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We Own This City: La vulgaridad de la corrupción

David Simon y George Pelecanos, los factótums de The Wire, regresan a Baltimore y dan cuenta de una historia real para mostrar la descomposición de la policía de esa ciudad.

Por Pablo Strozza

07.02.2023

Si las series televisivas, en un Siglo XXI que ya transcurre a toda máquina, con su estructura de folletín por entregas, escriben a su modo la “Gran Novela Americana”, David Simon sería uno de sus principales escritores (calificarlo sólo de guionista es subestimarlo). Desde intentos de relatos totales y extensos (las cinco temporadas de The Wire, las cuatro de Treme y las tres de The Deuce), a nouvelles en modo miniserie (Show Me a Hero, The Plot Against America y el caso que nos ocupa, We Own This City). Todo bajo el paraguas editorial y televisivo de HBO, que garantiza calidad y prestigioso por sobre el odioso rating y la exigencia de premios industriales. Una libertad de la que pocos se pueden jactar hoy en día.

Tras apropiarse desde la música, como no podía ser de otro modo, de la Nueva Orleans post Katrina en Treme y recrear para la TV esa Nueva York peligrosa y romántica de los años '70 que tan bien retrató Martin Scorsese en ese momento en The Deuce, para We Own This City Simon vuelve a sus orígenes. Esto es: se asocia de nuevo con George Pelecanos para la escritura y regresa a Baltimore, dos marcas de fábrica de The Wire, la que es considerada para muchos la mejor serie de todos los tiempos. Pero si en cada una de las temporadas de The Wire el foco del encare de la historia cambiaba del mismo modo que las distintas versiones de “Way Down in the Hall” de Tom Waits que musicalizaban la apertura, acá el centro de la trama es uno solo y está basado en un caso real escrito en forma de libro por Justin Fenton, periodista del periódico Baltimore Sun, sobre la corrupción interna de la policía de la ciudad. Más precisamente, de la Fuerza de Tareas de Rastreo de Armas a cargo del sargento Wayne Jenkins, y de sus siete oficiales subordinados.

Como es costumbre en Simon, además de que la ciudad en cuestión sea tratada como una protagonista más a la hora de relatar, la narración se centra en un personaje (en este caso Jenkins, interpretado por Jon Bernthal, quien supo ponerse en la piel de Lee Iacocca en Ford vs. Ferrari) y, al mismo tiempo, desarrolla varias historias paralelas menos importantes pero, sin embargo, igual de intensas. La novedad que tiene We Own This City, que Simon había llevado a cabo de modo más tímido en Show Me a Hero, es que la vida policial de Jenkins se cuenta través de un gran flashback que ocupa los seis capítulos de una hora de la miniserie. Esto hace que la asimilación de la historia para el espectador sea, en un principio, un tanto dificultosa: el reproche habitual que recibe Simon en todas sus producciones. Un sermón que, de verdad, no deja de ser bienvenido en estos tiempos de sobre explicaciones muchísimas veces innecesarias: demandar un poco de atención para la persona que se sienta a ver una serie en la tele debería ser algo habitual y no una excepción.

Las acciones delictivas llevadas a cabo por Jenkins y compañía impiden cualquier atisbo de identificación por parte del público por su impunidad y su ordinariez. Detenciones al voleo y más que caprichosas de negros por portación de color de piel, en cualquier momento del día; robos en el momento que se les leen sus derechos; armas y drogas "plantadas” en las supuestas escenas del crimen y festejos entre ellos no exentos de machismo que confirman todos prejuicios que se tienen hacia los hombres WASP (acrónimo del la frase en inglés “White Anglo-Saxon and Protestant”, “Blanco, anglosajón y protestante”) parecieran ser verdaderos. Más allá de que We Own This City esté basada en hechos existentes, pareciera que no es casualidad el derrotero que emprende la abogada negra Nicole Steele, de la División de Derechos Civiles del Departamento de Justicia y representada por Wunmi Mosaku, tenga el desenlace que tiene, que no adelantaremos en estas líneas por miedo a la maldición del spoiler, pero que es el que ya se pueden imaginar con solo conocer un poco de la historia de los EE.UU.

Durante todo el desarrollo de We Own This City se habla del caso de Freddie Gray como un antes y un después. Recordemos: Gray era un joven negro de 25 años que fue detenido el 12 de abril de 2015 por la Policía de Baltimore por poseer, de modo legal, una navaja. Mientras estuvo detenido, Gray sufrió heridas fatales y murió cuatro días después por lesiones en la médula espinal. Su deceso ocasionó una serie de protestas en Baltimore, que derivaron en un toque de queda y a una investigación por parte del Departamento de Justicia federal sobre la Policía de Baltimore. La actitud de Jenkins fue de solidaridad absoluta para sus camaradas policías, al ponerse al frente de la línea de batalla de las protestas y comprándoles comida con dinero (robado) de su propio bolsillo, lo que lo transformó en un héroe interno en el cuerpo. Como suele ocurrir en estos casos, a Jenkins la soberbia le jugó en contra. Pero las cosas no cambiaron mucho ni en Baltimore y en los Estados Unidos para cuestiones por el estilo: ahí está el grito de “No puedo respirar” por parte de George Floyd hace poco menos de tres años, en paralelo al enjuiciamiento fallido de los oficiales involucrados en la muerte de Gray y la suba de la criminalidad en Baltimore. Una ciudad que, contradiciendo al título de esta gran no ficción, parece no tener dueño. David Simon, una vez más, lo volvió a hacer.