Portrait

Juan Carlos Kreimer: oficinas con forma de bares

La aparición de Búzios era un hospital de tránsito es la excusa perfecta para encontrarse a tomar café con un escritor demasiado punk para los hippies y demasiado hippie para los punks.

Por Pablo Strozza

26.01.2024

Un bar de estación con más de cuatro décadas de existencia, famoso por sus exquisitas medialunas de manteca. O un bodegón de barrio, con vecinos y taxistas como parroquianos infaltables, entre innumerables cortados, cervezas de litro, vermús y platos del día caseros. En cualquiera de esos dos lugares, en algún momento de la semana, el ojo atento podrá ver en una mesa a un hombre de anteojos de carey chiquitos sacándole jugo a su cabeza para dar con la frase impecable, el sustantivo preciso, el adjetivo justo, que conformarán un estilo de escritura clásico y moderno, depurado y gentil. Así es, desde hace décadas, la rutina del señor Juan Carlos Kreimer. Un escritor de barrio y de estaño que, como se verá, es visto todavía hoy como alguien demasiado punk para los hippies y demasiado hippie para los punks.

Búzios era un hospital de tránsito (Seix Barral) es el último libro de Kreimer. En el medio, desde el comienzo con Beatles & Co. (1968, editado cuando los Fab Four aún estaban activos) y Agarrate!!! (1970, el primero y uno de los mejores libros sobre rock argentino) hasta El artista como buscador espiritual (2022, con una segunda parte ya en marcha), muchos ríos de tinta alimentaron sus obsesiones. Un listado incompleto incluye tanto obras suyas como Punk: la muerte joven e historias paralelas (1977), ¿Cómo lo escribo? (1990), El río y el mar (2005), Bici Zen (2013), Más allá del bien y del punk (2017, escrito junto al desaparecido Pil Trafa, cantante de Los Violadores) y Prosa caníbal (2018), como la dirección de la revista Uno Mismo entre 1982 y 1994 y de la colección Para Principiantes hasta 2017.

Búzios… es un libro que contiene dos nouvelles: De ninguna parte, que transcurre en Londres en pleno estallido punk y la que da título al libro, situada en la paradisíaca playa brasilera con inicio en 1979. El libro, originalmente, se iba a llamar Londres Búzios, como una suerte de cita homenaje a París, Texas de Wim Wenders. “De ninguna parte es la precuela de Punk: La muerte joven”, recuerda Kreimer desde la mesa del bar ferroviario, en relación a la pregunta sobre el libro “inglés”. “A través de una mina, que era agente literaria, el texto llegó a Esther Tusquets. Ella dijo que es una mierda, y ahí me encargan Punk…”, cuenta.

Uno de los protagonistas secundarios del texto inglés es Alexander Trocchi, un novelista escocés al que bien le puede caer el gastado sambenito de “escritor maldito”, más que nada por El libro de Caín, volumen que fue prohibido en Gran Bretaña en los 60 y que narra, a través de un alter ego, su vida como heroinómano. ¿Cómo era Trocchi? “Era un viejo flaco, alto, al que se le movían todos los huesos cuando caminaba. Un tipo muy lúcido, y muy calculador. Una persona herida, que había salido de las drogas pesadas pero que no podía negar su pasado de yonqui. Era un visionario: escribió un libro llamado La insurrección invisible del millón de mentes, que decía que si se juntaban un millón de tipos con otra conciencia cambiábamos el mundo. Yo había traducido un fragmento de eso para la revista Eco Contemporáneo. Lo citaban como a un beatnik inglés, y si bien había estado en Estados Unidos con ellos, se vinculó con los Angry Young Men, y era mucho más anarquista que todos ellos. Y tenía un hijo, que era Gary”, dice Kreimer. No contaremos más de Gary por miedo a la maldición del spoiler: sí se puede decir que es la obsesión del narrador de la novelita.

Kreimer acaba de publicar su última novela, Búzios era un hospital de tránsito (Seix Barral). Gentileza Archivo Personal Juan Carlos Kreimer.

Continua Kreimer: “Después de Punk… adquiero un estatus de periodista. Y empiezo a escribir para España. En España aún no podían girar plata porque había pesetas, y tenía que ir a cobrar allá. Una vez que fui a cobrar a Brughera y la persona que recibió el libro me comentó que había una editorial que necesitaba traductores. Me hizo un contacto con Alianza y comencé a traducir para ellos. En el 78 fallece mi padre, y vine a fin de ese año a ver a mi vieja, a ayudarla. Y en el 79 Billy Bond me dice ‘Estoy con Joelo de Porco, venite y dame una mano con el argumento de una película, que tengo la guita’. Voy a San Pablo, lo hago, luego vamos a Río a grabarlo a O Globo y ahí me doy cuenta que estoy muy cerca de Búzios, donde tenía varios amigos. Paré en la casa de uno de ellos y ahí arranqué”.

“Una sucursal de Plaza Francia”, le dice uno de esos amigos a Juan Carlos apenas llegado a su nuevo lugar en el mundo. Eso era Búzios por aquel entonces: un sitio cosmopolita donde un argentino, lo más campante, se podía cruzar con músicos como Charly García, David Lebón o Claudio Gabis; donde el Gato Dumas tenía su comedero, Oscar Araiz su residencia y Oscar Bony podía estar de paso, entre otros personajes variopintos. “Estaban todos. Muchos vivían en Río pero iban a Búzios, que era como ir de acá al Tigre, más o menos una hora de viaje. En Brasil había mucha libertad: venías y te quedabas varios días, dormías en casas de amigos, y también había muchos extranjeros. Y en Búzios, en la calle, escuchabas hablar inglés y francés permanentemente. Te ponías a charlar con una piba y de entrada no sabías de dónde era”, explica Kreimer. El paraíso que había conocido Brigitte Bardot existía, pero como todo pueblo chico, el infierno era grande. Y las desilusiones, más que nada las amorosas, no tardaron en llegar. “Estaba muy enamorado de una brasilera que era socióloga. Me había dado vuelta y tenía una lucidez y una libertad interior que no había conocido nunca en la Argentina. Al final, ella esperaba a alguien más formal que yo, no vio futuro en lo nuestro, y todo terminó”, rememora.

Tras un regreso a un Londres más feo que el que había dejado, ya gobernado por Margaret Thatcher; y una Búzios que ya no funcionaba como un refugio contra las tormentas sino que las provocaba, Kreimer resolvió volver a la Argentina. Pero su novela autobiográfica de no ficción aún le guardaba alguna que otra sorpresa. “Volví al país el 2 de abril de 1982, el día que comenzó la Guerra de Malvinas. Me enteré en el ómnibus al pasar por Uruguayana”, conmemora con naturalidad, como si ese giro del destino hubiese sido algo natural. “Yo volvía a analizarme: hubo un tipo allá que me había dicho que toda la parte de mí que yo pensaba que era de mierda, era la más valiosa. Hubo un canje: él me analizaba y yo lo ayudaba a escribir. Me di cuenta que había una cultura dispersa en todo ese campo del psicoanálisis y la Gelstalt, y la junté en Uno Mismo”, cuenta. Como suele decirse, el resto es otra historia, que merece otra nota, con el doble de extensión, y sabiendo que un montón de material quedará afuera. Cualquier excusa es buena para charlar, en cualquiera de sus oficinas con forma de bar, con Juan Carlos Kreimer.