínimamente más cuadrado que aquellos directores que optan por lo cuadrado porque Eggers decidió utilizar un formato que fuera más allá de la invención de la panorámica. Como si esto fuera poco, él y el director de fotografía, Jarin Blaschke, creyeron que además debían dotar al film de un aspecto ortocromático. “Decidimos usar un filtro que lo haga parecer una película ortocromática. Para aquellos que aún no dominan el ‘lenguaje de filtros’, un espectro de luz ortocromático carece de luz roja. Como resultado, la emulsión de la película, o suspensión de partículas de haluro de plata en gelatina, es sensible solo a los azules y verdes, lo que hace que los objetos azules en el marco parezcan más claros y los rojos más oscuros”, explicó Eggers a No Film School. ¿Y por qué querían esa mirada? "Porque muestra todos los poros y las imperfecciones en el rostro de estos hombres, lo que lo hace más rico". En The Witch la cosa no fue diferente. Un debutante Eggers filmó su ópera prima solo con luz natural y de velas y, además de crear de cero la cabaña en donde vive la familia de la historia, hizo que los pisos de la casa fueran idénticos a los que usaban las personas de aquella época. Como era de esperar, esta manía se trasladó a cualquier objeto que se vea en plano, incluidos los atuendos confeccionados solo por lana y lino, objetos de estiércol y hasta los animales, que fueron de carne y hueso y conllevaron algún que otro traspié.

El estreno de su tercera película será la prueba de fuego para Eggers: con The Northman sabremos si el realizador modificará su estatus de autor al de autor popular, una “faceta profesional” que solo alcanzaron unos pocos y pocas. La nueva proeza de este hipster aventurero que hace malabares con el terror y la historia presenta algo así como a los Avengers del cine clásico, con ciertos desvíos indies: Alexander Skarsgård, Nicole Kidman, Anya Taylor-Joy, Willem Dafoe, Ethan Hawke y Björk, por solo mencionar algunos nombres, estarán en la misma película. La producción se está llevando a cabo en Irlanda, aunque los acontecimientos se sitúan en Islandia, en el siglo X. El propio Eggers y el novelista islandés Sjón escribieron una historia acerca de un príncipe nórdico -interpretado por Skarsgård- que lidera una aventura por las aguas con el objetivo de vengar la muerte de su padre. Folclore, mitología y religión vuelven a reunirse en ambicioso Eggers-Verse. "Creo que presentaremos al mundo algo que realmente no ha visto antes”, le dijo Taylor-Joy a Indiewire, y definió modestamente las ambiciones de un jugador completísimo que va por el triplete. A Eggers solo le falta darle de lleno a la pelota y enviarla hacia la red de lo inexplorado.