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Un raid por el cine latinoamericano que triunfa en festivales

Michel Franco, Kleber Mendonça Filho, Ciro Guerra, Jairo Bustamante, Luis Ortega y Santiago Mitre son algunos de los directores que resuenan más fuerte en la región.

Por Nicolás Mancini

23.04.2021

Dos pescadores sobreviven a una masacre, los habitantes de un pueblo se vengan de unos “gringos” que morbosean con ellos, el fascismo se apodera de México, nace el narcotráfico en Colombia tal como lo vemos en las películas, Pepe Mujica va preso, unos disparatados delincuentes asaltan un banco mientras cantan el “Feliz cumpleaños”. Ésto es Latinoamérica.

O por lo menos lo es para un puñadito de cineastas del Nuevo Continente a los que les fue bien en festivales de cine relevantes de los últimos años. Actualmente, cada nación latinoamericana cuenta con una o dos películas que indudablemente la representan en el mundo. Se podría pensar a estas honorables seleccionadas -que se van renovando aproximadamente cada cinco años- como los líderes de La Cordillera, el famoso film de Santiago Mitre. Imagínense los postercitos de las películas dispuestos en una amplia mesa redonda de madera discutiendo casi en igualdad de condiciones sobre determinadas cuestiones políticas, ensalzando verbos con el objetivo de saber cuál está por encima del otro. ¿Adónde quieren llegar? No se sabe a ciencia cierta. ¿Su punto en común? El conflicto social.

Los gobiernos cambian y también lo hacen las ideologías políticas predominantes en los pueblos. Pero los temas de las películas que marcaron la segunda década del siglo son más o menos los mismos: lucha de clases, marginalidad, violencia desmedida, narcotráfico y, lo más jugoso en sentido cinematográfico, la eterna desconfianza en el otro. Si Jorge Luis Borges no se hubiera encontrado en un banquito con Jorge Luis Borges nunca hubiéramos tenido esa pequeña obra de arte de unas pocas oraciones titulada El Otro. Lo mismo podríamos decir de la entrevista que alguna vez le hizo Diego Maradona a él mismo. En el cine latinoamericano de estos años, los protagonistas son constantemente visitados por sus “otros” y en la mayoría de los casos, a diferencia de Borges y Diego, los repelen.

Pájaros de Verano, de Ciro Guerra.

Nuevo Orden y Bacurau son probablemente las películas más intensas de esta minuciosa selección de films que sobrepasan la media. En la primera, de producción mexicana, el país en el que se encuentran los protagonistas atraviesa un momento de agite y violencia nunca antes visto mientras, como diría la canción, los ricos andan “de boliche en boliche”. Difícil quedar bien si recomendás la película Michel Franco. Es un film que no da tregua, ni una mínima concesión, en pos de una mirada confusa. Una cosa es ésto y otra El juego del miedo, que tampoco da tregua pero el espectador sabe con qué se va a encontrar. Nuevo Orden giró alrededor del mundo porque Franco se quedó con el Gran Premio del Jurado del festival de Venecia 2020 y porque el director venía haciéndose la fama de enfant terrible. Con lo distópico y la violencia explícita como ejes centrales, se intuye que Nuevo Orden existe con el objetivo de abrirnos los ojos. El director quiere hacernos pensar en las consecuencias de las diferencias de clases tan marcadas en su país, y qué pasaría si un día estas explotan en las calles bajo un hipotético régimen fascista. ¿Lo logra? Probablemente, pero cuando la línea entre el morbo, la confusión y el film político se torna tan fina, uno no sabe si pensar que Franco es un genio o un ignoto provocador que hace ver a Gaspar Noé como si fuera un visionario.

Bacurau, al lado de Nuevo Orden, es música para nuestros ojos, y eso que cuenta con algunas voladuras de cráneos causadas por unas cuantas balas. Kleber Mendonça Filho, uno de los mejores directores de la actualidad no solo en Latinoamérica sino en el mundo, imagina una situación peculiar con su Brasil natal, pero en vez de volcarse solamente para el film político lo hace alimentándose de recursos del wéstern. Ganó, por ejemplo, el Gran Premio del Jurado en Cannes 2019, el de Mejor película extranjera que entrega el Círculo de críticos de Nueva York y la Mejor dirección en Sitges. Desde el minuto cero, el director dialoga con el cine de su compatriota y colega Glauber Rocha, otro de los que signaron una época (y cómo), y le da un touch siglo XXI que no solo no desentona con el cine de Rocha sino que se anima a jugar a resignificar su obra. Situada en un futuro cercano, un remoto pueblo habitado por gente que es cualquier cosa menos millonaria se ve agitado por la llegada de unos extraños personajes que arriban desde el norte del continente con objetivos que el argumento poco a poco irá develando. En Nuevo Orden, Franco ofrece un concierto de torturas, balas y trompadas entre pobres y ricos, blancos y nativos, soldados rasos y soldados de altos rangos; en Bacurau, Kleber enfrenta pueblerinos con extranjeros. En un rincón, “el otro” se rebela, ataca y sufre las consecuencias. En el rincón opuesto, el pueblo se organiza para intentar repeler al extraño visitante.

Colombia no está exenta de ejemplos como éstos. Con un delictivamente cuestionado Ciro Guerra y Alejandro Landes como caballos de batalla, el país llegó al punto álgido de su cine contemporáneo con Monos, la nominada al Oscar El abrazo de la serpiente y Pájaros de verano, triunfante en La Habana, los Fénix y los Ariel. En esta última, que es algo así como una El Padrino a la sudamericana, Guerra narra más o menos cómo surgió el narcotráfico colombiano tal y como lo vemos hoy en las series de Netflix. La historia abarca veinte años, desde el ‘60 hasta el ‘80 y sigue a unos agricultores y a un grupo de tribus indígenas que por diversos intereses se van enfrentando violentamente entre ellas. En este ejemplo, que es de los más prolíficos de la lista, el otro, más allá de la aparición de algún “gringo” que queda relegada a segundo plano, no está muy definido: cualquiera de los intervinientes en el conflicto de la historia podría ser ese ser ajeno y despreciable. Eso deriva nuevamente en una sinfonía de violencia, venganzas, ajustes de cuentas y místicas cuestiones de honor que son llevadas a cabo con lo marginal como concepto, que observa la situación desde arriba. Donde el estadounidense no está en segundo plano es en Monos, de Alejandro Landes, una excelente película que, si la otra fue análoga a El Padrino, ésta podría serlo tranquilamente de Apocalypse Now. Es un film repleto de ideas e innovaciones técnicas (véase el gran uso del sonido) que sigue de cerca las siniestras aventuras de unos pequeños guerrilleros criados en la cima de una montaña que tienen como misión cuidar a una doctora norteamericana que la guerrilla tomó de rehén.

El Amparo, de Rober Calzadilla. 

Otro Gran Premio del Jurado fue entregado hace seis años a El Club, de Pablo Larraín, y arribó desde tierras teutonas. El cineasta chileno hizo que, literalmente, el cine de su país fuera desde hace unos años tenido en cuenta por el mundillo cinematográfico. La nueva era dorada del cine chileno la lidera este señor y su productora Fábula. De hecho, Larraín incursionó en Hollywood y con cierto éxito: dirigió las biopics de Neruda, de Jackie Kennedy y hará lo mismo con la de Lady Di. En El Club, un grupo de sacerdotes acusados de prácticas non sanctas son enviados a purgarse a una cabaña de un pueblo remoto y la llegada de un “otro” hará que las cosas entre ellos se destartalen aún más. En Ema, su película del 2019 que fue seleccionada en La Mostra, una joven intenta lavar su culpa (al igual que los sacerdotes de El Club) por haber puesto en adopción a un chico que ella y su ex novio adoptaron. En ambos films quien condena -a pesar de que en uno de los ejemplos la situación no admite ningún cuestionamiento- y decide qué es lo correcto es la sociedad. Los protagonistas se enfrentan a ella a su modo. Nuevamente, un director nos hace partícipes de los actos de sus personajes invitándonos a juzgarlos.

Y qué decir de otra de las contundentes exponentes de la problemática común que plantea el cine latinoamericano de la segunda década del siglo XXI. El Amparo, quizás una de las pocas películas venezolanas que puedan encontrar dando vueltas por ahí, llega con su versión de los hechos basándose en un episodio concreto de su historia: allá por 1998, en la frontera de Colombia y Venezuela, un grupo de pescadores fue acribillado por el ejército porque pensaron que eran guerrilleros. Dos de ellos sobrevivieron pero fueron detenidos sin saber qué iban a hacer. Con grados inalcanzables de incertidumbre, los tipos esperan su juicio y son altas las probabilidades, según les hacen saber en la película, que “los desaparezcan”. Otra vez, la llegada del “otro” puesta de manifiesto a través de unas cuantas balas y algunos charcos de sangre. El director Rober Calzadilla no le hace asco a mencionar al gobierno de turno como artífice de las siete plagas, pero tampoco lava de culpa y cargo a las supuestas víctimas, cuyo discurso puede volverse dudoso en algún momento.

Así como lo fue Croacia en el último mundial, Bolivia y Guatemala son las dos revelaciones de la gran mesa redonda. Chaco, de Diego Mondaca, ganó un importante premio en el Festival de Gijón y se corona como la antítesis de lo que estamos explicitando en estas líneas. Se trata de una película ¿bélica? sin un solo tiro que sigue las andanzas de un grupo de soldados bolivianos en el contexto de la guerra del Chaco, en 1934. La llorona, del guatemalteco Jairo Bustamante, casi queda nominada en los próximos Oscars, ganó La Habana y arrasó en cualquier festival habido y por haber que involucre películas de habla no inglesa (de hecho, fue nominada en los Golden Globes). El tipo involucrado en esta película es aquel que lleva en andas el cine de su país desde hace años, cuando estrenó Ixcanul y se ganó la consideración de la crítica. La idea de Bustamante con La llorona es similar a la de Ciro Guerra con Pájaros de verano: mitificar cierto aspecto relevante de la historia de su país. Pero a diferencia del colombiano, Bustamante se vale de los recursos del fantástico y del terror a través de la famosa leyenda de La llorona. Tan o más política que las anteriores, esta película se vuelve una pesadilla para el protagonista, un anciano ex militar al que acusan como mandamás del genocidio en Guatemala en los '70. El “otro”, para él, llega en forma de fantasma, en todos los sentidos del concepto, y la película está cargada de alegorías y metáforas.

El Ángel, de Luis Ortega.

¿Y qué ocurre con Argentina y Uruguay? Por un lado, la violencia y el enfrentamiento entre dos bandos son representados con elegancia y humor en El Ángel y con cierto desprecio hacia las clases populares en El ciudadano ilustre. En la primera nos situamos nuevamente en una dictadura y seguimos de cerca los pasos de un carismático asesino -si es que eso existe-. La película de Luis Ortega, por los años en los que se sitúa y ciertos aires autorales, es una fiel idolatra de aquellas ficciones que dieron lugar al nacimiento del Nuevo Cine Argentino valiéndose del costado más marginal del país. En la segunda, Cohn y Duprat le sacan lustre a esto del enfrentamiento con el “otro”. Un escritor que reside en Europa y ganó el Nobel de Literatura vuelve de visita a su pueblo después de cuarenta años y no es muy bien recibido que digamos. A pesar de que el protagonista expresa su disconformidad con ciertas ideas de los habitantes de su lugar de origen no es un villano como los de Bacurau, un film que persigue más o menos el mismo concepto. Cada quién se quedará con su rebelión cinematográfica preferida. Cruzando el charco, de nuevo con un gobierno militar de fondo, llegamos a La noche de 12 años, una excelentísima película de Álvaro Brechner basada en la encarcelación de tres uruguayos que eran parte del grupo Tupamaros, entre ellos el ex presidente Pepe Mujica. La travesía de estos tres tipos entre calabozos de toda índole está llevada a cabo con maestría por el director, que exprime al máximo el drama y suspense carcelarios y ofrece una batería de recursos cinematográficos para transmitir aunque sea algo ínfimo de lo que habrán sentido estas personas durante sus años de encierro. La convicción y la valentía de los personajes se oponen, por ejemplo, a la de los dos pobres pescadores de El Amparo y la decisión política de uno y otro director queda expuesta.

Como se había anticipado en el spoiler alert del segundo párrafo, los postercitos de las películas dispuestos en la mesa redonda de La Cordillera no llegaron a un acuerdo. Lo cierto es que hay dos cuestiones claras: el cineasta latinoamericano continúa escarbando sobre problemas de relaciones y los festivales apuntan con el dedo especialmente a este tipo de producciones. La fórmula “film de presupuesto medio-alto y conflicto histórico-social” es aquella que nos señala hace tiempo en los circuitos cinematográficos de alrededor del mundo. Tal como lo son, por ahí en otras mesas redondas, la Guerra de los Balcanes en el cine de Europa Oriental, el bullying escolar en países asiáticos o los conflictos bélicos en Medio Oriente, casualmente, casualmente los tópicos que corresponden a buena parte de las películas de habla extranjera nominadas al Oscar 2021.

Foto de portada. La Cordillera, de Santiago Mitre.