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William S. Burroughs: las profecías de un hombre y su obra

La salida en castellano de Últimas palabras y Las tierras occidentales actualiza el mito de Burroughs como profeta de nuestro tiempo.

Por Pablo Strozza

01.02.2022

Jorge Luis Borges, Philip K. Dick, J.G. Ballard y el caso que nos ocupa, William S. Burroughs. Un póker de ases de escritores del Siglo XX a los que se (re)lee en el Siglo XXI no solo desde el placer de transportarse hacia otra realidad a través de la literatura, sino también como visionarios. Profetas de una era que vivimos en tiempo presente pero que ya transcurrió, al menos en las páginas de sus obras porque, como bien dijo Fabián Casas, “sucede en el futuro porque es de ciencia ficción aunque la ciencia ficción, en realidad, suceda en el pasado”. Borges e Internet. Las realidades paralelas imaginadas por Dick. Las catástrofes naturales y las guerras de clases entre habitantes de barrios cerrados que narró Ballard. Y los mecanismos de control social, la mentira y la verdad, las drogas, las pestes, el pesimismo, el humor y los fracasos gubernamentales, ejes centrales de los escritos de Burroughs.

La reciente aparición de Las Tierras occidentales (novela publicada en 1988, y cierre de la trilogía que incluye previamente a Ciudades de la noche roja y El lugar de los caminos muertos, todos libros publicados por la editorial El cuenco de plata) y Últimas palabras (diario que Burroughs llevó durante sus últimos nueve meses de vida, aparecidos en castellano por Ediciones Granica con prólogo, traducción y notas de Luis Chitarroni) son la excusa para volver a la vida y a la obra de un escritor que fue descripto como el más distintivo de la Generación Beat junto con sus amigos y colegas Allen Ginsberg y Jack Kerouac. Sayo que, claro está, se encargó siempre de quitarse de encima, de la mano de una objeción permanente a toda forma de autoridad. Femicida (en 1951 Burroughs mató a su esposa Joan Vollmer mientras jugaban, ambos más que intoxicados por drogas varias y alcohol, al juego de Guillermo Tell en México, hecho por el cual fue enjuiciado a dos años de prisión en suspenso tras un proceso que incluyó sobornos y asuntos nunca esclarecidos del todo), homosexual cuando era un delito serlo, drogadicto mítico, viajero incansable, modificador de las formas de la sintaxis y la semántica con los cut ups, collages que creó junto a Byron Gysin: por el mero hecho de haber sido el autor de El almuerzo desnudo (1959), Burroughs merecería un lugar en la historia del Siglo XX. Por suerte, su calidad literaria posterior decayó un escalón mínimo tras ese volumen perfecto que en el que su alter ego William Lee retrata adictos, orgías, en un viaje alucinado por los Estados Unidos, México y Tánger y demás Interzonas.

Separar la vida y la obra de los artistas es, en todo momento, nuestro deber. En el caso de Burroughs, como él mismo se preocupó de aclarar en el prólogo de Queer (escrita entre 1951 y 1953, publicada en 1985) el asesinato de Joan cambió tanto su modo de ver la realidad que en sus diarios hay textos cortos que bien pueden aparecer en sus ficciones y en sus ficciones se incluyen reflexiones que sin dudas bien podrían ser parte de sus papeles privados. De este modo, la frase “todos los gobiernos son fundados por la mentira. También las organizaciones. Las mentiras pueden ser inofensivas… (…) O también pueden ser malignas, como la guerra contra las drogas, ahora vuelta una contra la Disensión. Una guerra contra la verdad” hace tablas con “la verdad espiritual evidente en sí no se puede falsificar, como no se puede falsificar un poema, un cuadro o una buena comida, y la falta de verdad en el fraude es inmediatamente visible para los ojos capaces de ver la verdad, así que ¿por qué hay tantos que aceptan las mentiras venerables del estafador, claramente dispuesto a apoderarse de su dinero mediante el engaño o la violencia? La respuesta es que el mercado teme al estafador, teme su voluntad más fuerte, sus ojos brillantes, escucha como un niño de tres años”. ¿Cuál corresponde a Últimas palabras y cuál a Las tierras occidentales? ¿Importa eso, o importa la coherencia en el modo de razonar de ambas?

Pero dentro de sus chistes (una cualidad que se destaca muy poco dentro de los textos de Burroughs, y que se aprecia en Las tierras occidentales en esta meditación médica “puede decirse que cualquier programa de inmortalidad que se base en prolongar el cuerpo físico, recomponiéndolo por piezas, sustituyendo una pieza aquí y otra allá, como si fuese un coche viejo, es el peor plan posible, como apostar a los favoritos y doblar cuando pierdes”) y las inevitables alusiones a las drogas, el sexo y la muerte (“A la muerte no le gusta que la vean tan de cerca. La muerte debe provocar siempre comprensión sorpresiva: ‘¡Tú!’”), impresiona, en sus diarios finales, un tema inherente a muchísimos de sus escritos: la peste. Y allí es donde sus dones adivinatorios vuelven a aparecer. En la entrada de su diario del 5 de mayo de 1997 se lee: “Si una plaga debiera matar a un tercio de la población, rezaría para que afectara no solo a los humanos, sino también a animales domésticos, especialmente perros y gatos. La imagen de trillones de gatitos huérfanos es demasiado horrible como para ser confrontada”. Y tres días después completa: “Leyendo The Third Pandemic: una maligna y resistente pugna entre la psitacosis, la enfermedad del loro y una incubación de dos o tres semanas, durante la cual el enfermo puede divulgar sus padecimientos y agentes infecciosos”. Las coincidencias de los síntomas de la psitacosis en humanos (fiebre, dolor de cabeza, escalofríos y en algunos casos, neumonía) con los del Coronavirus son notables.

“Todo el planeta en un desesperado jaque mate. Necesitan los percances -la guerra, el miedo, las muertes- para continuar con la maquinaria en orden (…) Plagas, hambre, muertes y guerra. Todas esas cosas son orquestadas por el vicioso hombre viril. Y ahora la paz desciende. Todos los hombres serán castrados al nacer. No más peleas. No más conflictos. Todo el mundo se moverá cada vez más lento, hasta no existir mayor lentitud posible. Acabarán como un reloj al que se le ha dado cuerda de sobra”. La entrada del 11 de marzo de 1997, día en el que Burroughs fue nombrado Commandeur de l’Ordre des Arts et des Lettres por el gobierno de Francia, ojeada hoy conjuga desesperanza y optimismo en partes iguales. Un texto que puede ser visto, una vez más, como extraído de un evangelio apócrifo y paralelo escrito por un amante de los felinos y las armas y odiador total de los ciempiés, y dictado por un ente desconocido. Ya nos lo tradujo Laurie Anderson, inspirada en una frase suya: “El lenguaje es un virus del espacio exterior”. William S. Burroughs falleció el 2 de agosto de 1997, a los 83 años. Gruñón y todo, no pudo resistirse a que su epitafio literario, escrito el 30 de julio, diga: “¿El amor? ¿Qué es eso? El analgésico más genuino que existe”. William Seward Hall, su alias de Las tierras occidentales, al enterarse de esta frase, primero lanzó la carcajada y luego, tras agachar su cabeza, la aceptó resignado, como lo que es, como “un consejo para los más jóvenes” (escuchar Spare Ass Annie and Other Tales, el disco que Burroughs registró en 1993 con los The Disposable Heroes of Hiphoprisy). Que así sea.

Foto de portada cortesía de El cuenco de plata